El ideal de Dios en la familia está en el mismo principio de la Biblia donde Él ordena a Adán y a Eva unirse y reproducirse; o sea, formar una familia. Luego, a lo largo de toda la Biblia, vemos los principios que sostendrán saludable y armónicamente esa unión, tales como la monogamia, la fidelidad, la ayuda mutua, el respeto, la tolerancia, el perdón, la complementación, la contención emocional y espiritual, la consagración a Dios y muchos mandatos más que nos garantizan una familia unida y feliz.

La familia es la célula fundamental de la sociedad y ha sido banalizada a causa del pecado como el adulterio, la violencia, el abuso emocional y sexual o el divorcio, entre otras cosas. Pero esos vicios no le quitan su importancia ni su solemnidad, así como todas las enfermedades no quitan la importancia y la necesidad de la salud. No porque abunden enfermedades la salud deja de ser importante; al contrario, se valora y es más necesaria que nunca.

El matrimonio y la familia compuesta por un padre, una madre y sus hijos nunca desaparecerán. A la familia se intenta redefinirla, darle otro enfoque, incluso desvirtuarla, pero jamás podrán contra ella porque es natural, necesaria y divina.

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Desde que entró el pecado a la humanidad a través de Adán y Eva vemos que, en el mismo instante que pecaron, su relación matrimonial fue afectada: se vieron desnudos (descubiertos o sin cobertura), tuvieron vergüenza de su desnudez (o sea, su transparencia e inocencia fueron afectadas, ya no eran inocentes ni transparentes), se escondieron de Dios (su comunión divina se descompuso) y tuvieron temor (un sentimiento que bloquea y paraliza). Todo eso en el mismo instante en que desobedecieron a Dios (Génesis 3).

Dios había ordenado que Adán y Eva se multiplicaran. Luego de la caída, Dios dijo que la orden de reproducirse seguiría, pero los partos de la mujer serían con dolor, o sea que los hijos vendrían con dolor. Aunque esto se refiere específicamente al dolor físico del parto natural, el principio es que los hijos traerán, a causa del pecado, dolor a sus padres. Y, en general, es así; nuestros hijos, muchas veces, nos decepcionan y nos acarrean dolor, especialmente desde la adolescencia, cuando ya se va manifestando su naturaleza caída. Así también nosotros, en mayor o menor medida, hemos traído quebranto y dolor a nuestros padres. Los seres humanos entraban en su estado caído.

Desde ese instante, y como veremos solo en el primer libro de Génesis, el ser humano resultó tan severamente herido por el pecado que notaremos cómo la familia fue siendo destruida paulatinamente en una espiral descendente.

Es claro para la Biblia que los problemas de las familias son a causa del pecado y del alejamiento de los mandamientos divinos. De hecho, el libro de Génesis, que empieza con la creación del mundo, la creación de Adán y Eva y un estado perfecto de plenitud y felicidad eterna termina con la palabra “ataúd” o “sepulcro” (Génesis 50:26).

Así, en todo el Antiguo Testamento encontramos historias de familias destrozadas a causa del pecado. Las familias de Saúl, David, Salomón, incluso las familias sacerdotales, todas están llenas de miseria, desencanto, dolor, infidelidad, traición, abandono, abuso, violaciones y perversiones sexuales. Todo esto lo encontramos en todas las familias de la tierra.

Tenemos que entender que todo el dolor que sufre el mundo y todo el daño que tienen las familias es a causa del pecado que nos hace orgullosos y egoístas. Si miras tu propia vida o tu propia familia y analizas todo su dolor, te darás cuenta de que el pecado, manifestado especialmente en orgullo y egoísmo, ha sido el gran protagonista para todo ese dolor.

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