Todos los creyentes en Cristo Jesús estamos llamados a madurar espiritualmente. Algunos llegarán a ser más maduros que otros. No porque Dios quiera eso, sino porque la madurez implica un trabajo conjunto con nuestro Dios, no somos robots. Si no estamos dispuestos a doblegarnos, sujetarnos, sufrir, ser humildes y obedientes a Dios, no podremos madurar como Él quiera que lo hagamos.
De todos los que nacemos físicamente se espera que maduremos emocional y corporalmente. En una etapa puntual de nuestra vida, cambian nuestro cuerpo y nuestra mente, nos vamos volviendo más independientes y con más capacidad de tomar nuestras propias decisiones; todo esto es natural.
Así también, en lo espiritual se espera que una persona que conozca a Cristo, paulatinamente, vaya madurando en la fe. La Biblia habla de “niños espirituales”, de alimentos espirituales para “niños” y para “maduros”, responsabilidades que no pueden llevar los neófitos o inmaduros y sí los más crecidos, comprometidos y maduros.
El niño espiritual no comprende muchas cosas. Dios no puede usarlo de manera plena. Suele ser tropiezo para otro. El creyente inmaduro se siente frustrado, poco útil y en desánimo constante. El inmaduro espiritual tiene características muy puntuales (1 Co 3.1-3).
Las personas maduras son las que se han dejado formar por Dios, los que no han rehuido a la prueba, los que con dignidad y sin queja se dejaron tratar por Dios. Son aquellos que no se quejan de lo que Dios permite en su vida y no solo piden, también están dispuestos a ofrecerse y a servir. Son aquellos que “por el uso tienen los sentidos ejercitados en el discernimiento del bien y del mal” (Hebreos 5.14).
La salud espiritual no es señal de madurez, el servicio intenso tampoco lo es, ni el conocimiento bíblico; tampoco los dones de una persona son señales de madurez. Un niño podría ser perfectamente sano, y no por eso está maduro. Una persona puede servir intensamente en la iglesia, pero no por eso estará madura. Un joven teólogo se puede recibir con honores en la Facultad de Teología, pero eso no lo hace maduro. Una persona puede tener muchos dones espirituales.
Ahora, se espera que una persona madura sea sana espiritualmente, sea servidora, sea conocedora de la Palabra De Dios y manifieste los dones que Dios le da para servir a la iglesia. Todo esto es necesario, pero no suficiente. Madurez implica parecerse a Cristo.
Es por eso que Pablo les dice a los inmaduros corintios: “Sed imitadores de mí como yo de Cristo” (1 Corintios 11.1). No es que pide que lo imiten a él por quien él era, sino que lo imiten en que él imitaba a Cristo.
La madurez se alcanza al buscar el carácter de Cristo en nosotros. Ese es un trabajo conjunto entre el Espíritu Santo y nuestra voluntad, nuestra decisión, dejando el orgullo, el egoísmo y las excusas.