“Pobres de los ricos, de los que están satisfechos, de los que ríen…” (Lc 6, 21-26).

Este domingo, la Iglesia nos propone un evangelio muy fuerte y que nos invita a descubrir si Jesús nos dirige una palabra de conforto (felices, bienaventurados…) o se nos hace una amenaza (pobres de ustedes, ay de quien…). Si partimos del principio de que Dios ama y quiere salvar a todos, nace espontáneamente la pregunta: ¿por qué existen dos grupos: uno de salvados y otro de condenados? ¿Por qué Dios no salva a todos? ¿Por qué hace amenazas?

Creo que las palabras de Jesús son claras: los pobres, los hambrientos, los que lloran, de una parte, y los ricos, los satisfechos, los que ríen, de la otra parte. Jesús está hablando de la actitud que cada persona de estas asume delante de la vida, de la historia, de los demás y delante de Dios.

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Él tenía hecho muchos milagros, siempre tenía una muchedumbre inmensa que le seguía, pero ¿quiénes eran estas personas? ¿Eran los ricos, los satisfechos? ¡No! Eran los pobres, eran los necesitados, eran los que estaban sufriendo. La experiencia de la insatisfacción nos mueve, nos hace ir en búsqueda, nos enseña la humildad, nos permite descubrir otras personas con el mismo dolor, genera la esperanza, nos exige apertura; en fin, nos pone en el camino hacia Dios. Por eso, estas personas son felices, son bienaventuradas y Dios las asiste con su gracia y promesa. Por el otro lado, las personas satisfechas, esto es que no les falta nada, se encierran en su mundo, no tienen tiempo para Dios ni para los demás o mejor ni se interesan por ellos, sus preocupaciones son superficiales (la fiesta, las vacaciones, los vestidos, las apariencias), se sienten omnipotentes, piensan que pueden comprar todo, están seguras de sí mismas y de sus bienes, evitan el encuentro con los que sufren y ni se enteran de lo que significa el dolor, tienen el escudo de la soberbia y nada les toca. A estas personas, Dios, en su pedagogía, anuncia que esta situación no se sostiene. La vida da vueltas y si no cambian de postura, les va a tocar lo peor y, tal vez, ya muy tarde.

Creo que cada uno de nosotros delante de este evangelio debe preguntarse: ¿soy una persona en búsqueda, o estoy satisfecho con todo? ¿Mi vida es marcada por la humildad o por la soberbia? ¿Estoy abierto a Dios y a los demás o vivo encerrado en mi mundo? ¿Dónde esta mi corazón, en Dios o en el mundo?

Pienso que nos ayuda a entender mejor estas palabras de Jesús, la profecía de Jeremías:

“Maldito el hombre que confía en otro hombre, que busca su apoyo en un mortal y que aparta su corazón del Señor… Bendito el que confía en el Señor y que en él pone su esperanza” (Jer 17, 5.7).

El Señor te bendiga y te guarde,

El Señor te haga brillar su rostro y tenga misericordia de ti.

El Señor vuelva su mirada cariñosa y te dé la paz.

Hno. Mario, capuchino.

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