- Por Ricardo Rivas
- Corresponsal en Argentina
- Twitter: @RtrivasRivas
“¿Qué pasa en la Argentina?”. Difícil de explicar, por cierto. Tanto para quienes miran a este país desde lejos y evalúan su potencial a partir de lo que en sus lugares de residencia carecen o, por qué no, a quienes escuchan que, como nativos o residentes, perciben sus vidas amenazadas, sus bolsillos enflaquecidos, sus vidas en riesgo por la inseguridad ciudadana, por la falta de trabajo, por la carencia de calidad extendida en la preservación y/o cuidado de la salud, por la falta de ciudadanía, por las deficiencias educativas, por las imposibilidades para proyectar el futuro. Tal vez, esa es una de las facetas más incomprensibles de la cotidianidad argentina. Al igual que el recuerdo de otros años que hacen que el dicho popular de que “todo tiempo pasado fue mejor”, cada día que pasa se corporiza con más fuerza y cobre actualidad. Adentro y afuera. No son pocos, ni pocas los que, como lo canta Joaquín, en la Argentina, se sienten en “una sala de espera sin esperanza”.
Veamos este hoy que, si se quiere, también podría ser el ayer o algunos de los ayeres. Inflación recurrente. Abril se ubicará, en el mejor de los casos, levemente por encima de 6%. Marzo-abril arrojará un acumulado en torno del 13%. El año, más cerca del 70% o de lo que la coalición de gobierno quisiera admitir formalmente. De allí que las excusas externas con impacto interno que esgrime el gobierno son todas. La más común: la guerra que Rusia lleva adelante contra Ucrania y sus efectos que tienen alcance global. Entre los justificativos internos, aunque es la excusa menos destacada por el oficialismo, son las rencillas internas entre las tres patas del Frente de Todos (FdT) -Alberto Fernández, Cristina Fernández y Sergio Massa- que, cada uno por lo que estima es su conveniencia personal, opera para debilitar a ese otro u otra que, en su conjunto, cada día que pasa tienen menor poder para conducir esta etapa de lo que ellos llaman crisis y no es más que -por su extensa duración y recurrencia- la imposibilidad de planificar y gestionar políticas de Estado para conducir a una sociedad compleja, con enormes desigualdades y prácticas perniciosamente alteradas.
De hecho, ante la imposibilidad que evidencian para gestionar el presente, cuando aún no pasar 6 meses desde la derrota electoral de medio tiempo que Alberto F., Cristina F. y Sergio M., sufren desde noviembre pasado, con liviandad -en diálogos privados con periodistas y hasta con quienes no lo son- evidencian que la mirada la tienen puesta en 2023 cuando se realice la próxima elección presidencial. Y, justamente por ello, comienzan a verse en algunas zonas de los alrededores de la capital argentina grafitis que dan cuenta de la intención reeleccionista del presidente Fernández, de una eventual nueva aventura electoral de la vicepresidenta Fernández, de una posible postulación del actual ministro del Interior, Eduardo “Wado” de Pedro, actual ministro del Interior, para la primera magistratura y, hasta de la candidatura de Massa que, sin embargo, cuando se le pregunta por esa alternativa, según encumbradísimos voceros gubernamentales con solicitud de reserva, suele responder que “para pensar en ser candidato primero tenemos que llegar hasta el año que viene y, luego, analizar cómo llegamos hasta que finalice el primer cuatrimestre 2023″.
Entre las oposiciones, la idea-meta de la presidencial 2023 también genera ruidos y tensiones. Los nombres del jefe de gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Horacio Rodríguez Larreta, de la ex ministra de Seguridad Patricia Bullrich -del partido PRO que fundara el ex presidente Mauricio Macri-; el del médico y diputado nacional Facundo Manes, el del gobernador de Jujuy Gerardo Morales, de la Unión Cívica Radical (UCR), entre otros, suenan con fuerza pero todo deberá ser definido cuando, previo a los comicios presidenciales, se desarrollen las elecciones primarias abiertas simultáneas y obligatorias (PASO), para finalmente saber quiénes serán los y las candidaturas que se someterán a la consideración pública aunque los cuatro, finalmente, hoy son parte de la principal coalición opositora -Juntos por el Cambio (JxC)- que, ante las dificultades internas en el oficialismo, sus dirigentes estiman que es posible volver a gobernar.
La multiplicidad de izquierdas, por su parte, no tienden a la convergencia. En cuanto a los autodenominados como libertarios -especialmente el caso del señor Javier Miley, diputado nacional que quiere presentarse como antisistema y, para ello, se somete e integra al sistema político -a “la casta”, como él gusta caracterizar a sus colegas de todo partido con una dialéctica que suena a crítica- en los últimos días es apuntalado discretamente por algunas y algunos de los más destacados actores de la coalición oficialista en la idea de que una buena parte del caudal electoral que lo acompaña son votantes no cautivos de Juntos por el Cambio. Y si ese es el panorama que presentan los poderes Ejecutivo y Legislativo -virtualmente paralizados y percibidos desde la sociedad civil como solo preocupados por resolver las situaciones personales que los afectan y/o preocupan, en el Poder Judicial la situación no es mejor. El presidente de la Corte Suprema de Justicia, Horacio Rosatti, asumió en la semana que pasó la titularidad del Consejo de la Magistratura, instituto creado por la reforma constitucional de 1994, destinado a la selección y eventual destitución de jueces del fuero federal lo que generó un fuerte enfrentamiento con la vicepresidenta Fernández que, desde 2006, condujo a distancia esa organización lo que le permite, hasta ahora, controlar a los magistrados federales que investigan causas de corrupción estructural en muchas de las cuales se encuentra involucrada en calidad de acusada y, en muchas de ellas, seriamente comprometida. No es una situación menor.
El Poder Judicial, también es susceptible de ingresar en tiempos de parálisis. Para que quede claro. Con los tres poderes del Estado en la situación comentada, toda decisión o acción concreta para gestionar la administración gubernamental deviene solo en movimientos tácticos que, en no pocos casos, responderán exclusivamente a la resolución de demandas sectoriales y/o clientelares o, más grave aún, a preocupaciones personales de los actores públicos involucrados. Mientras, los intereses estratégicos argentinos, al igual que los problemas que devienen del 40% de pobreza, del 11% de indigencia, de las definiciones e indefiniciones de política exterior (¿ “a la bartola”, como suele categorizar a dichas acciones el ex embajador peronista Juan Pablo Lohlé?), la inseguridad ciudadana, la falta de administración de justicia, por mencionar solo algunos de las demandas constructivas de los Estados Democráticos de Derecho en orden a estándares internacionales que se apoyan sobre ejes que se conocen como Las Tres D: Democracia, Derechos Humanos y Desarrollo Sostenible, siguen en lista de espera.