- Por Mario Ramos-Reyes
- Filósofo político
“Habrá guerras como nunca antes en la tierra”.
Nietzsche (1844-1900)
La invasión de Putin al territorio de Ucrania es un acto de guerra, sin lugar a dudas, una violación a los más mínimos parámetros del derecho internacional. Desde la perspectiva del Estado constitucional democrático liberal, pos-Segunda Guerra Mundial, es un despropósito. Lamentablemente, esta realpolitik –política realista– tiene un pedigrí milenario. La exclusividad de la violencia para captar el poder, desde los tiempos del Trasímaco de Platón, no coincide con el deber ser de los derechos humanos. La historia humana, con sus recovecos y misterios, se resiste –tercamente– a seguir líneas racionales. Más bien, nos muestra la inevitabilidad de la guerra y la violencia. Desde Caín. La determinación de ciertos fines, por más fanáticos que fueren, parecen justificar los medios, jugando siempre una mala pasada al intento de una convivencia mediada por la razón y el derecho.
Todo esto, además de sus complejidades geopolíticas, tiene esta guerra de agresión. O mejor, lo geopolítico se reacomoda, en mucho, a ese maquiavelismo: el fin justifica los medios. Estamos ante un punto de inflexión histórica. Nada será como antes. Pero, si ello es así, ¿están tan claros los motivos, culturales, subyacentes? A modo de contestar, aunque sea superficialmente, a la pregunta, se la puede dividir en dos aspectos en pugna: el nacionalismo autocrático, y el optimismo liberal.
EL NACIONALISMO AUTOCRÁTICO
La primera reflexión sobre la guerra moderna fue hecha por Carl von Clausewits (1780-1831), quien, como oficial prusiano y conocedor de la filosofía alemana, llega a una conclusión en su libro “Sobre la Guerra de 1832″, que se repetirá hasta el cansancio: la guerra es la política por otros medios. ¿Por qué escribía esto? Napoleón había invadido Rusia en 1812 pretendiendo imponer la ideología liberal cosmopolita, vía guerra de agresión como raison d’état, a toda Europa. Von Clausewits, como su compatriota Kant (1724-1804), sabían que había una guerra “pura” o ideal y otra “real”, concreta. La primera era la operación militar, desplazamiento de tropas, armas. La segunda, la concreta y verdadera, era la política. La guerra militar, la pura, era una manera de generar el hecho político, lo real.
Era lo concreto político que Napoleón, a pesar de que perdió en el frente ruso, al final ganó. Lo inverso de lo que está ocurriendo hasta el momento, con Putin. Su bravuconada militar está siendo un fracaso político. Putin no parece un marxista movido por una ideología científica que, en los años de la guerra fría, trato de ganar política y culturalmente a las elites, al mundo. Es un nacionalista autocrático rodeado, no de una nomenclatura ideológica, sino de oligarcas. Su sueño restaurador, de unificar pueblos alrededor de una cultura, religión, etnia o raza común, bajo un Estado protector, es típico del romanticismo nacionalista decimonónico. Volver a la Madre Rusia de pueblos, el imperio de los zares, rechazando el liberalismo cosmopolita del Herder (1744-1803) de los tiempos napoleónicos, invocando, y queriendo reatar, a sangre y fuego, una identidad imaginaria.
EL OPTIMISMO LIBERAL
Todo eso choca con un segundo factor, el optimismo liberal. La creencia en la victoria definitiva de la democracia liberal, pregonada por Fukuyama en 1989. Es lo que hace hoy exclamar a mucha gente: ¿Cómo, una guerra en el 2022? Se presume que la historia había terminado. El mal totalitario había sido derrotado. Pero una rápida lectura de Arnold Toynbee (1889-1975) nos revela un llamativo paralelo con los inicios de la Primera Guerra Mundial: “Hemos crecido” –escribía entonces el historiador inglés– “creyendo que el mundo se convertiría en más racional, más humano y más democrático, y que poco a poco la democracia política generaría justicia social”. Eran los tiempos de la Belle Epoque, 1890-1914. Los sistemas liberales de gobierno se extendían. La ciencia y la razón suplantaban a la superstición. Pero, súbitamente, todo se derrumbó.
A esto último se debe agregar otro aspecto: la cultura europea de la Belle Epoque tenía una veta de irracionalidad y nacionalismo, que sofocó el optimismo racionalista que venía del liberalismo decimonónico. Sociólogos como Max Weber (1864-1920) y escritores como Stefan Zweig (1881-1942) lo retrataban de manera explícita. El alemán Thomas Mann, quien ganaría el Nobel en 1929, escribía así en 1914: “Esta guerra es de purificación, liberación, de una esperanza grande. Como no podría un artista no alabar a Dios por el colapso de este mundo pacífico con el cual estamos hartos”.
PUNTO DE INFLEXIÓN
La situación actual no es tan distinta. Se ha presumido que el Estado constitucional democrático había establecido los mecanismos para hacer de la guerra algo impensable, irracional. Pero también, como hace cien años, la cultura de ese sistema se ha hundido en el pantano de la posmodernidad, con su rechazo de la racionalidad, los grandes ideales. De ahí que no fue de extrañar que, los actuales líderes de Occidente, no invocaran por los valores como primera bandera de lucha. Solo economía. Sanciones bancarias. La posmodernidad ha relativizado todos los valores. Macron no es De Gaulle, Scholz está lejos de Willy Brandt, Boris es un remedo de Churchill, Karol Wojtyla murió en el 2005 y los discursos de John Kennedy en los momentos álgidos de la Guerra Fría, para los oídos políticamente correctos actuales, suenan a bravuconadas.
Pero el testimonio ejemplar del presidente de Ucrania Zelenskyy, un ex comediante y no un político profesional –vaya ironía– ha sido el punto de inflexión histórica. “Necesito municiones, no un paseo”, le dijo al presidente Biden. La libertad exige sacrificio y heroísmo, expresó en el Parlamento Europeo. Está en marcha una reconfiguración del mundo con todo lo que ello pueda significar: política, económica, culturalmente. Y, sobre todo, el renacer de una Europa con espíritu, con ideales más allá de la política o la economía. Por el momento, Ucrania pide ser miembro de la Unión Europea. Finlandia está tomando posición contra Rusia. Suiza abandonó su milenaria neutralidad. Alemania ya no ve con malos ojos su propia defensa. Von Clausewitz tenía razón: lo importante es ganar la guerra “real”, la política. Putin, en su delirio de ser el Pedro el Grande del mundo possoviético, ya la ha perdido, aunque gane la “pura”, la militar. Una cosa es cierta: es impensable que emule a Napoleón, aceptando su derrota, y el exilio en Santa Elena. Solamente queda, en esta encrucijada, una resistencia heroica y confiar en los designios de Dios, para que este mal de la guerra no se torne en un mal absoluto que acabe con toda una civilización.
