La Biblia dice que Jesús, después de resucitar, estuvo 40 días más en la Tierra con sus discípulos, enseñándoles sobre el Reino de Dios (Hch 1.3). Luego, fue a Betania, a las afueras de Jerusalén, y ascendió a los cielos (Lc 24.50-51). Esto también está relatado en Hechos 1.9-11.

Estos hechos nos demuestran claramente que Jesús fue a algún lugar específico. Él no desapareció repentinamente de ellos para nunca más volver a mostrarse, sino que, gradualmente, fue elevándose hasta que una nube lo cubrió y unos ángeles, inmediatamente, dijeron que Él volvería de la misma manera en que se fue. El hecho de que Jesús tenía un cuerpo glorificado con limitaciones espaciales (o sea, podía estar en un solo lugar a la vez) significa que Jesús fue a alguna parte cuando se fue al cielo.

Es evidente que Jesús fue al cielo, o sea, a algún lugar definido en el espacio, en alguna parte del universo.

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Que no podamos ver a Jesús no significa que Él sea una “nebulosa” o un ser etéreo amorfo e indefinido mimetizado en el espacio. No. El que no lo podamos ver se debe a que Él no está en esta Tierra y que nuestros ojos aún están vedados de poder ver el mundo espiritual. Por ejemplo, la Biblia dice que hay ángeles alrededor nuestro cumpliendo funciones, pero no los podemos ver porque no tenemos capacidad de hacerlo; así como Eliseo estaba rodeado de un ejército de ángeles y carros de fuego para su protección contra los sirios en Dotan, pero el siervo de Eliseo no pudo verlo hasta que Dios le abrió los ojos (2 Reyes 6.17).

Así también, cuando Esteban estaba muriendo, Dios le dio la capacidad de ver el mundo espiritual y oculto actualmente a nuestros ojos (Hch 7.55-56).

Jesús mismo había afirmado que en el futuro estaríamos en un lugar específico junto a Él (Juan 14.2-3).

Lo que la Biblia no nos dice, y por lo tanto no podemos especular, es dónde está el cielo, específicamente. Las Escrituras dicen que hay veces en que las personas ascienden al cielo (como Jesús y Elías), hay otras que descienden (como los ángeles en el sueño de Jacob) o como Pablo que fue arrebatado al tercer cielo y vio cosas que no podía expresar. El hecho es que la Biblia afirma que hay algo en algún lugar del universo donde está el cielo y donde está Cristo. De hecho, la ascensión de Cristo al cielo quiere enseñarnos que el cielo existe en alguna parte de este universo.

Entonces, vemos que Jesús está en ese cielo que se ubica en alguna parte no conocida y en gloria (1 Timoteo 3.16).

Cristo está sentado a la derecha de Dios (Hebreos 1.3). Este lugar que Dios le dio significa que Él terminó satisfactoriamente la obra de redención para la cual vino a la Tierra. También que Él recibió autoridad sobre todas las cosas (Efesios 1.20-21).

Otra autoridad que Dios le dio a Jesús una vez sentado a su diestra es la autoridad de derramar el Espíritu Santo sobre su Iglesia (Hch 2.23).

El hecho de que Jesús esté sentado no significa que estará ahí eternamente sentado e inactivo sino que también camina entre los candelabros del cielo (Ap 2.1) o está en pie a la diestra de Dios (Hch 7.56). Todo esto significa una actividad intensa y eterna, como un rey humano que está sentado en el trono para atender asuntos, pero el resto del día está involucrado en diversas actividades.

¿Qué importancia doctrinal tiene la ascensión de Cristo al cielo?

Así como la resurrección tiene una implicancia fundamental en nuestra doctrina, también lo tiene la ascensión. Primero: ya que estamos unidos a Cristo en su resurrección, también lo estamos en su ascensión; por lo tanto, así como Cristo ascendió, también nosotros ascenderemos a la presencia de Dios (1 Tesalonicenses 4.17).

Segundo: La ascensión de Cristo nos da la seguridad de que nuestro hogar final será el cielo (Jn 14.2-3).


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