DE LA CABEZA

  • Por el Dr. Miguel Ángel Velázquez
  • Dr. Mime

Solo los que la padecen saben cuan incapacitante puede ser. La migraña o jaqueca, como se la conoce, es más que un simple dolor de cabeza: es un latigazo impresionante de dolor y de otros síntomas que disminuyen la calidad de vida de quienes la padecen, así como su capacidad laboral, de estudio y rendimiento, su vida social y hasta su descanso. Pero... ¿Por qué no logramos encontrar la clave? ¿Qué mecanismos esconde el cerebro que no nos dejan abrir la puerta a un tratamiento eficaz? Pues bien, hay tres causas fundamentales para que el recorrido sea tan largo: El desconocimiento que tenemos sobre la patología, los tratamientos empleados y la asistencia que se brinda a quienes la sufren.

Todo lo que rodea a la migraña y sus síntomas es difícil de explicar. Tanto el dolor que la caracteriza como las extrañas sensaciones que tienen algunos pacientes antes de padecerla (lo que conocemos como prodromos y como aura), la resaca que sigue al dolor, el mareo, la molestia abdominal o la especial sensibilidad a ciertos estímulos. Es cierto que poco a poco vamos comprendiendo la causa de esas auras que son los síntomas irritativos, visuales o de lenguaje que preceden al dolor en algunos pacientes, así como de los síntomas premonitorios y del propio dolor. Incluso somos capaces de localizar las principales estructuras cerebrales implicadas en estos fenómenos y los neurotransmisores que las activan. Pero, al final, no terminamos de entender el cerebro migrañoso.

No estamos seguros de cuáles son los mecanismos genéticos que hacen que un cerebro hiperexcitable, quizá incluso desadaptado, responda con dolor a cambios propios o del entorno. Y tampoco comprendemos del todo las causas por las que este cerebro termina generando un “ataque de migraña sin fin”, dando lugar a dolor diario, o cuanto menos, periódico. La clave para despejar estas incógnitas podría residir en aceptar que el cerebro no es solo una concatenación de grupos neuronales. Funciona como una red, y nos exige conocer los nodos regionales y las conexiones a larga distancia. Para afrontar este reto, en el caso del cerebro, necesitamos la colaboración de ingenieros y matemáticos. Sí, aunque suene increíble, así es.

Hasta hace pocos años, el tratamiento de la migraña se basaba en usar fármacos diseñados para otras indicaciones que parecía que podían ser útiles en migraña. Los antiinflamatorios, antihipertensivos, antiepilépticos o antidepresivos eran nuestro principal arsenal terapéutico. Además, a principios de la pasada década empezamos a usar la toxina botulínica, que cambió la vida de un buen número de pacientes antes de que entendiéramos cómo combatía la migraña. La situación cambió radicalmente cuando se identificó un neurotransmisor llamado “péptido relacionado con el gen de la calcitonina” –conocido por su acrónimo en inglés CGRP– que estaba implicado en bastantes pasos de la génesis y el mantenimiento de la migraña.

A partir de ese descubrimiento comenzamos a diseñar fármacos que actuaban sobre este neurotransmisor. Pero aunque así conseguimos –y conseguiremos– mejorar a un buen número de pacientes con migraña, los médicos que atendemos a estos pacientes sabemos que la migraña no es simplemente una “CGRP-patía”. Nos quedan muchos elementos sobre los que actuar. Para empezar, porque hay otros neurotransmisores y otros lugares sobre los que influyen. Pero es que, además, hay conexiones en las situaciones de dolor, sobre todo con la corteza cerebral, en las que aún no somos capaces de intervenir. Si la migraña consiste, como dijimos antes, en un cerebro desadaptado que responde a los cambios con dolor, habría solo dos vía para curarla: o bien modificamos ese comportamiento cerebral, o bien aislamos al paciente en una burbuja. De lo primero no somos aún capaces, y lo segundo es inconcebible.

De poco sirve que acumulemos conocimientos y tratamientos para aliviar a los pacientes con migraña si no somos capaces de aplicarlos. Si no conseguimos que, tanto en las unidades especializadas en cefaleas como en cualquier consulta de neurología, de atención primaria o de otras especialidades, se conozcan y apliquen. Es indiscutible que hay que trabajar por la mejora de las estructuras asistenciales, por reducir las barreras que impiden a los pacientes ser atendidos por los profesionales formados y recibir los tratamientos que requieren.

Simultáneamente, debemos trabajar para convencer a los pacientes con migraña de la necesidad de pedir ayuda. Hay razones para el optimismo. La cura de la migraña podría estar cerca. Porque hay muchos científicos aumentando el conocimiento de la misma y muchos médicos interesados en ayudar a los pacientes que la sufren. Pacientes que pueden convertirse en aliados para mejorar la asistencia y que, afortunadamente, ya han empezado a moverse. Porque la migraña, como otros dolores, es algo que a los médicos nos tiene DE LA CABEZA. Nos vemos en siete días.

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