- POR LEA GIMÉNEZ
- Economista y ex ministra de Hacienda
Entre el 2002 y el 2018, Paraguay se destacó en la región por reducir la pobreza en aproximadamente 50% y duplicar su población de clase media. El ingreso laboral, asociado al crecimiento, fue identificado como el principal factor explicativo de estas dinámicas positivas.
Entre 2013 y 2018, en coincidencia con importantes reformas legales e institucionales en el campo laboral, la ocupación informal se redujo más de 10 puntos porcentuales (de aproximadamente 78% a 64,4%). A partir del 2018 esa tendencia se revirtió y, en 2020, la informalidad volvió a subir llegando a 65.1%, aproximadamente 1.764.000 personas de las cuales unas 1.376.000 (casi el 80%) percibieron menos del salario mínimo. Además, el salario real promedio en Paraguay, o capacidad de compra del trabajador promedio, está en caída libre desde el 2018. Esto evidencia una pérdida de “calidad” de los empleos. Además de ganar menos en términos reales, los altos niveles de informalidad impiden a los trabajadores aportar al sistema de previsión social y acceder a una jubilación.
SALARIO Y PRODUCTIVIDAD
De acuerdo con los datos de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), Paraguay tiene la productividad más baja de todo el continente americano, un continente donde los países se caracterizan por un bajo y estancado nivel de productividad. Lo que es peor, en pospandemia aumentaron las diferencias de productividad entre un trabajador promedio de los países de ingresos altos y los de ingresos bajos: los primeros son hasta 18 veces más productivos que los segundos. La productividad depende de dos factores: la innovación tecnológica de las empresas, pasando de tecnologías bajas a tecnologías medias y altas; y la apropiación por los trabajadores de esas nuevas tecnologías lo cual supone procesos de educación básica de calidad y capacitación permanente y acorde con el desarrollo de la industria.
Paradójicamente, a pesar de nuestra baja productividad laboral que se expresa en empleos de baja calidad, el costo mínimo de contratar un trabajador formal en Paraguay –que se calcula dividiendo el costo de pagar el salario mínimo además de todos los otros costos salariales y no salariales por el PIB por trabajador– es de 68%, muy por encima del promedio regional (39%). Es decir, el costo mínimo del trabajo asalariado es desproporcionadamente mayor que en países de ingresos promedios mucho más altos. Al agregar rigideces al mercado laboral, el salario mínimo, que originalmente tiene por objetivo garantizar un ingreso mínimo y formalizar a los trabajadores, tiene un efecto contrario que se refleja en nuestras estadísticas laborales.
NECESITAMOS ESTAR MEJOR
Hoy, el principal y más urgente desafío de Paraguay es el acceso a empleos de calidad. Sin embargo, no se trata solo de generar empleos de calidad, sino suscitar una economía que promueva la productividad a través de la formalización y la capacitación constante. Es decir, impulsar políticas que de manera proactiva incentiven la creación de empleos formales, que permitan a los trabajadores crecer profesionalmente, y que puedan garantizar un salario digno y cobertura del sistema de previsión social. Esto nos permitirá avanzar más rápidamente en la buena senda de crecimiento y formalización que veníamos transitando y disminuir la precariedad y vulnerabilidad económica de los trabajadores y sus dependientes.
¿CÓMO LOGRARLO?
Existen barreras importantes para la generación de empleo formal que deben ser abordadas con franqueza y pragmatismo para poder superarlas y movernos así a un nuevo equilibrio con mejores indicadores de empleo. Necesitamos asegurar la formalización y la protección social del trabajador y la trabajadora haciendo que los costos de la formalidad sean más bajos que los de la informalidad, promoviendo condiciones especiales para que las pequeñas empresas puedan formalizarse, la transparencia del mercado laboral, y la movilidad del trabajador y la trabajadora sin que esto suponga pérdida de beneficios, impulsando un sistema de remuneración por resultados que premie el esfuerzo de mayor productividad con una remuneración superior al mínimo legal. También debemos de desarrollar mecanismos que garanticen la estabilidad laboral y alienten la inversión de las empresas en la formación continua de sus trabajadores sin castigar a los y las trabajadoras más jóvenes.
