DESDE MI MUNDO
- POR CARLOS MARIANO NIN
- Columnista
La calle es un infierno. Escucho en la radio que el termómetro frente a un shopping marca 52 grados, puede ser, el calor es insoportable.
Una mujer con un bebé en brazos se acerca a pedir monedas. Desde detrás de otro vehículo un limpiavidrios tira un chorro de agua sobre el vidrio de un vehículo y comienza una discusión.
El chico mira con odio al conductor que accionó su limpiaparabrisas en señal de protesta. El que está del otro lado es un adolescente. Tiene unos 14 años y mucha rabia contenida. El conductor chorrea sudor y sigue con los insultos, mientras el limpiavidrios, impasible, busca otra víctima.
Desde un colectivo destartalado la gente se amontona para mirar por la ventana. Es el tema de conversación, un cambio de luces, y todo vuelve a repetirse. Una y otra vez.
Es como una pequeña lucha de clases propiciada por la falta de políticas públicas que generen menos desigualdad y más compromiso.
Si a un chico se le frustra el acceso a la educación apuntará su supervivencia a la calle y si el Estado no vela por sus derechos, entonces ese chico renegará de las leyes y la convivencia, solamente para sobrevivir. Solo 60 de cada 100 alumnos alcanzan la secundaria, dejando expuestos a los menos favorecidos.
Pero el ministro encargado de la cartera, Juan Manuel Brunetti, baila frenéticamente al lado del vicepresidente de la República, Hugo Velázquez, en una campaña que asquea en vez de convencer.
¿Será por eso que nuestra educación está entre las peores del mundo?
Pero es solo parte del problema. Hace poco el representante de los limpiavidrios decía que casi todos los limpiavidrios son ex presidiarios, desnudando otro problema no menor: la falta de un programa de reinserción social que les permita mínimamente ganarse el sustento. Pero la violencia, esa sí es responsabilidad del limpiavidrios. Los demás tampoco tienen la culpa.
Así, por más negociaciones y programas gubernamentales que se pongan en práctica la situación no va a cambiar.
Los que tienen que cambiar son los funcionarios corruptos a quienes les pagamos el sueldo para desarrollar mecanismos que nos permitan vivir en paz e igualdad… a todos.
Pero a ellos la ambición los traiciona. Buscan más poder para seguir manteniendo sus privilegios.
Seguirán cantando y bailando al ritmo de un toro, que bien podría haber sido un burro, con el que se burlan de nosotros, los simples mortales, que estamos apechugando el fracaso de su ineptitud.
Pero claro, esa es otra historia.