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Chichén Itzá: un viaje a través de la historia y la arquitectura maya
- Por David Sánchez (texto y fotos)
Chichén Itzá, situado en la península de Yucatán, al sureste de México, es uno de los sitios arqueológicos más importantes de la civilización maya. Este vasto complejo arquitectónico, que data del periodo Clásico Tardío al Posclásico Temprano (600-1200 d.C.), ofrece una visión fascinante de las prácticas religiosas, funerarias y astronómicas de los mayas.
Cada estructura en Chichén Itzá tiene una historia que contar, y juntas proporcionan una comprensión más rica y compleja de esta antigua civilización.
Chichén Itzá es particularmente famosa por el Templo de Kukulcán, una pirámide escalonada que fue reconocida como una de las nuevas siete maravillas del mundo moderno el 7 de julio de 2007, gracias al voto de millones de personas en una iniciativa privada.
El dios principal de Chichén Itzá es Kukulcán, la versión maya de Quetzalcóatl, el dios serpiente emplumada del panteón tolteca. Este dios simboliza el conocimiento, el viento, el agua y la vida, y su influencia se ve en muchos aspectos de la arquitectura y los mitos de Chichén Itzá.
Una de las anécdotas más fascinantes de Chichén Itzá es el espectáculo que ocurre durante los equinoccios de primavera y otoño. En estos días, al atardecer, las sombras proyectadas sobre la escalera norte del Templo de Kukulcán crean la ilusión de una serpiente descendiendo de la pirámide. Este fenómeno demuestra el avanzado conocimiento astronómico de los mayas y su capacidad para integrar la ciencia en su arquitectura.
EDIFICIOS NOTABLES
Además de la pirámide de Kukulcán, Chichén Itzá alberga otros edificios notables como los que detallamos a continuación.
Cerca del castillo se encuentra el gran juego de pelota, con una longitud de 168 metros y una anchura de 70 metros. Flanqueado por dos muros altos, cada uno adornado con esculturas y relieves detallados que narran escenas del juego y sus significados rituales. En el centro de cada muro hay un anillo de piedra colocado a gran altura, a través del cual los jugadores debían pasar la pelota, una tarea extremadamente difícil debido a la altura y las dimensiones del aro.
La leyenda cuenta que dos líderes rivales, ambos reclamando el derecho al trono, decidieron resolver su disputa a través de un juego de pelota. El equipo del gobernante legítimo ganó el partido de manera espectacular, y el líder perdedor fue sacrificado en un acto que consolidó el poder y la autoridad del vencedor. Este relato refleja cómo el juego de pelota estaba entrelazado con la política y la religión, sirviendo como un medio para resolver conflictos y reafirmar la estructura social.
Más alejado tenemos el Osario, o Tumba del Gran Sacerdote, que es uno de los edificios más complejos de Chichén Itzá. Construido sobre una cueva, incluye un tiro vertical que desciende a 10 metros de profundidad, donde se encontraron restos óseos y artefactos. Su arquitectura, similar a El Castillo pero más elaborada, presenta frisos con representaciones de pájaros mitológicos y relieves de guerreros. Este edificio, fechado en el año 998 d. C., añade una dimensión temporal significativa a su importancia histórica.
Otra de las edificaciones importantes es el Conjunto de la Casa Colorada, ubicado entre el Grupo del Osario y Las Monjas, que se destaca por sus inscripciones jeroglíficas que detallan rituales de fuego y eventos importantes, proporcionando valiosa información sobre la vida política y religiosa de Chichén Itzá. Este conjunto incluye varias estructuras, como la Casa del Venado, y estaba delimitado por una muralla.
CONOCIMIENTOS ASTRONÓMICOS
No podemos olvidar el Caracol, conocido como el Observatorio, que refleja la avanzada comprensión astronómica de los mayas. Sus ventanas registran las puestas del sol en los equinoccios y el solsticio de invierno, y la torre circular con una escalera en espiral demuestra su uso para la observación de los movimientos celestes, fundamentales para la cosmovisión y ceremonias mayas.
También tenemos el Arco de Acceso al Conjunto de Casa Colorada y el marcador de juego de pelota recientemente descubierto, lo cual subraya la importancia del juego de pelota en la cultura maya, con inscripciones que datan de finales del 800 d. C.
Por otro lado, la Casa Colorada, conocida también como Chichanchob, es una estructura con inscripciones jeroglíficas que detallan eventos relacionados con rituales de fuego, destacando su importancia ceremonial. El Edificio de las Monjas, con tres niveles y numerosos cuartos, fue nombrado así por los conquistadores españoles debido a su semejanza con un convento. Alberga dinteles con escritura jeroglífica y fragmentos de pintura mural que muestran escenas de conflictos armados, subrayando su uso ceremonial.
Otro templo es el de los Tableros Esculpidos, con sus paneles que muestran escenas de numerosos personajes, animales y plantas dominados por guerreros, evidencia ceremonias relacionadas con el fuego. El Mercado, con un patio hundido y un sistema hidráulico, refleja una posible función ceremonial y su importancia en la vida comercial y religiosa de Chichén Itzá.
FUNCIÓN PÚBLICA Y CÍVICO-RELIGIOSA
Cerca del castillo nos sorprende el Palacio de las Columnas Esculpidas, que con su rica decoración y amplio espacio interior reflejaba la complejidad de la red de intercambio comercial de Chichén Itzá, subrayando su función pública y cívico-religiosa.
El Templo de los Guerreros, justo al lado del castillo, con sus pilares y relieves de guerreros y prisioneros, muestra el poderío militar de Chichén Itzá, subrayando su función como centro de ceremonias y simbolismo de poder.
