DESDE MI MUNDO
- Por Carlos Mariano Nin
- Columnista
“A veces el solo hecho de aceptar el problema puede sacarnos de él”. Pero claro, siempre dependerá de la predisposición que ponga cada uno y la lucha interna con sus propios demonios, como diría mi madre.
Pienso en esto mientras leo el Índice de Vulnerabilidad de la Salud Mental en el mundo.
Estoy sentado en la plaza del barrio mientras los muchachos juegan un animado partido de fútbol, son todos amigos. No conozco las profesiones de todos ellos, pero sé que hay albañiles, un médico, un guardia de seguridad, un maestro, un par de ellos que tiene negocios y un funcionario del Ministerio de Hacienda.
Pero allí, en ese momento, no hay clases sociales ni status más que el de ser amigos. De pronto escucho gritos, alguien sale disparado y la gente se amontona en el medio de la cancha. Una patada (que después me iban a contar que no fue ni fuerte), desencadenó una discusión y una explosión de violencia descontrolada e irracional. Todos contra todos, sin distinción.
“Paraguay es uno de los países con más vulnerabilidad de salud mental…”. El índice revela que el paraguayo común tiene dificultades para dormir, sufre ansiedad y nerviosismo.
En la cancha sigue la pelea. Amigos de toda la vida sacándose de adentro una inexplicable rabia contenida. Y entiendo que no es odio, ni hay malas intenciones. Son personas que en mayor o menor nivel están pasando por momentos de estrés y problemas emocionales, que quizás no le cuentan a nadie y se sienten encerrados en una fría habitación gris y sin salida.
De los indicadores del informe de vulnerabilidad de la salud mental, el que presentó mayor incidencia en nuestro país fue el de ansiedad.
De los cinco jugadores por equipo, al menos tres de ellos tienen problemas de ansiedad (lo mismo se repite en el otro equipo). Paraguay está en primer lugar en Latinoamérica en este indicador.
Lo vemos todos los días nada más salir a la calle. Yo lo descubrí sentado en la plaza del barrio.
Me pregunto cómo pasamos de ser “el país más feliz del mundo” a ocupar el cuarto lugar con el índice de vulnerabilidad de la salud mental más “preocupante del mundo”, y no encuentro respuestas entre las políticas públicas.
Pero volvamos al informe del Banco Mundial. Este índice considera la incidencia de cinco problemas de salud mental sobre los encuestados en los treinta días anteriores a las entrevistas: dificultad para dormir; ansiedad, nerviosismo o preocupación; actitudes agresivas o irritabilidad con otros miembros del hogar; conflictos o discusiones con personas fuera del hogar, y sentimientos de soledad.
Una vez más sabíamos lo que se venía tras la pandemia, pero no nos preparamos para afrontarlo. Somos víctimas de la improvisación, la desidia y el abandono.
La pelea en la cancha ya terminó. Pero me quedé pensando en la reacción del médico con una feroz piedra en la mano gritando malas palabras y amenazando a su amigo de toda la vida.
Una situación que se repite en los semáforos, en los mercados, en los shoppings y todo lugar donde haya una chispa que encienda la mecha, incluso y más preocupante en la soledad que invade la mente llevándonos a oscuros laberintos sin salida, como suele repetirme siempre mi amigo Carlos Martini.
Pero ya lo decía William Shakespeare: “Allí donde el agua alcanza su mayor profundidad, se mantiene más en calma”.
Pero sí, esa es otra historia.