- Por Lea Giménez
- Ex ministra de Hacienda
Nuestra resiliencia económica frente a las diversas crisis y a los diversos choques que se suscitaron en los últimos años, particularmente en la última década, se robusteció principalmente gracias a nuestro compromiso tácito pero proactivo con la estabilidad macroeconómica a lo largo de múltiples gobiernos y a pesar de los vaivenes políticos. Esa resiliencia, sin embargo, no se mantiene por simple inercia y hoy estamos empezando a pagar muy caro, con estancamiento e inflación, la improvisación política que se tradujo en casi cuatro años de acción errática.
A pesar de algunos fuertes tropiezos, como los históricamente bajos niveles de inversión y la descomunal suba de salarios públicos en el 2012 –que inició la tendencia de resultados fiscales deficitarios– consolidamos gradual pero decididamente un modelo de gestión en base al equilibrio macroeconómico, el manejo responsable de las finanzas públicas, la inversión pública en infraestructuras y protección social. Gracias al manejo prudente de la política monetaria, aun cuando enfrentamos una suba fuerte de precios de los alimentos en el 2015-16, pudimos mantener hasta el 2021 el compromiso de cumplir con los objetivos inflacionarios, o, en otras palabras, evitamos cobrar a los ciudadanos el impuesto confiscatorio y sin ley que es la inflación descontrolada.
También logramos gradualmente mejorar nuestra imagen país, la que, acompañada de un manejo prudente del crédito externo, nos permite financiar la inversión a tasas y plazas favorables para el proceso de desarrollo del país. Además, gracias a las leyes de acceso a la información pública que clamaba la sociedad civil y que encontró suficiente apoyo político en el 2014, empezamos también a transitar un periodo nunca antes visto de transparencia en la gestión pública y de consecuente depuración de un sistema antes caracterizado por la total opacidad y arbitrariedad que sentó las bases para una mayor vigilancia ciudadana de la gestión pública.
Son pasos importantes de los que tenemos que enorgullecernos. Estos pasos nos permitieron hacer frente a la sequía del 2019, a la pandemia que inicio el 2020, y, principalmente, a la ausencia de una visión clara del rumbo a seguir desde finales del 2018. Sin embargo, ese colchón que brinda la estabilidad macroeconómica no es inmutable, requiere de constante atención, cuidado, y mantenimiento. Hoy, luego de cuatro años de ser aprovechado, ese colchón se ve fuertemente debilitado. El margen de maniobra de la política fiscal y monetaria; es decir, la capacidad de Paraguay de responder a nuevos choques negativos, sean estos exógenos o endógenos, está totalmente disminuido.
La crisis del 2008 le costó a la región 10 años de estancamiento en el crecimiento del ingreso per cápita (el ingreso por habitante es un indicador comúnmente usado para estimar la riqueza económica de un país). La pandemia en combinación con la falta capacidad y voluntad política para llevar adelante cambios necesarios para avanzar contra corriente nos dejará otra década perdida. No podemos darnos el lujo de seguir perdiendo tiempo o de culpar a los choques externos de todos nuestros males. La realidad es que siempre hemos estado expuestos a choques externos.
A pesar de la tremenda caída en los precios de los commodities, el desplome económico de nuestros principales socios comerciales, y el arrebate de nuestros ahorros fiscales en el 2012 que convirtió el ahorro fiscal en gasto corriente para pagar salarios, el Paraguay, entre el 2013 y el 2018, logró destacarse por una economía que se desacoplaba de sus principales socios comerciales y de la región y crecía muy por encima de la región. No solo era un crecimiento sostenido, sino que se logró suavizar la volatilidad que siempre caracterizó a nuestra economía. Esto no fue azar y tampoco estuvo asociado a vientos de cola favorables o a un boom de precios de las materias primas que exportamos. Fue fruto de decisiones deliberadas convertidas en líneas de acción claras y sostenidas.
Los principales pilares de la política fiscal, la recaudación y el gasto fueron aprovechados de manera inteligente para hacer más con menos. Sin crear nuevos impuestos, la ampliación de la base tributaria en combinación con la modernización de la administración tributaria y el combate de frente a la evasión impositiva dieron lugar a un crecimiento importante en la recaudación; es decir, una mayor eficiencia administrativa a la hora de recaudar incrementó los ingresos genuinos sin crear nuevos impuestos. Los esfuerzos para mejorar la focalización de los programas sociales y para fortalecer el sistema de inversión pública en combinación con una mayor transparencia y racionalización del gasto permitieron realizar un gasto inteligente.
Por un lado, se reestructuró el déficit: en el 2012, más del 52% de déficit se destinaba a salarios; entre el 2013 al 2018 100% del déficit fue destinado a inversión. Por otro lado, crecimientos récord de la inversión pública en infraestructura y capital humano y de la inversión social generó empleo y un mayor impacto económico positivo para todos los ciudadanos. La fortaleza de la política fiscal inteligente se hizo sentir a través de un crecimiento apreciable y sostenido. A su vez, la política económica nos permitió poner a Paraguay en el mundo, atraer inversión, acceder a nuevos mercados, promover la industrialización, y, lo mas importante, generar fuentes de trabajo formales.
Lamentablemente esa tendencia se revirtió a partir del 2018. En el 2019 culpamos a la sequía, en el 2020 y 2021 a la pandemia, en el 2022 le seguimos culpando a la guerra entre Rusia y Ucrania. Pasamos de una gestión anticíclica a una justificación plañidera. Es muy fácil encontrar excusas y pretender que el azar define nuestro rumbo. La realidad es que, no habiéndose cumplido aún el primer año de gobierno, se sucedieron múltiples denuncias de corrupción, la supuesta negociación de un “acta secreta” con Brasil puso en jaque al gobierno, resultando en nada más que un alto número de destituciones y nada menos que una enorme pérdida de confianza en el gobierno y su capacidad de gobernar.
La pandemia nos encontró con un gobierno débil y sin rumbo. Paraguay, junto a Bahamas, Granada, Guatemala, Haití, Santa Lucía y Surinam, estuvo entre los países que lograron el menor avance en la campaña de vacunación y esto explicó gran parte de nuestro desempeño subóptimo en el 2021 (a finales del 2020, el crecimiento esperado de Paraguay para el 2021 era 5,5% y terminó siendo solo 4,3%). Al alto endeudamiento permitido en el contexto de la pandemia lo siguió un sin número de irregularidades, muchas de ellas no esclarecidas hasta hoy día. Esto y la falta de rendición de cuentas dio lugar a un vendaval de denuncias de corrupción en un momento de agudo sufrimiento para las familias paraguayas. Los últimos sucesos vinculados a la ley de subsidio del combustible (¡aprobación y derogación de una misma ley en tiempo récord!) son solo un ejemplo más de la ya normalizada improvisación y falta de capacidad.
Convertir a la política económica en comedia de improvisación es una tragedia. Debemos dejarnos de perder el tiempo, debemos recomponer los colchones macroeconómicos y debemos retomar la senda que nos permite implementar nuestra políticas económicas y sociales de manera coordinada e inteligente. Es hora volver a tomar las riendas de nuestro destino. Necesitamos al frente a nuestros mejores jugadores. Improvisados por favor abstenerse.