Por un camino recto desde la cara norte del castillo llegamos al mítico Cenote Sagrado, principal centro de peregrinación y sacrificio, refleja la profunda conexión entre lo terrenal y lo divino en la cosmología maya.
Estos son solo unos ejemplos de elementos a visitar en Chichén Itzá. Cada estructura, cada inscripción y cada artefacto nos ofrece una ventana al pasado, permitiéndonos comprender mejor la riqueza cultural y espiritual de los antiguos mayas.
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La civilización de la palabra
Aunque no dejaron monumentos ni construyeron grandes ciudades como otros pueblos precolombinos, los guaraníes han dejado una rica tradición oral que no le va a la zaga a las grandes creaciones universales, además de legarnos valiosos conocimientos en materia de zoología y botánica.
- Por Arnaldo Casco Villalba
- arnaldo.casco@nacionmedia.com
- Fotos AFP
Para la cultura guaraní, la palabra (el lenguaje humano) lo es todo. Por ello, los estudiosos definen a los guaraníes como la “civilización de la palabra”. Muy especialmente para los mbyá, la palabra no se diferencia del alma humana, sino que juntas forman una misma esencia (palabra-alma), que es la que se encarna cuando un ser humano nace. Por eso, la idea de resucitar, en mbya, se dice “eepy”, que literalmente significa “rescatar el decir”, esto es, la vida vuelve si vuelve la palabra.
Los extraordinarios conocimientos de los que disponemos sobre la profundidad filosófica y belleza lírica de esta lengua se los debemos al antropólogo León Cadogan, autor de la compilación “Ayvu rapyta. Textos míticos de los mbyá-guaraní del Guairá”, una obra sin la cual, al decir del estudioso jesuita Bartomeu Melià, “el espíritu humano habría sido más pobre”.
Esta cultura guaraní, sabia, espiritual, profunda, que valora y respeta la naturaleza, con la que vive y convive en plena armonía, es la que ha sido vehiculizada desde hace miles de años a través de la rica, armoniosa, profunda y sabia lengua guaraní que nuestros ancestros nos han heredado a través de la transmisión de generación en generación.
Por todo esto, y por varias otras razones más que trataré de resumir en las siguientes líneas, el idioma guaraní debe ser siempre un motivo de orgullo para todos los paraguayos.
LA CONQUISTA
Tras la llegada de los conquistadores españoles en tierras americanas, hace más de 500 años, la provincia del Paraguay fue el único caso donde “la lengua de los vencidos se convirtió en la lengua de los vencedores”, como graficara alguna vez la situación el escritor uruguayo Eduardo Galeano.
Es decir, para la evangelización y gobierno de la población nativa –y mestiza posteriormente–, los españoles tuvieron que aprender el guaraní. Esto debido a la resistencia de los nativos a aprender el español, pues para los guaraníes perder la lengua hubiera implicado perder el alma misma.
El rol protagónico de las mujeres indígenas en el proceso de crianza de los hijos que tuvieron con los españoles jugó un papel fundamental para la conservación del guaraní en esos primeros años de mestizaje durante la Colonia. Fue tal la vitalidad del guaraní en aquellos tiempos que se convirtió en la lengua de uso normal en los ámbitos formales e informales, tanto en la oralidad como en la escritura.
Tras la Independencia –por motivos de los que no nos ocuparemos en este artículo–, el guaraní pierde el carácter de lengua escrita oficial y posteriormente incluso sufrió campañas de discriminación e incluso proscripción.
UN LEGADO QUE PERDURA
Sin embargo, estos hechos –aunque dejaron secuelas que siguen perdurando hasta hoy– nunca lograron su objetivo, que era eliminar para siempre el idioma.
Fueron cuantiosos los defensores y promotores de la lengua, que cultivaron su uso y difusión en distintos ámbitos. El guaraní unió a nuestro pueblo en situaciones extremas, tales como las dos guerras internacionales que enfrentó el Paraguay (la guerra contra la Triple Alianza y la guerra del Chaco) constituyéndose incluso en una herramienta estratégica para cifrar las comunicaciones secretas.
En Paraguay el guaraní nunca dejó de ser la lengua popular, la lengua de las conversaciones corrientes, afectivas, aquellas que nos unen con nuestra gente. Es el idioma que nos conecta con nuestra forma de ser, con nuestras costumbres y tradiciones, con nuestra historia.
El guaraní nos hace únicos a los paraguayos, nos acerca, nos cohesiona, nos identifica y nos diferencia del resto del mundo. Muchos compatriotas incluso aprendieron a hablar la lengua estando fuera del país, porque entendieron que el elemento más importante que nos conecta con nuestras raíces, sin importar la distancia, es el guaraní.
De hecho, esta lengua es admirada y estudiada por miles de personas en el mundo entero. El extranjero se queda maravillado cuando escucha a alguien hablar guaraní, porque es un idioma musical, expresivo, dulce y posee una entonación particular que gusta al oído.
En este mundo globalizado en que nos toca vivir, no podemos soslayar la importancia de aprender otra u otras lenguas, ya sean nacionales o extranjeras, porque manejar un nuevo idioma, aparte de permitirnos conocer nuevas culturas, nos otorga múltiples oportunidades.
No obstante, si hay algo que no podemos permitir como sociedad es que esto se dé en detrimento de nuestra mayor herencia cultural, que es la lengua guaraní.
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¿Una civilización desaparecida en lo profundo del Amambay?
Entre 1975 y 1979, un grupo de militares y exmilitares paraguayos junto con académicos venidos de la Argentina incursionaron en lo profundo del Amambay en busca de lo que, según la versión de un aventurero alemán, serían los vestigios de una antiquísima fortaleza vikinga. Esta es la historia de aquella desconocida serie de expediciones y de su peculiar líder, el controversial antropólogo francés Jacques de Mahieu.
- Por Gonzalo Cáceres
- Periodista
La saga vikinga inspiró auténticos ríos de tinta. Desde Escandinavia a Bizancio, pasando por el mar del Norte, el Mediterráneo, las islas británicas, Sicilia; sur, centro, este y oeste de Europa y la Rus de Kiev, entre otras tantas locaciones, aquel intrépido pueblo de guerreros y comerciantes se hizo a la mar con una determinación tal que expandió su influencia de la mano de sus veloces drakkars.
