- Por Aníbal Saucedo Rodas
- Periodista, docente y político
Embriagado de su natural soberbia, el señor Mario Abdo Benítez (h) consideró que con ganar unas elecciones ya era suficiente. Nunca pensó en gobernar. No estaba preparado para hacerlo. Ni se preocupó en aprender. Y quienes podrían haberlo ayudado –por experiencia o formación– dándole una idea aproximada de lo que implican la estructura y funciones del Estado, prefirieron el camino rápido de la adulonería servil, pero productiva y recaudadora. Por tanto, la prioridad era –y es– apoderarse de los recursos públicos para provecho personal. La aventura política del presidente de la República estaba inspirada en el revanchismo y motivada por el rencor. No tenía más propósito que reivindicar a una dictadura cruel y salvaje, así como la memoria de sus familiares que formaron parte de ella. Estaba convencido de que con su triunfo torcería el juicio de la historia. Que borraría o, al menos, suavizaría el estigma que arrastra ese régimen que ahogó en sangre a nuestro pueblo. Por eso, una vez en el poder, no supo qué hacer. La crudeza de nuestro lenguaje no puede disfrazarse de eufemismos porque refleja la crudeza de una decadencia que está carcomiendo los cimientos de la República y la democracia.
Si por gobierno se entiende “el conjunto de personas –y su ampliación a órganos– a los que institucionalmente les está confiado el ejercicio del poder” y que “determinan la orientación política de una cierta sociedad” (Lucio Levi), nosotros estamos ante un monstruo deforme, desatinado y ciego que nos arrastró al estado de anarquía, ingobernabilidad y zozobra que hoy padece y atemoriza a la ciudadanía. Al fracasar los órganos de gobierno se vuelve borrosa la orientación política del Estado. Entre esas líneas confusas, imprecisas o inexistentes, el crimen organizado se expande y engorda con la inmoralidad pública, el vacío de liderazgo y la ausencia absoluta de autoridad. Y con estos ingredientes, encuentra poca o nula resistencia para sus infames operaciones.
Este desgobierno ya no da más. Si lo mejor que sabe hacer es hacer nada es tiempo de marcharse. Porque cualquiera que venga hará algo. Fue totalmente infructuosa la campaña ejecutada por sus voceros paniaguados y medios amigos, especialmente digitales, para presentar al presidente de la República como un líder de tiempos recios. Un capitán de mares bravíos. La realidad le selló la libreta de conscripción como no apto ni para marinero de aguas dulces. En momentos más sensibles de la pandemia, cuando las muertes por el covid-19 se multiplicaban y la crítica ciudadana alcanzaba elevados picos de indignación por la inoperancia gubernamental, el mandatario se refugió en un temeroso silencio. Es durante las crisis en que el presidente es el mensaje. Eso lo sabe hasta el aprendiz de comunicación política o de gobierno. Pero él prefirió desaparecer de escena.
La oleada de sicariatos está destruyendo hasta los fundamentos mínimos de la paz social. La violencia del crimen organizado ha rebasado ampliamente a las fuerzas de seguridad interior. Y hay sectores que fueron contaminados por el soborno y su consecuente complicidad. El atentado ejecutado contra el intendente de Pedro Juan Caballero, José Carlos Acevedo, quien se encuentra en condición delicada, se define en la contundencia de los titulares de los medios de comunicación: “Paraguay, a balazos, el Gobierno sin reaccionar” y “Crimen organizado campea ante inacción de autoridades”. Y en los severos cuestionamientos del gobernador departamental y hermano del agredido, Ronald Acevedo: “La mafia está carcomiendo el Paraguay”.
El presidente de la República recrea su mejor perfil: esconderse. Los periódicos han encarado esta dramática cuan caótica situación prácticamente con idénticas orientaciones: “Abdo está mudo y Policía desorientada”. La mudez del jefe de Estado puede tener su explicación. Las últimas veces que formuló declaraciones a los medios fueron para confesar lo que ya sabíamos: su incompetencia para ejercer el cargo. Como aquellas indignantes afirmaciones del 1 de febrero de este año: “Esto va a seguir, seguramente se van a seguir cobrando facturas” dentro del crimen organizado. Se normalizan las muertes cuando es entre delincuentes. Solo que aquel 31 de enero una persona inocente pagó la factura de víctima. Carecemos de un sistema de inteligencia que pueda golpear con dureza a estos forajidos. Y si existe, no funciona.
Aunque ya lo dijimos en varias ocasiones siempre es oportuno repetirlo: Ahora todos somos víctimas potenciales, situación que se agrava de confirmarse la versión que llega de Pedro Juan Caballero. De que dos personas fueron asesinadas para distraer la atención de la Policía y llevar a cabo el operativo central de atentar contra el jefe comunal. Pero Marito ya nos había advertido con un alentador mensaje: “Esto va a seguir”. Porque él solo se encaprichó en ganar unas elecciones. Entre sus planes no figuraba la palabra gobernar. Buen provecho.