EL PODER DE LA CONCIENCIA
- Por Alex Noguera
- Periodista
- alexnoguera230@gmail.com
Al Destino le gusta al ajedrez. Su tablero es el mundo, pero las fichas tradicionales le aburren, así que a los peones, a las torres, a los alfiles, él le agrega otras más emocionantes como presidentes, generales, políticos y hasta traidores, todo con tal de hacer más amena la partida.
A pesar de su profunda inclinación hacia ese deporte, el Destino es un mal jugador, al punto que solo hay que prestar atención para observar cómo siempre repite las jugadas. ¿No creen? Aquí va un ejemplo:
Hace 158 años se unían tres países para destruir a un cuarto. Con un país gigante a la cabeza, ávido de seguir sumando territorio hacia el Oeste, formaron una alianza bélica para tomar, masacrar y destruir a una próspera nación.
El jaque mate se consumó en Cerro Corá, donde el río Aquidabán se tiñó de sangre y la historia acuñaba la frase “Muero por mi patria”, aunque para otros fue “Muero con mi patria”.
Actualmente otro país enorme se alió con dos repúblicas separatistas y el horror de la guerra fija su mirada hacia el país del oeste. Toda la comunidad internacional le da palmaditas en el hombro al presidente Volodímir Zelenski, le envían armas y le ayudan con sanciones, pero la lluvia de balas moja la tierra ucraniana y se mezcla con sangre de ciudadanos sin que nadie de afuera se ensucie los pies.
Tras el asesinato de López surgen tantas preguntas. ¿Por qué matarlo y convertirlo en mártir y héroe? ¿Qué hubiera pasado si en lugar de dar rienda suelta a su egocentrismo y vanidad él hubiera utilizado la inteligencia? ¿Sería el país hoy una potencia mundial de no haber sido despojado de sus riquezas, de su envidiable infraestructura y de su juventud formada en el extranjero?
Luego de sentir en carne propia el genocidio perpetrado en su contra, la nación sudamericana tiene una visión privilegiada de lo que sucede en Eurasia. ¿Debería Zelenski rendirse y evitar la masacre de su país? Sus “amigos”, esos que le dan las palmaditas y miran desde lejos le susurran al oído que él es un héroe por defender sus principios y él cree en su grandeza e inmortalidad. Se cree un ser superior, como sucede con todos los que inhalan el humo del poder.
¿Qué harías vos en su lugar? Unos dirían que continúe hacia su Cerro Corá, aunque eso signifique la masacre del pueblo y la propia muerte; para otros sería más lógico robar toda la plata que pueda y desaparecer, ya que a su cabeza le pusieron precio y no tiene chances de ganar.
¿Qué respondería esa madre que está sola con sus hijos, refugiada en el metro subterráneo sin comida ni agua? Allí sus pequeños se quejan por la incomodidad, sin televisión, sin internet, sobre un colchón impregnado de polvo. Ya no tiene forma de calmarlos. Ni siquiera está su marido, quien fue reclutado por Zelenski para defenderlo a él con el verso de defender al país. Ella no sabe si volverá a verlo, ni si alguna vez sabrá dónde quedó su tumba para dedicarle una plegaria de despedida.
A esa madre no le importan los grandes discursos sobre democracia, a ella no le permitieron elegir entre la guerra y la paz; tampoco le interesan las migajas de los países amigos, ella y sus hijos tienen hambre ahora; ella no sabe si reír o llorar mientras los “importantes” políticos se reúnen en Europa para buscar “soluciones”, solo sabe de su miedo y que en cualquier momento los soldados invasores pueden bajar hasta allí y matarlos a todos o lanzar un misil desde cientos de kilómetros que acabe sus vidas con una gran explosión.
Hace más de un siglo y medio en Sudamérica, otras miles de madres lloraban a su muertos mientras los invasores victoriosos cometían los más viles ultrajes en nombre de la guerra.
En el Palacio de López fue izada la bandera enemiga y la carcajada de los extranjeros hacía eco con la del Destino, que recogía las piezas de su tablero. En una cajita de madera las iba guardando con cuidado: el rey, la reina, los peones soldados, los generales, las torres, los alfiles, los caballos... todos menos los traidores, que escaparon y se escondieron en el Palacio. La partida había concluido.
Las madres de ayer y de hoy saben que para sentir el barro hay que quitarse los zapatos. Pero los que están en el poder usan imponentes botas llenas de lustre y vanidad, por eso no pueden comprender lo que se siente allá abajo.