- Por Emilio Daniel Aguero Esgaib
- Pastor Principal de la Iglesia Más Que Vencedores
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Dios usa todo tipo de personas. Él toma al débil para hacerlo fuerte y usarlo y toma al fuerte para hacerlo débil, y luego fuerte, para usarlo.
En un sentido muy espiritual, no existe nadie que esté capacitado para la carrera espiritual, y menos aun para el liderazgo. Es Dios quien escoge y quien capacita a sus escogidos, y así nadie tiene excusa de no dejarse usar por Dios, ya que Dios nos da la victoria y nuestra fe en Él nos hace caminar, nunca nuestro don, carisma o capacidad; esas cosas sirven para cuestiones humanas, pero jamás para hacer la obra divina.
En 1 Corintios 1.24-31 se nos dice claramente que Dios usa al débil y desechado para glorificarse. Si Dios va a usar a alguien, necesariamente, está en esa lista.
Pero así fue siempre. Vemos cómo Dios escogía a los líderes espirituales de Israel en el Antiguo Testamento y hasta hoy día. Vemos también cómo hizo con los apóstoles. Eligió hombres toscos y sin letras para usarlos poderosamente. A Pablo, que era un erudito bíblico, hebreo de hebreos y fariseos, formado por el más grande maestro, llamado Gamaliel, cuando Dios lo llama lo envía como apóstol de los gentiles, o sea, de los no judios, a quienes poco les importaría saber toda la tradición y teología judía.
Escoge a Pedro, hombre tosco y sin estudios, para enviar a los judios que tanto se jactaban de su intelectualidad, conocimiento bíblico y cultura y despreciaban al ignorante. Dios hizo este intercambio divino para su gloria, para mostrar que no se trata de capacidad humana, sino del poder de Dios.
Da la impresión que con este intercambio divino Dios quería humillar a Pablo, usando a los gentiles, y a los judíos usando a Pedro, y demostrar que Él era soberano en todo.
Esto no implica que no estudiemos ni nos preparemos, tampoco implica tener baja autoestima o un concepto miserable de uno mismo; sencillamente, se trata de dependencia, de fe de creer que Dios suplirá todas nuestras necesidades y que Él es el que está con nosotros cuando le servimos.
Veamos, a grandes rasgos, la vida de dos personajes del Antiguo Testamento. Uno que era débil, acomplejado, tímido, con un concepto bajo de sí mismo, y otro que se consideraba fuerte, que tenía el poder y creía que podía lograr todo lo que quisiera sin tener en cuenta a Dios. Ninguno de los dos son líderes que Dios recomendaría seguir, es por eso que Él interviene y fortalece al débil para usarlo y al que se consideraba fuerte lo vuelve débil para que, desde ahí, desde su debilidad, Dios lo vuelva a hacer fuerte en Él y pueda usarlo. Los nombres de estos dos personajes son Gedeón y Sansón.
El período de los jueces se da desde la muerte de Josué, que fue reemplazante de Moisés, quien quitó a Israel de Egipto, hasta el primer rey, Saúl, quien fue coronado por el último juez, llamado Samuel. Hubo 14 jueces en ese período.
Estos líderes eran levantados de manera natural por Dios. No eran reyes ni heredaban cargos familiares, ni eran militares, ni el pueblo les escogía; sencillamente, cada tanto aparecía uno que Dios levantaba y les libraba del juicio.
Eran tiempos duros, había mucha confusión y persecución porque el pueblo era necio y, una tras otra vez, se olvidaban de su Dios para practicar religiones paganas. El ciclo era siempre este: el pueblo se rebelaba, Dios traía un juicio, el pueblo se arrepentía y clamaba salvación, Dios levantaba un juez a quien todos seguían. Mientras el juez vivía, el pueblo estaba con Dios, este líder moría y el pueblo, paulatinamente, volvía a rebelarse hasta que Dios enviaba el siguiente juicio. Y así el ciclo continuaba, una y otravez, siete veces en total (Jueces 2.18-20).