Estamos empezando nuevamente nuestro itinerario cuaresmal. Este es un tiempo fuerte que nos invita a mirar hacia nosotros mismos, hacia nuestras vidas, buscando con todo el corazón cambiar las cosas que nos distancian del plan de Dios y reforzar aquellas que nos ayudan a vivir su palabra.
Nadie puede convertirse sin conocerse a sí mismo, sin darse cuenta de su realidad personal, sin reconocer cuáles son sus tentaciones y sus debilidades. La tentación nos revela que somos libres pues delante de nosotros existen siempre dos caminos, uno que nos lleva al bien y a la verdad, y otro que conduce al mal y a la mentira.
Es imposible no tener tentaciones en la vida, así como es inútil, pedirle a Dios para quitarlas completamente. Ellas son propias de la condición humana. Hacen parte de nuestro ser libre. Lo máximo que podemos pedir a Dios es que “no nos deje caer en la tentación”, que nos dé la fuerza para hacer bien nuestras elecciones, que nos dé una fuerza de voluntad capaz de decir “no” a la tentación, evitando así salir del buen camino.
Con nuestro bautismo, empezamos a seguir el camino del bien, pero nuestro enemigo siempre se presentará al borde de nuestro camino con una nueva propuesta, con una propaganda engañosa, intentando de desviarnos. Él siempre se mostrará preocupado con nosotros, supuestamente queriendo nuestro “bien”, y ofreciéndonos facilidades y una felicidad inmediata. Él conoce nuestras debilidades, nuestros puntos frágiles, nuestros deseos y tendencias. Por eso, es muy importante que también cada uno de nosotros conozcamos nuestras propias debilidades. Cada uno debería saber bien claro cuáles son sus fragilidades, para poder darse cuenta de las tentaciones. Por eso es importante dejarse conducir por el Espíritu a través del desierto, que es el lugar de la soledad. Allí uno tendrá la oportunidad de entrar dentro de sí mismo y reconocer quién es; cuáles son sus capacidades e inconsistencias; cuál es su vocación, y cuál es el sentido de su vida; dónde quiere llegar, y qué cosas tiene que evitar, para no alejarse del objetivo.
Jesús se dejó conducir a través del desierto. Allí pudo conocer cuáles eran sus tentaciones. Cuáles eran las cosas a las que él tendría que estar siempre atento, para no desviarse de su misión. Las tres tentaciones de Jesús pueden ser interpretadas de muchos modos y podemos también encontrar en ellas semejanzas con aquellas que experimentamos. Por ejemplo: él sabía de su poder, sabía que podía hacer todo fácil: podría hasta transformar piedras en pan; podría hacer con que los clavos no entrasen en su carne; podría hacer morir a sus opositores; pero estas soluciones fáciles arruinarían su misión y si cayera en esta tentación, se desviaría del plan del Padre y sería su falencia. Jesús quería ser el Señor de todos los pueblos y naciones, pero para llegar a esto el camino se mostraba largo y arduo, pues dependía de la adhesión personal de cada uno. El diablo le ofrece un medio ilícito y mucho más fácil para llegar a tener este poder, y Jesús tuvo la fuerza de renunciarlo. Jesús sabia que el Padre lo amaba y protegía, y fue tentado a aprovecharse y abusar de esta protección, pero hacer esto arruinaría la relación de amor, era una tentación que debería ser siempre evitada.
Independiente si nuestras tentaciones fueran semejantes a aquellas de Jesús, lo que tenemos que hacer es identificar precisamente cuáles son las nuestras, para poder resistirlas. Debemos, en primer lugar, conocer a nuestro enemigo, para poder combatirlo. Todos necesitamos del desierto, esto es, de tiempos fuertes de oración, de soledad, de entrar dentro de nosotros mismos. La cuaresma es un tiempo muy oportuno para esto. Por eso la Iglesia sugiere evitar las fiestas, las grandes distracciones, para así darnos la posibilidad de, en el silencio, encontrarnos con nosotros mismo.
La segunda cosa que tenemos que hacer es reforzar nuestra voluntad, para que delante de las tentaciones tengamos la fuerza de refutarlas. Muchas veces, delante de la tentación, la reconocemos y hasta queremos resistirla, pero con una fuerza de voluntad débil, acabamos cayendo.
Es aquí que entran las penitencias: un ayuno, una renuncia, un sacrificio... es algo que yo me impongo libremente, y que exige que mi voluntad sea más fuerte que la tendencia natural de mi cuerpo. Cuando me elijo un pequeño sacrificio y lo consigo llevar a cabo, entonces estoy proclamando en mi persona la victoria del espíritu. Haciendo estas cosas en el cotidiano, voy reforzando mi voluntad, y cuando llega la tentación tengo mucha más fuerza para poder resistirla. Por eso, la cuaresma es también un tiempo muy oportuno para la penitencia.
Dos cosas el evangelio de hoy nos enseña y que quieren marcar todo el tiempo cuaresmal: debemos ir al desierto para conocer nuestras tentaciones, y debemos también dar sostén a nuestra voluntad, con las prácticas ascéticas del cotidiano.
“No caer en tentación” es, sin duda, una gracia de Dios, pero como todas las gracias que él nos da, necesita ser conquistada también con nuestro esfuerzo.
Buena cuaresma.
El Señor te bendiga y te guarde,
El Señor te haga brillar su rostro y tenga misericordia de ti.
El Señor vuelva su mirada cariñosa y te de la PAZ.