Es clave entender que el aumento de la productividad se asocia a un conjunto de medidas vinculadas a la inversión continua en innovación, tecnología, y capital humano y no con un mero aumento del salario mínimo. Por ejemplo, mi productividad como trabajadora será mayor a medida que aumenta mi capacidad para leer y entender, formular y resolver problemas matemáticos, trabajar en equipo y gestionar conflictos humanos (asertividad, empatía, servicio). También puedo ser más productiva a medida que en mi lugar de trabajo se incrementa la inversión en tecnologías productivas (máquinas y herramientas con TICs) y yo aprenda a utilizarlas. Lo que hará que mi trabajo sea más eficiente y efectivo. Por tanto, seré más productiva a medida que mi empleador fomente la innovación, invierta en tecnología, y facilite mi capacitación continua, mi entrenamiento en servicio, y mi actualización permanente. La banca pública de desarrollo, por su parte, puede contribuir a generar instrumentos financieros válidos para los flujos de caja y modelos de negocio de las pequeñas empresas de manera a que estas puedan invertir y mejorar su productividad. El trabajo en equipo de las empresas será más productivo a medida que estas invierten en la formación de mandos medios capaces de organizar el trabajo y articularlo con los objetivos de la empresa. Finalmente, todos seremos más productivos a medida que internacionalicemos nuestra economía para que nuestros productos y servicios puedan competir a nivel internacional.
La política de salario mínimo no afecta a todos los trabajadores por igual. Para entenderlo mejor tomemos las últimas estadísticas laborales: en nuestro país, 952.000 trabajadores, 3 de cada 10, son asalariados que ganan más del salario mínimo y sus ingresos en vez de mejorar pierden valor relativo con un reajuste del salario mínimo ya que no son afectados por el aumento obligatorio. Por otro lado, los trabajadores no asalariados, categoría que engloba a pequeños empresarios, cuentapropistas y no remunerados totalizan 1.556.000 personas (4 de cada 10 trabajadores), para quieres el aumento del salario mínimo no mejora sus ingresos, sino que, más bien, tiene un impacto inflacionario porque incrementa sus gastos empresariales y familiares.
El incremento del salario mínimo si protege el valor del salario de 355.000 asalariados que ganan salario mínimo, 400.000 jornaleros y 230.000 asalariados domésticos. En otras palabras, solo 3 de cada 10 trabajadores se benefician con un reajuste retroactivo del poder adquisitivo de sus salarios. Los restantes 7, no solo no se benefician, sino que hasta pueden salir perjudicados y para ajustarse a la inflación tienen que ajustar sus gastos y reducir su calidad de vida. Está claro entonces que el salario mínimo no es una panacea y es necesario trabajar en políticas salariales y laborales complementarias, más justas, inclusivas, y en armonía con políticas de incremento de la productividad por la vía de la innovación tecnológica y la capacitación continua de los trabajadores.
Las políticas públicas acertadas no se imponen, se discuten y se acuerdan. La reactivación de las mesas de diálogo social tripartito, creadas y organizadas a partir del 2014, son el espacio más adecuado para negociar, con una visión de gana-gana-gana, políticas salariales y de empleo que incentiven la formalidad y la productividad. Formalizar a la economía y mejorar la productividad no es ciencia oculta. Si requiere de capacidad de consensuar medidas pragmáticas donde cada parte ceda algo a cambio de alcanzar un mejor equilibrio en conjunto. Necesitamos de una clase media pujante, resiliente, que pueda dar su mejor contribución a nuestro crecimiento hoy mientras que entre todos invertimos en las generaciones futuras. Además de resolver cómo promover la creación de empleos formales, debemos facilitar el encuentro entre el buscador de empleo y el buscador de personal mediante la adecuación de la oferta a la demanda y el aprovechamiento de nuevas tecnologías hoy disponibles para poner mayor información al alcance de todos. Con el aumento de la calidad de los empleos y la productividad laboral, vamos a estar mejor.
Esther Duflo y Abhijit Banerjee, los Nobel en economía, analizaron encuestas de hogares de 13 países en desarrollo y concluyeron en un famoso estudio que la principal diferencia entre los considerados pobres y aquellos considerados clase media es “para quién trabaja y en qué términos”; en otras palabras: lo que caracteriza a la clase media es un buen empleo. De manera muy simple, pero también rigurosa, estos grandes economistas definen algo que sabemos muy bien en Paraguay: un buen trabajo es un trabajo estable y bien pagado que permite el espacio mental necesario para hacer todas esas cosas que sabemos hacer bien.