- Por el Dr. Miguel Ángel Velázquez
- Dr. Mime
En el cerebro, muchos neuroanatomistas de la antigüedad desnudaban su vocación de poetas. Pero a mi entender, algunos se fumaban el perejil de la ensalada para ver determinadas figuras en la anatomía del encéfalo. Uno de ellos era Julio César Arancio, quien en 1579 creyó observar en un corte axial del cerebro la figura de un caballito de mar a cada lado de la línea media, en la base del cerebro y en la profundidad de sus circunvoluciones. Pero no solo vio el caballito, sino también describió un pedestal, un caparazón de tortuga, un arpa y un gusano de seda. De esto se pueden concluir dos cosas: que la poesía impregna desde siempre a la Neuroanatomía, y que Arancio estaba bajo los efectos de alguna potente droga de la cual no tenemos idea, pero que debe de haber sido bastante alucinógena. Los neuroanatomistas tenemos de loco un poco y de poeta bastante… ¿o es al revés?
A la alocada visión del bueno de Arancio se sumó (probablemente consumiendo la misma sustancia que él, pero en mayor cantidad, o al menos, “pegándole” bastante peor) un holandés llamado Ysmar van Diemerbroeck, que era ayudante de Arancio, y cuyo difícil apellido no volveré a escribir. Este no solo validó lo observado por Arancio, sino que a la porción frontal (correspondiente a la cabeza del caballito) le llamo “pie del hipocampo” y a los pequeños engrosamientos que sobresalían de esta estructura les llamó “dedos del pie hipocámpico”. Considerando que estos animalitos marinos no poseen pies, y mucho menos dedos, el holandés de nombre difícil definitivamente se inhaló el polen de las amapolas de las afueras de Ámsterdam. Y lo corroboramos cuando nos damos cuenta que colocó el pie del hipocampo… ¡¡¡en la cabeza del animalito!!! Dejando esta jocosa historia neuroanatómica de lado, la pregunta del millón es: ¿de qué entonces se ocupa el hipocampo? Se sabe que extirpando los dos hipocampos hay pacientes que curan sus crisis epilépticas refractarias (esto es: resistentes a todo tipo de medicación). Pero esos mismos pacientes pierden gran parte de su capacidad de atención, a tal punto que no pueden aprender nada más después de extirpados los hipocampos, sufriendo lo que se conoce como amnesia anterógrada: imposibilidad de aprender habilidades o eventos nuevos posteriores al hecho que causa dicha afección. Al hablar de memoria hemos dicho que existían dos tipos: una declarativa y otra procedimental. La memoria declarativa se activa de manera consciente y se refleja en los signos, la escritura, los números, los símbolos y el contenido del lenguaje, y se graban en ella todos los conocimientos tanto de la autobiografía como de contenido general, el saber, la cultura. La memoria procedimental almacena aptitudes motoras aprendidas, como peinarse, equilibrarse en motocicleta o pintar. Cuando se lesionan los hipocampos de forma bilateral, los individuos no pueden aprender nada nuevo, por lo que la memoria declarativa es la que se daña, pero la memoria procedimental se destacará cada vez más en estos individuos, aunque estos no se percaten de ello, ya que todas las veces les parecerá algo nuevo.
El hipocampo es fundamental para el aprendizaje de nuevas habilidades Mediante el estudio del hipocampo nos hemos dado cuenta de que la memoria declarativa muestra una organización temporal estricta, ya que, por ejemplo, puede retener un número telefónico por algunos segundos mientras se busca un papel para anotarlo. Si la persona no encuentra el papel o no marca el número en cuestión, entonces se olvidará del mismo, a menos que tenga un especial interés en recordarlo. Por eso, es probable que las zonas de asociación del lóbulo frontal (la corteza dorsal prefrontal) alojen a esta memoria de trabajo en forma de ondas de memoria como episodios de descargas neuronales que desaparecen enseguida. Los hechos que requieren memorización inmediata, pero efímera (números de teléfono, direcciones, coordenadas para llegar a un lugar) se almacenan en zonas de asociación de la corteza frontal. Entre la memoria de trabajo y la de larga duración se encuentra un tipo de memoria más que es intermedia, y es la memoria a corto plazo o memoria de trabajo. El contenido de la misma es el de los últimos minutos u horas, y consiste en una especie de cribado de recuerdos antes de que estos se almacenen en la memoria definitiva, la de largo plazo. Esta memoria tiene su asiento anatómico igualmente en el caballito de mar, el hipocampo, y hablamos de ella un poco más abajo.
El hipocampo hace las veces de un croupier: reparte contenido de memoria en distintas partes del cerebro como el croupier reparte las cartas a los que van a jugar la mano en la mesa de póker. El hipocampo maneja la distribución de la memoria según el hemisferio, como hemos dicho, a manera de un croupier que reparte cartas, el hipocampo reparte información. Tras examinar sus contenidos, los deriva a sus distintos sitios de almacenamiento. Al hemisferio izquierdo corresponde la memoria de los hechos o memoria semántica, como por ejemplo en qué país está Cancún. Al hemisferio derecho corresponde la memoria episódica o memoria autobiográfica ligada a las emociones, como las vacaciones en Cancún, los momentos vividos con nuestra pareja o la noche que pasamos en Coco Bongo. Igualmente, cuando recordamos algo personal, siempre interviene primero el hemisferio izquierdo, porque primero se corrobora en la memoria de los hechos antes de correlacionarla con la memoria episódica. Los lóbulos frontal y temporal del cerebro piden las informaciones almacenadas, las combinan, y las transmiten a los sistemas motores; es decir, a la acción. Caballos de mar y analogías neuroanatómicas que nos tienen maravillados y... DE LA CABEZA. Nos vemos en siete días.