Tengo certeza que, en el lugar de Marta, podría estar nuestro nombre, pues la llamada de atención que hace Jesús viene como “anillo al dedo” a casi todos nosotros. ¿Quién tiene tiempo para estar con el Señor? ¿Para estar sentado escuchando su Palabra? ¿Para mirarle a los ojos y dejar que él vea mi corazón? En nuestros días, la respuesta más común cuando se refiere a las cosas de Dios, es: “¡no tengo tiempo!”. Los quehaceres de la vida diaria ocupan todo nuestro tiempo. El mundo vive un ritmo frenético y nosotros en medio a esta avalancha no podemos organizarnos de modo diferente.
Pero el evangelio nos dice que este no es un problema de la pos-modernidad, es mucho más antiguo de lo que pensamos. Es una debilidad del hombre de todos los tiempos. Infelizmente todos tenemos una fuerte tendencia a la distracción, a llenarnos de preocupaciones y de inquietudes para no tener tiempo a las cosas esenciales. Tenemos miedo de lo esencial. Esto significa que no podemos colocar toda la culpa a la cultura, cuando la solución está mucho más en nosotros mismos. Somos nosotros que debemos tomar las riendas de la vida y no dejar que nuestras malas tendencias, o la cultura nos hagan sus marionetas. Es claro que este evangelio no es un elogio a los perezosos. A aquellos que no quieren trabajar y piensan que los demás le deben sustentar. Ciertamente no. También María era una mujer trabajadora, pero ante la visita de Jesús, ella supo dejar todo para estar con él. Marta infelizmente estaba ciega por sus preocupaciones y pensaba que eran más importantes sus quehaceres que “perder tiempo” estando escuchando a Jesús.
Muchas veces me he encontrado con personas que se justifican diciendo: “infelizmente yo no puedo participar de la Iglesia, no puedo ir a la misa, no puedo acompañar a mis hijos en la catequesis... porque ¡estoy muy ocupada!” … y me da la impresión que por detrás de estas palabras está la idea de que aquellos que participan son personas desocupadas, que van a la Iglesia para llenar su tiempo. Pero, en verdad, sabemos que el tiempo es una cuestión de prioridad. El tiempo siempre nos alcanza para hacer todas las cosas que creemos que son realmente importantes. Por eso aquellos que dicen: “no tengo tiempo para Dios” (esto es para participar de la comunidad eclesial), están en la verdad afirmando, con la práctica de sus vidas, que él no es importante para ellos, o sea, que existen otras prioridades que le quitan el puesto a Dios. Y la vida va pasando, a veces con días llenos de cosas inútiles. Ocupadísimos con futilidades, nos olvidamos que “una sola cosa es necesaria” y para justificarnos o protegernos, hasta criticamos a aquellos que gastan su tiempo con la Vida.
Todos tenemos mucho que aprender de María. Aprender a priorizar. Aprender a discernir lo que es necesario para nuestras vidas. Aprender a “perder tiempo” para ganar la Vida. Aprender a no ser esclavos de los quehaceres. (Ciertamente sin ser irresponsable).
Creo que es muy oportuno una palabrita sobre el domingo, día del Señor. El papa Juan Pablo II ha insistido mucho sobre este tema. El domingo es día santo. La sociedad nos presenta solamente como un día de reposo y entretenimiento. Otros lo ven como un día para hacer otros trabajos. Pero la fe nos dice que es un día para estar en primer lugar con el Señor, también para estar en familia, para descansar y así descubrir la grandeza de la vida, que es mucho más que una rutina de trabajo. Pero, insisto, la prioridad de este día es el Señor. La eucaristía, como puesto privilegiado para el encuentro con él, no debe ser simplemente una alternativa entre tantas, debe ser la prioridad del domingo, a partir de la cual las otras cosas también pueden ser hechas. Saber dar tiempo a Dios es una característica de hombres libres, que saben determinar su propio tiempo, como hizo María.
El Señor te bendiga y te guarde,
El Señor te haga brillar su rostro y tenga misericordia de ti.
El Señor vuelva su mirada cariñosa y te dé la paz.