- Por el Hno. Mariosvaldo Florentino
- Capuchino
“Mis ovejas conocen mi voz y yo las conozco a ellas. Ellas me siguen y yo les doy la vida eterna” Jn 10, 27.
Después de la muerte y resurrección de Jesús, la vida de sus discípulos no podía ser la misma. Ellos ahora sabían que Jesús es el Señor, que es el Dios viviente y todopoderoso. Todas las cosas que él había dicho antes, sus promesas, sus enseñanzas, sus mandamientos... ahora encuentran que tienen mucho más sentido y valor. La luz de la resurrección de Cristo iluminaba todo el pasado que ellos habían vivido juntos y ven perspectivas muy bonitas y desafiantes para el futuro.
Ciertamente fue muy reconfortante para los discípulos recordar que Jesús había dicho “yo soy el Buen Pastor”. Ahora que ya había pasado todo (la pasión, la cruz, la muerte, la sepultura y su gloriosa resurrección), ellos podían entender mejor que significaban aquellas palabras, antes tan enigmáticas: “El buen pastor da su vida por sus ovejas”, o “yo mismo doy mi vida, y la volveré a tomar”.
En la época de Jesús, todos estaban acostumbrados con los pastores. Ellos sabían que muchos pastores trabajaban solamente por la plata, y que jamás correrían peligro por sus ovejas. Sabían que muchos pastores eran incapaces de renunciar a alguna comodidad, para salir a buscar una oveja que se había extraviado. Sabían también que hasta los mejores pastores cuidaban las ovejas por interés, para tener lana, para tener leche, para tener un día la carne, pues nadie hacia este trabajo solo por amor a las ovejas. Por todo esto, las palabras de Jesús cuando fueron dichas, antes de su misterio pascual, no tenían mucho sentido. Jesús les hablaba de un modo de ser pastor, como ellos nunca habían visto antes. No podían ni imaginar que un pastor pudiera dar la vida por sus ovejas, esto era simplemente un absurdo, un hombre vale mucho más que estos animales. Así como, no les era concebible pensar en la posibilidad que un Dios pudiera aceptar ser torturado y ser muerto para salvar a los hombres.
Por eso, yo me imagino la consolación y la fuerza que sintieron los apóstoles cuando empezaron a recordar las palabras de Jesús.
También nosotros estamos invitados en este domingo a escuchar a Cristo resucitado que nos repite a cada uno: “Yo soy tu Buen Pastor. Y estoy dispuesto a sufrir todo de nuevo por ti. Soy capaz de dar mi vida para que seas feliz. Nadie me obliga, pero con el amor que te tengo, no puedo cruzar los brazos y dejarte. No quiero perder a ninguno de los que el Padre me dio”.
Pero, por otro lado, los discípulos se sentían comprometidos con este Señor. No era solamente un recuerdo sentimental, que dejaba todo igual. Ellos querían escuchar la voz de este Buen Pastor. Ellos querían seguir sus pasos. Ellos querían tener ya la vida eterna. Y lo hicieron con mucha fuerza y decisión.
¿Y nosotros?
El Señor te bendiga y te guarde.
El Señor te haga brillar su rostro y tenga misericordia de ti.
El Señor vuelva su mirada cariñosa y te dé la paz.