Me despertó el griterío en la madrugada, me levanté medio dormido y seguí el ruido. Abrí la puerta y allí estaba el pelado, mi vecino. Le habían roto el portón y los vidrios del auto.
No tenía muchas cosas adentro. Le llevaron lo que encontraron: los documentos, la radio (que al estirar los cables rompieron el tablero), el extintor, el gato, la llave, ruedas y la llantas de auxilio. Cosas básicas que dejamos en el auto y jamás pensamos que nos van a robar y menos dentro de nuestra casa, pero ahí estaba, lamentándose por el vidrio roto que tendrá que reponer y la reparación del tablero y el portón, un gasto extra que siempre cae en mala fecha.
Eso sin contar los documentos que volver a hacerlos le va a robar tiempo que nunca sobra.
Enseguida me puse en su lugar. Ya me había pasado. La misma rabia, la misma impotencia, esas ganas de encontrarte frente a frente con el ladrón, tener un arma y meterle un par de tiros. Esa decepción reflejada en su rostro y que se multiplica en la televisión, en cada noticiero, en cada crónica policial.
Le propuse hacer la denuncia y me sentí como el último estúpido del planeta.
-¿Para qué? Me dijo con cierto tono de resignación… y supe que en el fondo tenía razón.
La corrupción en la Policía es tal que ya perdimos la confianza. No es una novedad ni un secreto a voces. Son muchas las personas que recuperaron sus objetos robados, pero debieron poner dinero para hacerlo. Con dinero, todo se puede, incluso sobornar a alguien para que haga su trabajo.
Y es que ya no es novedad la contaminación en una institución que basa su fortaleza en la confianza de la gente. Sin confianza todo resultado es un mero golpe de suerte, o vendetta, o quién sabe qué.
Pocas horas antes todos hablaban del megaoperativo. De acuerdo a los datos que dieron las autoridades, estimativamente, el golpe realizado al crimen organizado dentro de la operación Ultranza ascendía a unos US$ 100 millones. Sí, 100 millones de dólares, una cifra incalculable si tratamos de traducirla a guaraníes.
Esa investigación, que todos seguimos por la tele, llevó 27 meses con técnicas especiales de investigación y transferencia de información internacional, y sirvió para detectar y desmantelar un amplio esquema criminal dedicado al tráfico de toneladas de cocaína desde Sudamérica a puertos de Europa y África.
Vehículos de alta gama, había Lamborghini o BMs, aeronaves, salas de juegos, campos de fútbol, en mansiones de ensueño y hasta un zoológico privado, entre los bienes intervenidos a los investigados.
Y los investigados son parecidos al narco detenido en Brasil y que intentaba hacer negocios con la propia agencia antidrogas, y que incluso le prestó un vehículo al propio ministro del Interior, motivo por el que fue echado del Gobierno.
Es tanta la desconfianza que hasta la propia forma en que se tejieron los últimos acontecimientos es de película.
Pero volvamos al pelado, mi vecino, ¿cómo le explico que haga la denuncia? ¿Cómo le digo que alguien que gana poco va a correr detrás de los ladrones que acaban de robarle a las dos de la mañana?
Es tarde y mañana hay que trabajar porque así es la vida, es el proceso natural de una sociedad. Lo sabe Héctor (el pelado) que deberá pagar con su bajo salario y sin robar la inutilidad de una institución que mantenemos todos y manejan o manejaban hasta anteayer personas deshonestas y avivadas.
No puedo dormir, enciendo la tele y veo una película de policías, nacos y delincuentes… la agarré medio por la mitad y no sé quién es quién… como acá en el día a día…
Es lo que hay. Pero esa… es otra historia.