Pero no todo fue sangre, fuego y conquista; también descubrimiento y colonización. Los más antiguos registros hablan de nombres que llegaron a los puntos más recónditos del mundo conocido hasta entonces y a tierras nunca antes vistas.
Gracias al sitio de L’Anse aux Meadows, en la isla de Terranova, (provincia canadiense de Terranova y Labrador), se sabe que los vikingos llegaron a América al menos 500 años antes que Cristóbal Colón y se especula que este sería Vinland (la tierra descrita en las fascinantes sagas de Eric el Rojo y la de los groenlandeses).
Resulta imposible saber si estos hábiles navegantes consideraron –o pudieron– seguir más al sur del continente americano, recorrer las costas y buscar un lugar seguro donde pasar el invierno, o quizás instalarse, interactuar y mezclarse con la población local.
En este sentido, hay académicos que se aventuran a trabajar esta última posibilidad y esbozar osadas teorías. Uno de estos fue el polémico Jacques de Mahieu, férreo defensor de la presencia vikinga en la América precolombina.
JACQUES DE MAHIEU
Jacques de Mahieu nació a finales de octubre de 1915 en Marsella, Francia. Se sabe que durante su juventud se relacionó con movimientos de extrema derecha y habría actuado como informante del régimen de Vichy. Además, peleó contra los soviéticos al servicio de la Alemania nazi en la 33.ª División de Granaderos SS Voluntarios Charlemagne en las Waffen-SS.
Como –presunto– colaborador de los nazis durante la ocupación, De Mahieu sabía de los riesgos de permanecer en Francia y huyó a la Argentina a poco de concretarse la derrota de las potencias del Eje en la II Guerra Mundial. El francés echó raíces en suelo sudamericano. Ganó prestigio y se hizo de un lugar en los círculos de estudios antropológicos de Buenos Aires, escalando posiciones hasta llegar a los grandes salones universitarios, gozando de una importante reputación como graduado en filosofía y doctor en ciencias políticas y ciencias económicas.
Nuestro protagonista escribió al menos media docena de libros sobre las presuntas aventuras vikingas desde los helados páramos del norte del continente hasta la actual frontera entre Brasil y Paraguay.
Para entender a De Mahieu y las razones que le alentaron a arriesgar su vida en la calurosa selva paraguaya y enfrentarse a toda la comunidad convencional de científicos, primero se debe comprender la creencia que profesó.
IMPORTANCIA DE LA RAZA
De Mahieu mezcló ideas aristocráticas y nacionalistas, y centró sus estudios antropológicos y sociológicos en la importancia de la raza en la historia y la cultura. Se vio influenciado por el racismo científico y concibió teorías “reforzadas” con el esoterismo al abrazar lo referente a la “raza aria”, la piedra angular de la mitología nazi.
Así también, siguió la teoría del “nordicismo”, que se relaciona con la de la “raza aria” porque los nazis consideraban que la “raza nórdica” (vikingos y sus parientes) era la rama más superior de la “raza aria” (Herrenvolk).
Convencido de las grandes aventuras que solo los miembros de la “raza aria” podían emprender, se empapó de la capacidad de los vikingos para alcanzar, explorar y conquistar tierras lejanas y buscó cualquier indicio por estos lares que le sirviera para destacar la grandeza de los “arios”.
FRITZ BERGER
Poco se sabe del ingeniero alemán Fritz Berger. Cincuentón, obeso y dado al whisky, Berger recorrió Sudamérica sin establecerse en ninguna parte. Estuvo en Asunción durante la guerra del Chaco y prestó “muy buenos y leales servicios” al Ejército paraguayo al mando de uno de los talleres donde se reacondicionaban las armas capturadas del Ejército boliviano. Tras la contienda, emprendió la búsqueda de yacimientos petrolíferos en el estado de Paraná, Brasil, sin mucho éxito.
Su exploración lo llevó hacia la frontera con el Paraguay, donde “hizo descubrimientos de otra naturaleza” como ser “el mayor complejo rúnico del mundo”, o de lo que creyó eran runas vikingas.
Berger pasó tiempo con los nativos, los más antiguos habitantes de la zona, y se obsesionó con las runas al verse seducido por las historias de inimaginables tesoros y vestigios de un pueblo desaparecido, olvidado, entre versiones que recogió de sus charlas con los ancianos aborígenes.
“En aquel tiempo reinaba en la región un rey poderoso y sabio que se llamaba Ipir. Era blanco y llevaba una larga barba rubia. Con hombres de su raza y con guerreros nativos que le eran leales vivían en una gran aldea situada en la cima de un cerro. Disponía de armas temibles y grandes riquezas en oro y plata. Un día, sin embargo, fue atacado por tribus salvajes y desapareció para siempre. Así me lo contó mi padre, quien lo había oído del suyo”, anotó De Mahieu. Berger captó al entonces mayor Marcial Samaniego, quien de inmediato se interesó en las tradiciones orales.
Samaniego era por esos días el jefe del destacamento de la frontera. Como entusiasta de la etnografía, se mostró “muy interesado” en las supuestas marcas de origen nórdico que el alemán le describió. Así, Berger, en 1941, “obtuvo del Ejército la creación de la Agrupación Geológica y Arqueológica (AGA), que le contrató y donde trabajó dura y eficazmente”.
El ingeniero y Samaniego recorrieron la región y constataron “inscripciones y dibujos” en las rocas “que no era posible atribuir a los indios” y otros “numerosos vestigios de una civilización desaparecida”.
“Sus zapadores (del Ejército, al mando de Samaniego) desmontaron casi totalmente un cerro en cuya cima se hallaba una imponente muralla. Nadie, sin embargo, en el Paraguay dio mayor importancia a los resultados obtenidos”, escribió De Mahieu.
La AGA acabó disuelta en 1945 y Fritz Berger, “desalentado y enfermo”, se quedó en el Amambay hasta la guerra civil de 1947, cuando abandonó el Paraguay para morir al año siguiente en Dourados, Brasil.
A decir de De Mahieu, Berger no paró de hablar del “tesoro del Rey Blanco” del Amambay hasta el último de sus días, no sin sospechar que “los jesuitas ya lo habían encontrado antes”.
