Generalmente todos nosotros sabemos cuáles son los mandamientos. Sabemos que el más importante es amar a Dios y amar al prójimo. Pero muchas veces, también nosotros, al igual que el maestro de la ley del Evangelio, queremos justificarnos diciendo que no sabemos exactamente quién es nuestro prójimo.
Es en estas condiciones que Jesús cuenta la parábola del Buen Samaritano, para hacernos entender que nuestro prójimo es quien encontramos caído en nuestro camino. Y, en este imperativo de amarlo, no importa quién sea la persona que está caída, ni tampoco quienes somos nosotros. Jesús aclara también que no existe ley en el mundo que pueda justificar la falta de solidaridad.
Voy a intentar explicar esto que estoy diciendo a partir del texto.
Un hombre fue robado, fue abandonado y muy golpeado, en el camino. No podía valerse por sí mismo y solamente con la ayuda de alguien podría recuperarse. En este camino, viene un sacerdote, hombre que conoce las escrituras y los mandamientos, que sabe del precepto de amar al prójimo, pero también conocía otra ley, que afirmaba que aquellos que tocasen sangre se quedaban impuros y no podrían ejercer el ministerio sacerdotal, antes de ser purificado. Así él tiene un justificativo para no hacer nada y dejarlo, pasando por el otro lado del camino. Tal vez él debería preguntarse: ¿cuál es la ley más importante?
También pasa un Levita, lo mismo que dijimos para el sacerdote puede ser dicho para el Levita, que es un miembro de la tribu sacerdotal. Pero, podremos acrecentar que tal vez por su status, él podría creer que este no era un servicio para él, y que ciertamente pasarían otras personas que lo ayudarían. El hecho es que, en medio de sus raciocinios él creyó que podría pasar ante él, de largo.
Al final viene un samaritano, hombre despreciado por los judíos, porque lo consideraban impuro, infiel a los preceptos de Dios. Pero este hombre “vio y se compadeció” por el hermano que estaba allí caído (los otros dos solamente lo vieron, pero no se compadecieron). Él fue capaz de no pensar solamente en sí mismo. Ciertamente, esta parada iba a retrasar su viaje. Seguramente, ayudarlo iba a darle perjuicio, pero él sabía que un hombre caído al borde de su camino y que lo necesitaba, era lo más importante en aquel momento.
De aquí podemos concluir que no es importante quién sea la persona caída. No tiene sentido hacer primero una evaluación moral de ella, para saber si merece o no ser ayudada. El hecho de estar caída y lastimada al borde del camino, basta como motivo, para la obligación cristiana de ayudarla.
Por otro lado, nadie puede esquivarse en sus títulos o en sus funciones. Todos tenemos la obligación de socorrer a los necesitados: padres, obispos, laicos, ricos, pobres... Este mandamiento es anterior a cualquier otro ministerio. Tampoco es legítima ninguna otra ley que justifique el hecho de pasar de largo.
En la vida debemos saber discernir cuáles son las prioridades. Pienso que este buen samaritano, nos tiene mucho a enseñar. En primer lugar, debemos aprender de él qué es lo que significa tener compasión. Muchas veces también nosotros ya tenemos el corazón frío. Estamos tan ensimismados que hasta vemos, pero ya no nos conmueve. Ya nos habituamos a ver personas caídas, y nos justificamos diciendo que yo no puedo salvar a todos (y con esta excusa no salvamos a nadie).
El buen samaritano nos enseña aún que quien ayuda, siempre pierde alguna cosa: tiempo, dinero, se ensucia, se cansa... y a veces hasta se complica... Pero él sabe que son estas cosas las que dan sabor a la vida.
Solamente consigue asumir las pérdidas por ayudar a los demás, quien ya descubrió que la vida tiene un sentido, una dirección. Aquí vale la pena recordar la frase que comentamos hace tres domingos: “El que quiera asegurar su vida la perderá, pero el que pierde su vida por causa mía, la asegurará”.
O Jesús, buen samaritano de toda la humanidad, ayúdanos a sentir compasión de aquellos que vemos caídos en nuestros caminos.
El Señor te bendiga y te guarde,
el Señor te haga brillar su rostro y tenga misericordia de ti.
El Señor vuelva su mirada cariñosa y te dé la PAZ.