- Por Marcelo Pedroza
- Psicólogo y magíster en Educación
- mpedroza20@hotmail.com
La vitalidad de las acciones manifiesta el origen afectivo y cognitivo que yace en cada ser. El intercambio entre ambos aspectos es inherente a la existencia humana. Hay múltiples vigores que se expanden en el grandísimo espectro interno y fluyen exteriorizándose en las más diversas expresiones. Es la universalización de las afectividades la que se une a las variadas inteligencias prácticas que se lucen en el vivir. Lo uno requiere de lo otro, así en el cruzarse se complementan, se retroalimentan. Percepciones que estimulan sentimientos, y estos que fundan hábitos que fomentan comportamientos. Las relaciones se fortalecen al identificar lo que las moviliza, al interpretar lo que representan, al valorizar lo que significan. Jean Piaget en un exhausto análisis dedicado a la organización mental enmarca la complementariedad de lo energético o afectivo con lo estructural o cognitivo.
Si la energía reside en el interior es determinante saberse poseedor de la misma. Esa natural tenencia necesita de atención para que se facilite su protagonismo. Éste al activarse se encargará de direccionar el pensamiento hacia los intereses que sustentan las conductas. Por ello la relevancia de las razones que predominan antes del proceder y que de alguna forma dan luz para ver, sonidos para oír y emociones para sentir. Lo que nace con una energía tiene sus consecuencias conforme a su sintonía. Por lo tanto las intenciones son las abanderadas de los tratos entre dos o más. Los actos pronuncian lo que aquellas quieren decir. Los mecanismos utilizados tienden a difundir, en cualquier momento y a través de alguna vía, las pretensiones que establecen los modos de conducirse. Es así que la ponencia de las similitudes como la de los antagonismos tiene su hora de aparición, lo que resalta la heterogénea capacidad de abstracción que almacena la humanidad.
En el desplazamiento hacia el medio en el que se habita se produce una búsqueda constante de equilibrio vincular. Y éste es el que pregona el bienestar de los afectos, el que explora las virtudes, el que se interpela para saberse congruente ante los demás, el que desarrolla criterios que permiten comprender los hechos. Hay razones para aprender unos de otros, más cuando los pareceres pasan al plano del conocimiento, dando valor a las visiones que materializan las expresiones.
Una necesidad está sujeta de alguna manera a otras y cada cual espera su propia satisfacción, lo que ocasiona la puesta en marcha de todos los circuitos inherentes, como por ejemplo lo sensorio motriz, para darle viabilidad a la concreción de lo pensado y compartido. En su obra “La psicología de la inteligencia”, Piaget dice: “En la medida en que el sentimiento dirige la conducta atribuyendo un valor a sus fines, es preciso por lo tanto limitarse a decir que suministra las energías necesarias a la acción, mientras que el conocimiento le imprime una estructura”.
La inteligencia vive lúcidamente en el infinito de la afectividad y a la inversa. La valoración de los actos conduce a la estructuración de la conducta. Y fortalece la regulación energética externa que se manifiesta socialmente.