• Por Emilio Daniel Aguero Esgaib
  • Pastor

Todos pensamos conforme a algo. Nuestros pensamientos –en cierta forma– no son nuestros. Son resultado de lo que se nos cargó en la mente a través de la educación, experiencias, ambiente, cultura, libros, películas, conversaciones, etc., que hemos acumulado en nuestra mente y formaron nuestra personalidad. Muchos de los que dicen ser “librepensadores”,se pasan nombrando pensamientos y citas de otros “librepensadores”, y estos –a su vez–nombran a los que les antecedieron. Aunque podemos tener nuevas ideas o nuevas maneras de ver la vida, indudablemente, somos resultado de lo que se nos ha cargado a lo largo de nuestras vidas, desde que hemos nacido.

En varias ocasiones, como cristiano, he recibido consejos de personas que me cuestionaban que estaba “adoctrinando” a mi hijo, enseñándole la Biblia. Me han dicho que no debo “limitarlo” en sus pensamientos y que debo dejar que decida sus propios criterios. De alguna manera, esto es parte del pensamiento colectivo actualmente:”Deja que tus hijos tomen sus propias decisiones”, “no trates de influenciar en nadie”, “cada quien es libre de pensar o formar su estructura de pensamiento según lo quiera”, etc.
El tema es que nadie nace sabiendo algo, todos somos resultado de lo que hemos aprendido o vivido. Entonces, si yo no influencio en mi hijo como padre y cristiano, no es que él “decidirá” qué va a ser o que él tendrá “libre pensamiento”. No. Lo que va a ocurrir es que otras personas y otras fuentes influenciarán en él: la televisión, los amigos, los profesores, la publicidad, los valores de esta cultura, los medios, etc. Ellos influenciarán en él, y si de todas maneras alguien cargará el “chip” de mi hijo, pues prefiero cargárselo yo con lo que creo es un buen parámetro para medir y fundamentar nuestros valores: La Palabra de Dios.

Mi tesis es sencilla: Miro cómo viven, en general, los que han sido instruidos por el sistema (valores, medios y cultura sin Dios que vive este mundo) y miro a aquellos que sí han sido educados verdaderamente en una fe bíblica. Observo sus valores, sus estilos de vida, sus familias, matrimonios e hijos. Veo cómo está la sociedad y quito mis conclusiones: En la mayoría de ellos, veo frustraciones, división, violencia, promiscuidad, desesperanza, adulterios, divorcios, excesos, vacío, rebeldías, contiendas, vicios, rencores, etc. Todo esto, disimulado por la “anestesia” de la diversión, el entretenimiento y el maquillaje de la apariencia. Lo sé, porque a lo largo de estos años como pastor he escuchado a muchas personas en consejería y todos tienen un denominador común en la fuente de sus fracasos y frustraciones: no han tenido en cuenta a Dios ni a su Palabra.

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Yo mismo he sido víctima de este sistema, y nada bueno puedo rescatar de él, que me pudiera dar alguna ventaja o enseñanza que haya valido la pena aprender o transmitir a mis hijos.
Por lo general, aquellos que me dicen que no “limite” a mi hijo en una “burbuja” cristiana, ellos mismos “adoctrinan” a sus hijos con los valores del mundo.
Entonces, ¿tienen los niños librepensamiento? ¿Ellos serán lo que quieren ser o serán el resultado de lo que aprendieron o vivieron?

La Biblia dice: “Porque cual es su pensamiento en su corazón, tal es él.” (Pr 23.7), y en una sociedad donde se oyen tantas voces y cada una quiere prevalecer sobre la otra, nosotros los cristianos, debemos aprender a pensar como la Biblia piensa. De esa única forma podemos distinguir lo verdaderamente bueno de lo malo,ya que incluso la línea divisoria de ambos se ha borrado en esta sociedad porque, según los defensores de esta forma de pensamiento “abierto”, nada es bueno ni malo en sí mismo sino que todo depende de los criterios que tengamos.

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