- Por el Hno. Mariosvaldo Florentino
- Capuchino
La eucaristía de este domingo nos lleva a reflexionar y rezar sobre nuestra relación con Jesucristo. La pregunta es, ¿cómo somos delante de Él? Somos indiferentes, simpatizantes, aprovechadores, admiradores, o seguidores de Él.
Para muchos, Jesús no cuenta nada. No les importa lo que Él dijo o lo que hizo. Para otros, son interesantes algunas de sus palabras, o tal vez es bonito llevar una cruz en el cuello, o participar alguna vez de una celebración. Pero, hasta ahí y nada más.
A otros aun les interesa solamente el título de cristianos. Corren por las ventajas políticas o sociales por ser amigos del sacerdote, o por tener una foto con el obispo, o con el Papa, o por dar una buena limosna. Pero en cuanto a Jesús y sus propuestas, piensan que son cosas del pasado. O entonces están solamente interesados en algún milagro, o en salir de un problema.
No faltan tampoco los admiradores. Que hasta se emocionan y lloran en el Vía Crucis, pero que no consiguen salir del sentimentalismo y asumir en la vida concreta un modo nuevo de actuar.
La propuesta de Jesús va más allá de todo esto. Jesús nos desafía y nos dice: “Sígueme”. Seguir a una persona significa colocarse en su mismo camino. Acompañar sus pasos. No es un hecho intelectual, es vivencial. No basta estudiar y conocer lo que hizo, es mucho más, es repetir concretamente en la vida actual lo que hizo Él. (Ciertamente es fundamental conocer, pero no se puede parar allí, pues sería inútil).
No puedo decir que soy un seguidor de alguien, cuando mi recorrido es otro, cuando mis pasos van en otra dirección. Hay una diferencia muy grande entre seguir a Cristo y llevarlo conmigo en mi camino. Pienso que muchos de nosotros confundimos esto. No es muy difícil encontrar personas disponibles que lleven a Jesús con ellas. A querer que Jesús esté donde ellas están y bendiga sus planes, sus trabajos, sus quehaceres.
Sin embargo, tenemos una fuerte resistencia en asumir radicalmente una vida de seguidores. Esto es de caminar en el camino de Él. De seguir sus pasos. Esta resistencia no es gratuita. El propio evangelio nos habla de las dificultades que acarrea seguir a Cristo.
En primer lugar, el evangelio de este domingo nos habla que Jesús decidió caminar “resueltamente” hacia Jerusalén. Jesús sabía que caminaba en dirección de la resurrección, pero sabía que esto significaba pasar por la cruz. Jesús sabía que la trayectoria que estaba tomando no era de la buena vida, de los aplausos y de los placeres. Pero Él caminaba “resueltamente”. También sus seguidores deben, descubriendo sus motivaciones tomar el mismo camino, la misma dirección. Es señal de madurez asumir los dolores del camino, cuando se tiene claro a donde se quiere llegar.
En segundo lugar, el evangelio nos alerta para la experiencia del rechazo. Los samaritanos no quisieron recibir a Jesús porque él iba a Jerusalén. También a nosotros muchos nos rechazarán cuando saben que estamos yendo hacia “Jerusalén” (cuando saben que queremos ser cristianos de verdad y no solamente en las apariencias o en las palabras). Pero es muy interesante la reacción delante de estos rechazos. Algunos discípulos dijeron a Jesús: “¿quieres que mandemos bajar fuego del cielo que consuma a los samaritanos? Pero Jesús los reprendió”. Seguramente también nosotros tendremos la misma tentación de destruir a nuestros opositores. Cuantas veces ya hicimos “bajar fuego del cielo” con nuestras palabras, gestos, deseos y venganzas. Pero si somos seguidores de Jesús, estas cosas no van bien. Delante de las oposiciones o rechazos, debemos continuar siempre en frente, sin desviar nuestro camino.
En tercer lugar, Jesús nos advierte que seguirlo no significa tener todo en la mano. Al contrario, muchas veces faltará la comodidad (“el Hijo del hombre no tiene donde descansar la cabeza”). El que sigue debe estar dispuesto a correr el riesgo de que le falte hasta mismo cosas que al principio le parecen importantes, pero que después descubre que no eran tan necesarias y que se puede pasar sin ellas.
En cuarto lugar, la experiencia del seguimiento implica dejar algo. Seguir es caminar hacia... y cuando se va..., en la medida en que se avanza, se deja otras cosas por detrás. Es imposible avanzar sin dejar. Existen muchos que en la vida son estáticos porque tienen miedo de despedirse, de dejar. Jesús nos desafía: “deja que los muertos entierren a sus muertos”.
Y, en quinto lugar, Jesús nos habla de la dirección de la mirada. Quien le sigue debe tener la mirada puesta en Él, pues solo así no perderá el sendero. Quien camina mirando hacia atrás sale del camino. (“Todo el que pone la mano en el arado y mira para atrás, no sirve para el reino de Dios”). El pasado no es capaz de indicarnos un rumbo, una dirección. El pasado nos hace solamente girar en torno a nosotros mismos y nos mata en el cansancio. También es importante tener conciencia que los lados pueden ser una tentación y pueden hacernos perder el equilibrio y caer o quitarnos del camino. Aun se puede decir que tener los ojos cerrados no es propio de quien sigue. Mirar hacia adelante, cuando estamos yendo por detrás de Jesús, significa verlo constantemente, y esta es la única garantía de que llegaremos a ser como Él: personas plenas, realizadas y felices.
¡OH Jesús danos la gracia de hacer una verdadera experiencia de seguimiento!
El Señor te bendiga y te guarde,
El Señor te haga brillar su rostro y tenga misericordia de ti.
El Señor vuelva su mirada cariñosa y te dé la PAZ.