Por su lado, Samaniego utilizó el trabajo de Berger para continuar explorando, información que luego compartió con Jacques de Mahieu.
PRIMERA EXPEDICIÓN
De Mahieu había contactado a principios de 1975 con el “ex mayor Samaniego, ya entonces general de División y ministro de Defensa Nacional del Paraguay”, quien “no dudó en unirse al proyecto”.
Samaniego recibió a la comitiva encabezada por el francés en su despacho y “se dignó, en el curso de una larga audiencia, a darnos indicaciones tan precisas como prudentes sobre los sitios arqueológicos descubiertos 30 y pico de años antes, e insistió en el papel desempeñado, en ese entonces, por Fritz Berger”.
De Mahieu aseguró el apoyo del ministro con un primer recabamiento de datos, hecho dos años antes, en 1973, por colaboradores suyos que “constataron en el cerro Guazú un conjunto rúnico de 61 caracteres ya traducidos”.
Samaniego le reveló a De Mahieu los relatos que guardó de Berger y consideró desde el primer momento que “Ipir no era nombre guaraní”, pues se esforzó en vincularlo con el futhark, la lengua nórdica.
De Mahieu explica que la primera expedición tuvo como principal objetivo “estudiar la zona y los accesos” y entender “la finalidad de la siguiente expedición estipulada”. El equipo ingresó a Cerro Corá de la mano del teniente coronel Escobar, que ya conocía de antemano los trabajos realizados por la extinta AGA, 30 años antes, y del “casi ciego sargento López”.
“Gracias a ellos pudimos localizar el cerro del murallón y el muro del Aquidabán-Nigui, que se hallaba en el interior del Parque Nacional”.
SEGUNDA EXPEDICIÓN
La segunda incursión a Cerro Corá se realizó entre junio y julio de 1976. En esta ocasión, el equipo se nutrió con la participación del profesor Herman Munk, “runólogo del Instituto de Ciencias del Hombre”, que De Mahieu dirigía en Buenos Aires. También se les sumó el ingeniero Hansgeorg Bottcher, de la misma casa de estudios.
El grupo identificó un presunto “muro” en uno de los cerros, a razón de tener “una base natural”, pero sus laderas eran de “características diversas que permiten diferenciarla en tres grupos”. Según De Mahieu, un geólogo “nos confirmó que un fenómeno de este género solo puede ser obra de la naturaleza si se trata de una roca dura sometida a la acción de glaciares”, lo que avivó la llama de la curiosidad.
“Ningún movimiento geológico podría haber quebrado la roca con rigor de geómetra, ni tallado aristas vivas, ni respetado el alineamiento de los bloques que hubiera producido”, concluyó.
Localizado el “muro”, De Mahieu marcó la zona. Estaba convencido de que esa formación fue parte de la antigua fortaleza de “Ipir, el Rey Blanco”, del que tanto Fritz Berger le habló al ministro Samaniego.
Sin más provisiones pero con el entusiasmo de los primeros indicios, se levantó la segunda expedición con la firme esperanza de volver y excavar el presunto sitio arqueológico.
TERCERA EXPEDICIÓN
Para la tercera expedición, De Mahieu invitó al profesor paraguayo Vicente Pistilli, matemático e ingeniero y director del Instituto Paraguayo de Ciencias del Hombre, quien estaba fascinado por echar algo de luz sobre la historia precolombina del Paraguay.
Juntos, y con la anuencia de sus acompañantes, lanzaron la siguiente hipótesis: “El ‘murallón’ constituía parte de un recinto fortificado cuyos otros tres flancos estaban construidos con estacas, procedimiento que no ignoraban los vikingos”.
El grupo continuó la revisión a lo largo y ancho del cerro en cuestión, dando con cavernas, paredes y galerías repletas de dibujos y marcas, que De Mahieu interpretó “inequívocamente” como de “autoría aria” a razón de supuestas representaciones del dios nórdico (Odín) y de una amalgama de personajes mitológicos.
Los zapadores del Ejército paraguayo enviados por el ministro Samaniego trabajaron incansablemente, revelando “indicios de un túmulo que contenía un verdadero palacio subterráneo” en el Yvyty Perõ, otro de los sitios que despertó gran curiosidad en la misión, ya que se trataría de la tumba de “Ipir, el Rey Blanco”, como Berger describió.
Al término de la temporada, el equipo anotó “grandes descubrimientos” como “un túnel” en la base del “cerro del Murallón”, mismo que Berger, más de 30 años antes, ya dijo haber localizado y por el cual De Mahieu mantuvo a los zapadores “trabajando el mayor tiempo posible”.
EL TUPAO CUE DE TACUATÍ
La expedición dejó el bosque y llegó por último al pueblo de Tacuatí. Allí, tras una serie de movidas, De Mahieu y Pistilli obtuvieron la autorización para excavar la base de la iglesia, que habría sido levantada sobre, o con, las piedras y partes de un templo mucho más antiguo, de supuesta inspiración vikinga, al cual los locales se referían como el Tupao Cue.
“Los cimientos se constituyen de piedra labrada y, pues, se dejan notar los restos de gruesos pilares de madera, casi petrificada, algunos que llevamos de vuelta a Buenos Aires para estudiarlos. Los bloques, ajustados sin argamasa, están tallados con una precisión que supone el uso de herramientas de metal. Se ven, pues, alineamientos de gruesos cantos rodados, uno de los cuales llevaba el signo que corresponde al gebo (g) rúnico. Según testimonios varios, la base hubiese sido mayor de no ser por obra de los lugareños, que con el paso de los años han quitado las piedras para construir hornos para pan”.
De Mahieu escribió que estos indicios serían difícilmente refutables, ya que “los jesuitas jamás se instalaron en Tacuatí” y los restos del Tupao Cue tampoco son atribuibles a los nativos, “que no sabían trabajar la piedra”.
“El muro que desenterramos soportaba paredes hechas de troncos escuadrados, al estilo vikingo, lo que viene a explicar los gruesos pilares de madera que excavamos en el lado sur. Esta es una indicación sobre el origen ario del Tupao Cue”, indicó De Mahieu.
