18:30. El termómetro marca 37 grados. Hace mucho más.

Desde que tengo memoria los científicos advierten sobre las consecuencias del cambio climático y nadie les da bola. Pero esa es otra historia.

La calle es un hervidero. Salir del trabajo y llegar a casa se vuelve una aventura casi épica para miles de personas.

Al llegar a Choferes del Chaco y Fernando de la Mora, los nervios ya no pueden ocultarse y estallan cuando un ejército de vendedores informales ataca en el semáforo como si fuera su última estrategia contra un mal día.

Aceite, jabón, pasta de dientes, frutas y chipa, siempre chipa caliente. Es la lucha diaria por ganarse el pan, sobrevivir en la calle vendiendo cualquier cosa.

En Paraguay, la mayor parte del empleo se genera en la economía informal. La pandemia solo empeoró las cosas. No es un secreto. Según la última Encuesta Permanente de Hogares, más de la mitad de los trabajadores en nuestro país es informal. Hombres sacrificados en una constante lucha por el pan. Con pocos derechos y muchas obligaciones.

La mayoría de los jóvenes están atrapados en esta disyuntiva. Una encuesta en buscadores de empleo revela que 7 de cada 10 paraguayos pensaron en abandonar el país. La falta de oportunidades, las altísimas tasas de informalidad, el mal manejo de los fondos de salud y la disparada de precios impulsan esta terrible situación.

Pero volvamos a la calle…

El repentino cambio de luces detiene a los vehículos. Un instante para que aflore la situación más detestable del tedioso camino a casa.

Cuatro jóvenes de entre 25 y 30 años rodean a una mujer. La chica sabe lo que le espera y busca desesperada unas monedas. Mientras limpian su parabrisas, no dejan de mirarla. Es la forma de intimidarla, de meterle miedo.

Es el otro ejército. El de la forma más fácil de hacer dinero metiendo pánico y juntando rabia. Caminan presurosos buscando a sus víctimas. Generalmente a mujeres que conducen solas o con niños.

Se abalanzan sobre los vehículos con caras de pocos amigos y desprecio a la vida.

Un problema que crece y se multiplica y aparentemente no tiene solución. Ninguna autoridad esbozará una ley o una ordenanza que le reste votos. Es la realidad.

Una realidad que se contrapone al trabajo decente, pero que nadie se atreve a hacerle frente.

Un día son violentos y al otro día un poco más. Es la ley que impusieron a golpe de impunidad.

Insultos, monedas que caen, uno que otro golpe al aire y a seguir el viaje. Todo volverá a repetirse en el próximo semáforo. El tránsito caótico solo es una excusa en “la ciudad del miedo”.

Es solo un día, que volverá a repetirse al otro día, como una interminable cadena atada a la miseria.

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