- POR MARCELO PEDROZA
- Psicólogo y magíster en Educación
- mpedroza20@hotmail.com
Entre tantos deseos que pueden fluir en la mente humana hay uno que pide ser protagonista, es que de serlo la psiquis que se apodera de sus efectos se anima a estimular el mecanismo actitudinal para darle forma práctica a esa noble intención. Es un deseo que se caracteriza por ser inherente a la naturaleza humana, su campo de acción es universal y se manifiesta a través de las vocaciones que le dan vida. Entonces ese afán del inconsciente se torna visible en la creencia superadora que representa su pensar. Así la apetencia por aprender siempre encuentra la pista adecuada para el aterrizaje de los sueños que tienen nombre propio. John Dewey (1859-1952), pedagogo, psicólogo y filósofo estadounidense, hablaba del deseo de seguir aprendiendo.
El futuro será de la forma que es el presente de las ideas. El apetito por aprender es un pilar emotivo que le da certidumbre al hoy y que estimula la construcción de los desafíos del mañana. El profesor Dewey, que fue docente en la Escuela de Pedagogía de la Universidad de Nueva York, consideraba que la experiencia era vital para la generación de ideas. Unía el mundo del yo con el mundo del entorno, en donde a través de esa vinculación surgía lo que denominaba intención consciente. Uno es el conjunto de enunciados que compone y comparte a través de sus convivencias. Uno es lo que construye dentro del contexto en donde habita. Por lo tanto, la conexión entre el ahora y lo que vendrá se sostiene por la coherencia de la retroalimentación entre el mundo de los hechos y el de las abstracciones.
El afán de crecer caracteriza al ser humano. En esa misión existencial el dinamismo es un factor que trasciende las épocas, es así porque el cambio es inherente a cada vida; lo que permite que las motivaciones tengan causas, formas, escenarios y tiempos que las acompañen. En ese transitar la identidad del ser se descubre, se valora, se cultiva y se proyecta. Para Dewey aquello que se pondera implica ser elegido como tal, lo que conlleva la capacidad de apreciar por medio de la sensibilidad que se posee. En esto la enseñanza de crear perspectivas es determinante para poder elaborarlas y hacerlas propias, de acuerdo a las circunstancias particulares que cada cual vive. En su libro “La teoría de la valoración”, Dewey manifestó el carácter genuino de la acción de valorar, resaltando que la misma permite el nacimiento de perspectivas que unen lo existente con lo por venir o lo real con lo deseable.
A los deseos de superación hay que pulirlos con actitud. Es esta la forjadora de las evidencias que consolidan la imaginación contenida en palabras. Hay momentos en donde es necesario fijar el deseo hacia una meta a corto plazo, así al vivirla se alimenta la confianza en uno mismo; como pueden existir condiciones que favorezcan el desempeño de criterios que requerirán de una prolongada ejecución, poniendo a prueba las habilidades que fomenten adaptación, creatividad y resistencia.
El deseo de aprender tiene un carácter comunitario. Puede cada habitante aportar lo suyo (valores, ideas, cultura, experiencias y perspectivas), desde las funciones que realiza. Al hacerlo se vincula con otros y en ese interactuar puede seguir desarrollando su vida, y contribuyendo para que los demás también logren hacerlo.