De Mahieu cerró su estadía en Paraguay con una última visita al ministro Samaniego, con el informe correspondiente, y volvió a la Argentina junto con todo su equipo. En los años siguientes, se dedicó a clasificar sus descubrimientos, divulgándolos a través del Instituto de Ciencias del Hombre de Buenos Aires. Algunas de las fotografías que se tomaron durante aquellos días fueron incluidas en el libro “El rey vikingo del Paraguay (editorial Hachette, 1979).
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La “Civilización de la yerba”, una mirada integral a nuestro mate de todos los días
Esencial, la yerba mate tiene una historia milenaria que es importante recordar para comprender el derrotero de un pueblo que la lleva desde siempre consigo. Ritual en los guaraníes, también castigo de los trabajadores de los yerbales en el pasado. Los yerbales naturales son atendidos por comunidades celosas de su valor y ahora es producto de exportación y de desarrollo económico. Todas estas aristas aparecen en una serie de podcasts que intentan articular pasado, presente y futuro de un árbol que está en los orígenes de nuestro ser.
- Por Jorge Zárate
- jorge.zarate@nacionmedia.com
Mirar el mundo guaraní en la perspectiva de la yerba mate, desde el corazón geográfico que lo alberga, es lo que básicamente se propone la serie de pódcast “La civilización de la yerba” del Centro Cultural de España “Juan de Salazar” (CCEJS). Cuando se comprende el espacio que abarca desde el Mato Grosso en el Brasil, se sostiene en el hoy Paraguay y prosigue hacia el sur en Argentina, los estados d e Paraná, Santa Catarina y Río Grande do Sul en el Brasil y el Uruguay, se ve que es una lente válida y sustancial.
La maravillosa planta es hasta hoy diseminada por los tucanes, cuyo fruto es el favorito de sus coloridos picos. Es parte de una milenaria tradición guaraní cuyas tribus enhebraban las hojas en un hilo, y la llevaban como si fuera un cinto del que las iban arrancando para mascar en las largas caminatas que nuestro pueblo ancestral hizo inaugurando el continente sudamericano que en buena parte se encargó de nombrar.
“Los indígenas cortan ramas del tamaño de una brazada, un largo que es un poco más que el codo, para que la planta siga creciendo, la atan prolijamente en un ramo, porque de esa manera cuidan del espíritu femenino que dicen lleva dentro”, cuenta la cantante Norma Ávila Talavera en la presentación del segundo capítulo “Yerba del demonio. La historia colonial” de la serie del CCEJS. “Después, también de manera muy cuidada la van tostando y ahumando, es un tratamiento”, recuerda la también promotora de la yerba orgánica “SEA”.
En el capítulo 1, “Los rituales de la yerba”, Diego Gonçalves recordó que la yerba mate se usa como polvo para curar heridas y que tiene una fuerte importancia espiritual para proteger a los ava guaraní. El líder de la comunidad Ka’a Poty, que tras 7 meses en una plaza del centro de Asunción recuperó sus tierras ancestrales esta semana y estos días emprendió regreso, contó algo esencial de su pueblo: “Los pai, los tamoi, que son los que hacen el ritual, cortan la yerba mate natural, silvestre que hay en el monte y la traen en el yeroky aty que es el lugar donde oramos”, comentó.
“Entre nosotros los ava guaraní, ellos son los que cuidan, cosechan y bendicen en ritual; ponen una fecha a la comunidad y ahí dicen tal fecha vamos a tener chicha, kaa’guy y cortan la yerba y en el día que ponen la fecha, hacemos el ritual y ellos hacen los macitos de yerba. La dividen en pequeños atados, que después de ser bendecidos y recibir un nombre especial, protegen a la comunidad en las fuertes tormentas… Hacemos el ritual y dios le da el nombre para poner a cada uno de los macitos”, agregó.
El antropólogo Mito Sequera entiende que la yerba se debe recuperar como “el recurso forestal que es, esa es su dimensión cultural”, apunta con razón. En el Bosque Atlántico interior se hallaban ejemplares de árboles de yerba mate de hasta 15 metros de alto.
“La yerba mate es importante en la cultura guaraní. Hay un interés geoestratégico en que Paraguay tome las amarras de su destino logrando reivindicar y considerar la yerba que tiene además diferentes usos y propiedades para la salud humana, para el colectivo desde el punto de vista psicológico, afectivo y cultural”.
Sequera entiende que la recuperación de bosques en tierras para campesinos e indígenas, tiene en la yerba un elemento sustancial para construir un rubro económico que ayude en todo sentido. En una reivindicación cultural profunda y en la subsistencia de la gente en su “teko”. “Se pueden restablecer programas de arborización urbana con yerba mate, no puede ser que el campesino y el indígena no puedan replicar su conocimiento ancestral”, apuntó.
El botánico francés Augustin de Saint Hilaire la bautizó como Ilex paraguariensis en 1823, aunque Sequera recuerda que hay otra taxonomía hecha por campesinos e indígenas que preservan yerbas especiales en territorios cuidados por las comunidades. Por ello, considera con claridad que “es esencial recuperar yerbales”.
Cita como ejemplo de esta tarea al asentamiento de Yvyrarovana en Canindeyú donde se recuperaron unas 17 mil hectáreas en las que viven unas 2.400 familias ava guaraní, y campesinas. “Allí la yerba es un producto clave para la recuperación”, expone.
El español Miguel Jiménez Buendía fue el director de los podscast y cuenta que la idea le vino al grupo cuando trabajaron en conjunto con la Coordinación de Mujeres Rurales e Indígenas (Conamuri) en un proyecto con el colectivo que elabora la yerba “Oñoiru” en Edelira, Itapúa.
“Estábamos haciendo talleres sobre violencia contra las mujeres en varias comunidades campesinas y nos pidieron ayuda para echarles una mano en ese lugar donde hay una radio comunitaria y si podíamos apoyar con videos, arreglar la radio que también reparamos y bueno nos dimos cuenta que tras hablar con los campesinos de la zona nos dimos cuenta que había mucho que contar sobre la lucha de las mujeres en el campo y que la yerba mate podía ser un buen vehículo conductor”.
Buendía tuvo también una conversión personal: “Yo soy un evangelizado, para mí era esa cosita que antes de venir por estas tierras era lo que tomaban los uruguayos y los argentinos, llegue y me ofrecieron tereré contra el calor, hermosa manera de refrescarse, además, con el trabajo de los yuyos, así que una cosa que te aparecía a priori desagradable y amarga me acabo gustando. No he tomado el hábito de ir cargando el termo pero me gusta”.
