El presidente Alberto Fernández, desde unos pocos días atrás, gestiona en estado de debilidad. La coalición de gobierno –el Frente de Todos (FdT)– cruje. La vicepresidenta Cristina Fernández, lideresa del kirchnerismo, y el diputado Máximo Kirchner, líder de La Cámpora, no acompañaron ni acompañarán el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI) que Alberto F. y Sergio Massa, titular de la Cámara de Diputados, trajinaron para que la coalición opositora, Juntos por el Cambio (JxC), votara afirmativamente la ley que autoriza a la administración a endeudarse para refinanciar unos US$ 45.000 millones de la deuda pública externa.

Sin embargo –hay que decirlo, aunque parezca solo un juego de palabras–, Alberto resolvió los problemas con el Fondo, pero subsisten los problemas de fondo con los que transita su gestión. De allí que es muy difícil de comprender la razón por la que en la noche del pasado jueves, el presidente argentino, junto con el jefe de Gabinete de Ministros, Juan Manzur –en la provincia de Tucumán donde este último se encuentra en uso de licencia como gobernador– celebraron lo que aparece en el ecosistema político local como un reequilibrio interno en el FdT en el que el juego de poder parece favorecer a Alberto F. y a Massa respecto del kirchnerismo. ¿Triunfo pírrico? ¿Es prudente festejar un quiebre en la relación interna de la coalición de gobierno que ha comenzado a dar muestras de que la situación paraliza la gestión? De todas formas, el voto del kirchnerismo y el camporismo en contra del acuerdo con el FMI de ninguna manera fue una sorpresa. La vicepresidenta sabía que contrariar a Alberto F. y rechazar al FMI no dejaba al gobierno en un callejón sin salida porque desde una decena de días la sociedad estaba clara de que el opositor JxC estaba a favor. Cristina, con claridad –aunque sin mirada de estadista– optó entonces por conservar su reducido caudal de votos para la elección que viene. “Pequeño objetivo en un intento de salvar la ropa”, sentenció un veterano dirigente peronista que pidió que su nombre no fuera publicado.

La pirotecnia verbal de los últimos días parece darle la razón. ¿Hacia dónde va el gobierno de aquí en más? Indescifrable. El presidente Fernández intentó un movimiento populista. Anunció, en el borde de una piscina en cuyo interior un grupo de jubiladas y jubilados practicaban aquagym, que se inicia la “guerra contra la inflación”. ¿Guerra? Palabra negativa, violenta y, mucho más, desde las últimas tres semanas que no tuvo, hasta el momento, correlato con programas novedosos para que la tendencia alcista del Índice de Precios al Consumidor (IPC) –52,3% en la medición interanual– comience a descender. Para la semana que se inicia, la idea –según cuatro fuentes gubernamentales reservadas confidenciaron a este corresponsal– se habrá de ir contra la especulación. Viejo tema. Viejos cánticos.

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Viejos eufemismos. ¿Incluirá a las y los especuladores políticos? La sociedad, como en el tango, los “mira sin comprender”. De hecho, Cristina Fernández –líder en la valoración social negativa– es seguida de cerca por Mauricio Macri, un dueto fundamentalista que –por diferentes razones– le negó respaldo a Alberto F. en la negociación con el Fondo. La gestión de gobierno tiende a la parálisis. Las áreas colonizadas por kirchneristas y camporistas no solo trabajarán solo para cumplir en lo mínimo indispensable, sino que dejarán expuestas las debilidades de todo tipo que tiene el gobierno. La Cámpora y el kirchnerismo, de ninguna manera abandonarán los cargos de conducción que ejercen en Aerolíneas Argentina, Anses (Administración Nacional del Seguro de Salud), YPF, en las más relevantes áreas vinculadas con la energía, ni en una buena parte de las áreas más sensibles del Ministerio de Relaciones Exteriores. Ejercicios de suma cero.

Etiquetas: #Argentina#FMI

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