- Por Marcelo A. Pedroza
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Se puede avanzar. El crecimiento es posible. Las etapas de cada tiempo de vida de alguna forma dejan sus significados. El ser humano trasciende una y otra vez, fluye, anda, se desplaza. Sus movimientos son constantes, sus acciones se repiten, mudan, se reconstruyen, se diluyen, se olvidan, se recuerdan, se añoran, son el sinfín de historias que le dan razones a cada persona. Y en ese andamiaje extraordinario de sensaciones se muestra la vida. El paso por vivir entusiasma y al realizarlo inyecta la notable presencia del próximo, es así como lo que parecía inalcanzable encuentra en lo diminuto el compañero vital para poder ir un poquito más allá. No hay mágicas recetas para llegar hacia lo propuesto, sí hay pilas de peldaños escalados a su debido momento y con la fuerza indispensable de la voluntad puesta en lo necesario para poder dar otro empujón. Así lo que parece tan lejano comienza a percibirse más cerquita, hasta que un día estará materializado en su plenitud.
La concepción de superación está asociada a la del esfuerzo. Del mismo surgen las satisfacciones que le dan una carga singular a los latidos del corazón. Es única la emoción que aglutina un suceso logrado con signos meritorios. En cada aprendizaje hay un sello de la trascendencia. Es así porque sus efectos van más allá de lo que se puede esperar de una lección. Las causas de los progresos están unidas a múltiples factores personales, sociales y culturales. Todo tiene una estrecha vinculación, en esa integración el ambiente abocado hacia las metas es relevante para estimular el valor de aquello que requiere empeño.
El desarrollo de los objetivos implica convivir tanto con las certezas que se han podido establecer como con las incertidumbres que se aprenden a descubrir durante el trayecto, y que conforme a sus particularidades nacen las correspondientes decisiones sobre las mismas. Hay un después de, un ahora sí, un este es el espacio apropiado, un acto generoso, un diálogo sorpresivo, una mano tranquilizadora, un libro recomendado, un ejemplo sin palabras, un resultado anhelado, un hecho realizado; es abundante el caudal de comportamientos que le dan auge a las relaciones cotidianas que alimentan la trascendencia del vivir.
La apertura hacia el conocimiento permite el desenvolvimiento de pensamientos focalizados en la conquista de lo práctico. En la concreción de lo simple adquiere su real magnitud la palabra trascendencia. Por lo tanto, en cada experiencia es probable su potente universo constructivo. Sus dimensiones no están enmarcadas ni limitadas, son amplias y gigantes como los criterios de quienes creen en el poder de la convivencia edificante.