En torno a los episodios comentó que la idea es “que la gente pueda comentar y poder tener un feed back viniendo al Centro Cultural a cada charla encuentro, o verlas a través de Facebook live y Youtube, nos pueden escribir y saber qué opinan”.
PARA ESCUCHAR Y ASISTIR
“La Civilización de la Yerba” son historias alrededor de este producto tan cotidiano, “que capaz no conocías: su valor cultural y social, su importancia en la historia de la región, la participación de las mujeres en el campo, la lucha campesina, los modelos de producción agroecológicos y el comercio internacional, actual e histórico”, comentó la producción.
Los próximos capítulos serán el 29/06: Vamos a quedarnos acá. La explotación histórica y la agroecología; 6/07: La lucha prolongada. La batalla de los campesinos y las mujeres y 13/07: Los nuevos acentos de la yerba. El comercio internacional, antes y ahora.Todos producidos por el Centro Cultural de España Juan de Salazar y Nomad radio, con la colaboración especial de Conamuri y la cooperativa agroecológica Oñoiru. Cuentan con guión y producción de Silvia Villalba, William Costa, Fátima Aguilar, Liv Cáceres, Concepción Oviedo y Miguel Buendía. La producción de campo de Marlene Villalba y Pedro Vega, la dirección de Miguel Jiménez Buendía y la edición y diseño de sonido de Martín de Lemos.
De manera presencial en auditorios del CCEJS que también se transmiten de forma virtual, a efectos de “profundizar en cada uno de sus temas, a cada lanzamiento le acompañará una conferencia por expertos en cada una de estas áreas: historiadores, activistas indígenas y campesinos, agricultores, investigadores. Voces diversas que también serán protagonistas de algunos de los episodios de la serie y que aportarán una gran variedad de historias y visiones”.
Entre los protagonistas destacados de estas historias se encuentran los investigadores Mito Sequera y Christine Folch; las activistas de la Conamuri; líderes indígenas como Bernarda Pesoa (Pueblo Qom) y Diego Gonçalves (pueblo avá guaraní); los historiadores Milda Rivarola y Herib Caballero; los campesinos de Oñoiru, además de un nutrido grupo de comunicadores que llevan investigando durante un año para la realización de la serie. Además, cuenta con la música original de artistas paraguayos que han querido sumarse al proyecto, como Juanjo Corbalán, Santi & Tugçe, Tekoveté y Pynandi.
YERBAS ESPECIALES: SEA Y OÑOIRÛ
“Comencé a trabajar con los pueblos originarios hace 20 años y cuando más me metía, más me gustaba”, cuenta Norma Ávila Talavera, cantante y compositora del grupo Pynandi y también promotora y vendedora de la yerba agroecológica “SEA”. Cuenta que, en uno de sus viajes, “cuando me levanté, preparé mate con la yerba que había llevado desde Asunción.
Cuando estábamos tomando me dijo el abuelo que el mate no era rico, se río y después me dijo, vamos a volver a hacer yerba para vos. En ese momento no entendí que tenía otro significado, que era un volver a hacer porque durante casi 100 años ya nadie hizo yerba, porque tenían miedo de que les pillen y los lleven a esclavizar como fue durante siglos en la región”, contó.
Recordó que cuando se encontró con un árbol de yerba mate, se sorprendió por un brillo especial en sus hojas que consultó con el abuelo Francisco. “Él me dijo que ese árbol había traído mucho dolor a su gente”, contó. Así, en el tiempo, en las rondas de mate en la madrugada, le fueron contando la historia que liga al pueblo ava guaraní con la yerba.
Gracias a esa interacción, volvieron a hacer yerba. “Un día me llamó Francisco y me dijo que tenía 97 kilos de yerba para mí”, dice hoy entre risas. “Así comenzamos a dar conocer la yerba mate originaria, que es medicina porque tiene todas las propiedades medicinales que hacen a la irrigación de la sangre, la concentración, es buena para despertar, es refrescante, tiene aminoácidos y muchísimas virtudes más”, se entusiasma en comentar.
Hoy, en el norte del departamento de San Pedro producen “SEA”, que es uno de los productos resguardados en el “Arca del gusto del planeta” que administra la ONG Internacional Slow Food. “Es un orgullo, una satisfacción, no por mí, sino porque nuestra yerba está allí como fortaleciendo los tres pilares importantes sobre los que se funda este proyecto que son la sustentabilidad, recuperación de saberes ancestrales que también y que también sea algo que reditúe a la comunidad”, apuntó.
EXPERIENCIA COMUNITARIA
Ramón Benítez Brunaga, pionero de Asociación Agroecológica Oñoiru, recordó los orígenes de la yerba que producen. “Una familia de 6 personas consume 150 kilos por año, así que imaginen cómo impacta en la economía de la familia, entonces la idea era ahorrar. Teníamos aquí los árboles, así que de manera artesanal comenzamos a hacer con compañeros que sabían cómo. Se fueron haciendo pequeños barbacuá y así, se fue haciendo en solidaridad con los vecinos a los que convidábamos”, recordó en entrevista con la periodista Marlene Villalba.
Entonces Oñoiru fue un comité que nació en 1987 con el objetivo del autoabastecimiento, “también para generar algún arraigo e intentar que la juventud no se vaya a las ciudades o la Argentina. Fue una manera de resistir en el terreno. Para tener alimentos, avati moroti, manduvi, takuaree, se hizo el esfuerzo a pesar de las críticas de los vecinos y de la comunidad porque la gente quedó con miedo después de la dictadura, que no permitía los comités de campesinos, la acción comunitaria”.
Pedro Vega, gerente de la Aso, recordó que hoy ya se industrializa “un volumen interesante para su comercialización en un proceso que dura entre un año y medio a dos hasta llegar al mercado, porque es 100% artesanal. Tiene un estacionamiento prolongado para que pueda salir a la venta. Porque la yerba mate en esa forma gana su esencia, sabor, textura, color, aroma, su identidad como tal”, describe. “Hoy en día en 4 años de proceso estamos llegando a varios puntos del país para tener una idea con 1 distribuidor hacemos 130 puntos de ventas en supermercados. Otro nos ayuda en los departamentos de Ñeembucú, Misiones e Itapúa y también exportamos a Argentina, Chile, Estados Unidos, República Checa y Rusia.
