“Después de esto, el Señor eligió a otros setenta y dos discípulos y los envió de dos en dos, delante de él, a todas las ciudades y lugares a donde él debía ir. (...) En toda ciudad que entren y los acojan, coman lo que les sirvan, sanen sus enfermos y digan a ese pueblo: El Reino de Dios ha llegado a ustedes”. Lc 10, 1.8-9
En la semana pasada hemos reflexionado sobre el seguimiento de Cristo, en este domingo la Iglesia nos presenta el ideal de la misión. Uno es consecuencia del otro.
Las palabras discípulo y apóstol pueden ayudarnos a comprender mejor. Discípulo significa aquel que aprende, aquel que sigue. Apóstol significa aquel que es enviado. Así: un discípulo de Cristo es un alumno (seguidor) de él, y un apóstol de Cristo, es un enviado de él.
Si en la semana pasada hablamos de algunos aspectos del ser discípulo, hoy el evangelio nos habla de las características del apóstol. En primer lugar, el enviado, no puede el mismo darse este encargo, necesita ser enviado de alguien. Es Dios quien elige de entre sus discípulos aquellos que él desea enviar. Por eso ningún misionero lo es en nombre propio, pero lo hace en nombre de quien lo ha enviado. Es muy importante que el misionero sepa que no debe anunciarse a sí mismo, que él es un instrumento, un portavoz y por eso debe estar muy atento de mantener la pureza del mensaje, sin contaminarlo con sus prejuicios o con sus ideas personales. Ser un apóstol es muy exigente, pues requiere mucha humildad y docilidad a la voluntad de quien envía y un cuidado muy grande para no usurparle el puesto.
En un cierto modo el apóstol es llamado a no perder jamás la actitud de discípulo. Para evitar los peligros, el Señor los envía de dos en dos. El ideal cristiano del Apostolado no es solitario. Para la misión es muy importante la presencia del otro. Él será apoyo y compañía, pero también fuente de discernimiento y de confronto, necesario para no salir del camino. Los dos se completarán para el bien de la misión.
El misionero es llamado a ir a la frontera del cristianismo, esto es a los lugares donde el Señor aún no ha llegado. Estos pueden ser lugares muy distantes, pero también gente muy cercana, que aún no ha aceptado la presencia de Cristo. Cada uno debe estar atento a descubrir donde es “su tierra de misión”: la propia familia, el lugar de trabajo, la comunidad parroquial, otras regiones del país, u otros países y hasta otros continentes.
Después Jesús da algunas instrucciones: estar atentos con los lobos, no llevar nada, no buscar a conocidos... “comer de lo que les sirvan”. El misionario debe ser consciente de que quien lo envió no lo dejará solo, y la prueba de esta confianza es abandonarse a su providencia. Un apóstol que se preocupa con lo que irá a comer en la misión, o cómo va a defenderse, o con otras cosas de este género, aun no entendió que significa ser un misionero cristiano.
También en esto “coman de lo que les sirvan” podemos encontrar un buen principio de intercambio cultural. El misionario debe estar dispuesto a vivir la vida de donde él va sin exigencias, debe entrar con las costumbres de su nueva casa. Esta es la llave para llegar al corazón de quien le acoge. Jesucristo prometió que acompañaría la predicación de sus apóstoles, con signos para que la gente crea. Por eso, una de las misiones del apóstol es “sanar a los enfermos”, señal de la compañía de Cristo. Es claro que este sanar puede tener muchos sentidos: como sanar la ceguera de la gente que no ve sus pecados, o que no reconoce la gracia y el amor de Dios. Pero sin dudas será también sanar físicamente las personas. El Señor no deja jamás que la Palabra sea proclamada, sin que él realice maravillas en su pueblo.
Al final Jesús indica el contenido de la predicación: “digan a ese pueblo: El Reino de Dios ha llegado a ustedes. “La presencia del misionero, la buena noticia de Jesús predicada, las sanaciones intervenidas por Dios, serán todas señales de que el Reino de Dios se hace presente allí.
Hermanos recemos por los misioneros para que sean fieles a quien les envió, pero también pidamos que el Señor envíe muchos más, pues la “cosecha es mucha y los obreros son pocos”.
El Señor te bendiga y te guarde.
El Señor te haga brillar su rostro y tenga misericordia de ti.
El Señor vuelva su mirada cariñosa y te dé la paz.