- Por Aníbal Saucedo Rodas
- Periodista, docente y político
No es precisamente la racionalidad la piedra de ángulo de nuestra política. Ni es la lógica la que determina su ruta. Ni siquiera el sentido común. Hagamos aquí una distinción entre el manejo de los asuntos del Estado y las arengas proselitistas, en las cuales la pasión fija el discurso ideológico-emotivo. Pero en nuestro caso todo está revuelto. Los necesarios límites que la razón científica ha establecido solo sirven para ser pisoteados. El miserable interés sectario -ni siquiera es partidario- engulle con voracidad de tiranos el ideal de una sociedad democrática, solidaria y unida en su diversidad. Y, lo peor, sin el rigor del análisis, por simple ojeo, somos arrastrados a esas disputas de terquedades ajenas, cargando con el fanatismo que obnubila. Y sin el esfuerzo o la negación al discernimiento propio, la ciudadanía continúa siendo la gran perdedora.
No hace falta estar en el poder para destrozar sueños y frustrar esperanzas. Y, contrariamente, tampoco es necesario estar en el poder para ser útil a la patria, como declarara ese monumento a la moral que se llamó Juan León Mallorquín. Al Partido Nacional Republicano, sus adversarios ya le han colgado todos los males de nuestro país. Según sus enemigos -una categoría superior a la del adversario-, es de redención imposible. Es que sus árbitros parcelan la historia y lo juzgan dentro de un determinado contexto. Como sea. Queda, entonces, la tabla flotante de la oposición. En sus diferentes fracciones e ideologías. Hasta en sus dos concertaciones.
Si la oposición se presenta como el cambio, tiene la obligación de ser diferente. Pero la actitud adoptada frente a las ternas resueltas en el Consejo de la Magistratura para completar los cupos que dejaron los miembros jubilados del Tribunal Superior de Justicia Electoral (TSJE) nos confirma que es más de lo mismo. No es una frase original. Pero es la que mejor se ajusta a las declaraciones de algunos senadores, para quienes “en la democracia la mayoría manda”. No importan las argumentaciones reflexivas, la Constitución Nacional, ni las leyes ni los reglamentos. Solo los números. A quienes continúan sosteniendo que hay que dar una vuelta de hoja a la dictadura estronista, les digo que el daño causado a la democracia y a la cultura democrática tiene signos de irreversibilidad, al menos, para algunas generaciones más. No me siento condicionado por un determinismo fatalista de que estamos condenados por la mediocridad y el autoritarismo. Solo pienso que somos demasiados pasivos e influenciados por nuestras adhesiones partidarias. Los cambios reales nunca llegan desde arriba.
Ya lo dije varias veces, pero para los que llegaron para la segunda función aclaro que soy militante en reposo del Partido Nacional Republicano, hoy conocido como Partido Colorado. Con una historia mal aprendida y peor contada. Mas eso es otro capítulo, no de un comentario, sino de un libro. No obstante, cuando intento evaluar los acontecimientos que nos agobian como República, trato de ser lo menos colorado posible y lo más crítico que pueda (no siempre lo consigo). También ya lo dije en reiteradas ocasiones. Desenredemos el nudo de la cuestión que nos ocupa. Empecemos por el Consejo de la Magistratura. Tiene dos representantes del gremio de los abogados, uno de las universidades privadas y otro de las nacionales, uno del Poder Ejecutivo, uno de la Cámara de Diputados y otro de la de Senadores y uno de la Corte Suprema de Justicia. De los ocho miembros solo uno estuvo en desacuerdo. Ni siquiera participó de las sesiones, donde podría haber expuesto sus fundamentos jurídicos, pero optó por la mediática retirada. Era más rentable ganar los titulares de los diarios que defender las convicciones en el lugar donde tendría que haberlo hecho. Pero así somos.
Seamos serios. Las ternas fueron conformadas, por un lado, por Emilio Camacho, del Frente Guasu (FG); César Rossel, del Partido Liberal Radical Auténtico (PLRA), y Édgar Urbieta, y, por el otro, por Myrian Cristaldo (PLRA), Jorge Bogarín (FG) y Gustavo López. Sin embargo, los senadores del conglomerado opositor no están de acuerdo. Especialmente un sector de los radicales auténticos y frentistas. Para ellos, el doctor Camacho debería encabezar una de las ternas y Rossel, la otra. Las ternas, por lo visto, solo son simples formalismos. Ya todo estaba arreglado (en el Senado). Entonces vino el aluvión: Que el cartismo metió la mano. Que el “equilibrio” está herido de muerte. Que se atentó contra la democracia y la pluralidad. Y para “enmendar errores” apareció un personaje siniestro -igual que su mentor- como Miguel Fulgencio “Kencho” Rodríguez (ex colorado y hoy luguista), para quien el que tenga 23 votos puede hacer lo que quiera en la Cámara de Senadores. Seguimos dañando a la democracia con el legado del estronismo y sus irredentos nostálgicos.
Sin ser jurista ni candidato interesado en algún cargo electivo, me animo a proponer que para los próximos concursos de selección de ministros del Tribunal Superior de Justicia Electoral y de la Corte Suprema de Justicia copiemos el sistema del sorteo que se aplica en el fútbol. Que cada aspirante participe de acuerdo con el combo partidario que le corresponde. Así, los colorados competirán solo con colorados, los liberales solo con liberales, y el tercer espacio y demás, en iguales condiciones. Ahí, casi seguro, los conflictos se trasladarán a las fracciones. Pero no perdamos la fe. Alguna la vez la integridad tendrá más valor que los colores. Alguna vez. Buen provecho.