Vega cuenta además, un secreto esencial, la importancia de cosechar cuando la luna está en cuarto menguante: “la luna nueva “jasyra’y” es cuando toda el agua, nutrientes y alimentos de la planta se concentran en lo aéreo, y en la menguante es cuando todos estos elementos se concentran en las raíces.
Entonces, es la fase en la que menos se perjudica a la planta, porque es donde se comprueba que los nutrientes están en las raíces, no pierden elementos y hace que la planta después de recibir la poda, puede tener la capacidad de hacer nuevos brotes para hacer sustentable la producción”.Dice que también se vino haciendo un esfuerzo para reemplazar los envases plásticos con que comenzaron la comercialización.
“Fuimos evolucionando buscando que no contaminen el medio ambiente y que sea netamente orgánica, buscando que todo el círculo pueda ser un proceso 100% ecológico y que no esté dañando el medio ambiente, que sea biodegradable y que se pueda reciclar e identificar al producto. Ahora se puede usar el envoltorio como macetita en la huerta urbana y rural y estamos trabajando también para que la tinta sea ecológica”.
ACTUALIDAD
EXPORTACIONES
Eduardo Oswald, presidente del Centro Yerbatero Paraguayo comentó en estos días que “Actualmente el sector yerbatero se encuentra en plena cosecha que se inició después de la quincena de mayo y va hasta fines del mes de agosto. La merma de rendimiento por hectárea sería aproximadamente de 15 a 20%”, a causa de las sequías.
Oswald manifestó que la yerba mate paraguaya llega actualmente a un total de 27 países y desde el gremio buscan “intensificar las ventas en los mercados ya ganados y conquistar los mercados árabes como Siria, Emiratos Árabes; además de intensificar las ventas en el mercado asiático”.
Hasta mayo se exportó por valor de US$ 6,1 millones, correspondiente a 4.156 toneladas. Destacó que los mercados principales del producto son, España, Bolivia, Israel, Alemania, Chile, Polonia, Estados Unidos, República Checa, Líbano, así como también Canadá, Taiwán, Japón, Reino Unido, Turquía, entre otros.
SECADORA
En la cooperativa Citricoop Limitada, se inauguró a principios de junio una moderna secadora de yerba mate con capacidad para procesar 120 mil kilos de hojas por día que beneficiará a 128 socios de la mutual asentada en la Colonia San Lorenzo, del distrito de Carlos Antonio López, Itapúa.
La inversión pública/privada ascendió a cerca de 2.250 millones de guaraníes, de los cuales 748 millones de guaraníes fueron desembolsados por el Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (FIDA) del Ministerio de Agricultura y Ganadería (MAG) y la contrapartida de la entidad mutual alcanzó los 1.700 millones de guaraníes.
El coordinador General Unidad Ejecutora de Proyectos (UEP) del MAG, José Giménez, manifestó que “el proceso fue largo e intenso, pero valió la pena. Hoy en día estamos en una planta modelo, hecho que era un sueño para nuestros pequeños productores. Debemos recuperar nuestras raíces y nuestro trabajo, recuperar el orgullo de ser campesinos y producir nuestra tierra para producir nuestros propios ingresos para mejorar la calidad de vida de nuestras familias y comunidad”, consideró.
“PROHIBIDA LA YERBA”
“Prohibida la yerba, es un afiche que se pegaba en la ciudad”, cuenta Norma Ávila sobre el texto que ilustra el paquete de la yerba SEA. “Le latigaban a la gente que consumía la yerba, es increíble”, dice.
Revisando la historia se pueden encontrar los castigos adheridos al consumo de yerba en el Paraguay colonial: “Excomunión al que la bebe, 15 días de cárcel al que la introduce en la ciudad, 100 latigazos al que fuese encontrado en posesión de yerba. Asquerosa, vicio abominable y sucio que hace haraganes y contagia a todos. Favorece a los enamorados, cuando les falta dicen que no pueden vivir, dan sus calzones cuando no tienen con qué pagarla”, se lee en diferentes documentos tanto oficiales como eclesiásticos.
El historiador Herib Caballero recordó que el poder colonial intentó pero no logró prohibir el consumo del ka’a. “A los pocos años se dieron cuenta de que podían ganar dinero, el principal producto para los comerciantes asuncenos y para los religiosos que con lo que vendían en Buenos Aires, podían pagar la encomienda de los indígenas al reino”, explicó.
“Eran los dos sectores que competían en su producción, los segundos dejaron de verla como la yerba del demonio. Los yerbales eran naturales y estaban principalmente en Amambay, Canindeyú, en lo que hoy es el estado de Paraná, no queda muy claro quién, entre los españoles descubre las ventajas de la yerba que era llevada a los mineros del Potosí, ya que el principal mercado se encuentra en el Alto Perú”, comentó. Poco tiempo después, la hoja se había convertido en el producto estrella del Paraguay colonial, ya que Bolivia, Chile y Perú, eran regiones de un gran consumo. “El uso es general en el país”, reporta Félix de Azara.
Son los Jesuitas los que aprenden a cultivarla. Dice Caballero: “Las semillas de la yerba mate, estaban rodeada de una película que ellos limpiaban con lejía y después conseguían que germinen”.
Sin embargo, es central en la historia nacional la disputa entre los comerciantes de la provincia civil y la provincia jesuita por el uso de mano de obra indígena. “Es alto el costo humano de la prosperidad yerbatera.
Los indígenas son oprimidos con excesiva tarea, teniendo por alimento solo un pedazo de carne “Hacen hasta 200 leguas caminando de ida y vuelta. Todos mueren sin sacramentos”, escribió el jesuita Diego Altamirano en el siglo XVII. Por ello, la batalla por el control de la mano de obra indígena se da hasta la expulsión de los jesuitas en 1677″.
El impacto de la ida de los jesuitas está en que “se perdió el secreto de la germinación de la semilla, técnica que tardó 100 años en resurgir en tanto que el trabajo esclavo siguió hasta el siglo XX”, recordó Caballero.