- Por Mario Ramos-Reyes
- Filósofo político
La reacción, luego de dar una charla sobre la urgencia de pensar, de teoría, es casi siempre la misma: todo eso que Ud. dice es muy lindo, pero es pura teoría. Necesitamos algo práctico, se sentencia de manera oracular. Cual Fausto de Goethe, no es el logos el inicio sino el hacer. Confieso que luego de tantos años de docencia, la expresión me fastidia. Pero no por el desconocimiento de lo que una teoría significa, sino, y, sobre todo, por la pasividad que esa objeción acarrea. Y como corolario, se dicen cosas que, en si mismas, contradicen lo que se quiere originalmente afirmar. Se prefiere ser un eco de lo leído en las redes, o los medios de comunicación: repetir lo que se dice, se piensa, se hace. Se rechaza el contemplar, teorizar, o ejercitar la facultad de la inteligencia, sin pensar antes lo que eso supone.
Lo que ocurre, lamentablemente, es lo que aprendí del filósofo italiano Augusto del Noce (1910-1989) hace varios años: el vaticinio de que la historia contemporánea idolatra a la acción sin más, rechazando agresivamente a la filosofía teorética. La inversión querida por Marx en su tesis 11 sobre Feuerbach (1845) se ha tornado dogma: lo que importa es hacer y no interpretar el mundo. Pero lo que muy pocos advierten es que esta tesis marxiana –absorbida hoy por cuenta corriente cultural e ideológica está en boga– ha tenido el apoyo y confirmación fascista desde un inicio, la del filósofo de Mussolini, Giovanni Gentile (1875-1944). Gentile, teórico del actualismo, compartía con Marx ese rechazo de la teoría como filosofía: nada que contemplar, nada que conocer: el hacer y crear es lo primordial. Es el actualismo. Así, el marxismo y fascismo nos legaran, como dos cuernos, a un mismo diablo: la sacralización del acto militante de la creación política.
LO ÚNICO ES LA ACCIÓN
Hay que proceder. Actuar. Militar. Y sobre todo, construir. El resto es hojarasca, pura teoría –diría, en palabras más, palabras menos, la posición marxiana– fascista. Es que si la realidad, las cosas, los seres humanos, los valores, no se pueden conocer de manera definitiva, pues todo es discutible, opinable, en una palabra, relativo, entonces, lo único que queda es, febrilmente, crear. ¿Y quién lo hará? La política. El partido. El sujeto consciente, woke. Esto es, el arte creativo del poder. Nada fuera ni contra del Estado. No debe sorprender, entonces, la reacción visceral de Gramsci (1891-1937) respecto a la teoría como filosofía del ser, clásica, profundizando aún más esta corriente de proceso dialéctico.
Así, este fascismo-marxiano no está preocupado sobre la verdad de principios. Son pura teoría, no existen –afirman–. Lo único que cuenta es la voluntad, en la política y en todo, y eso se traduce en el poder. Como fin exclusivo. Todo esto también lo había comprendido Nietzsche (1844-1900). Y vaya que lo justifico fielmente. El arte de las artes, decía, no es más la teoría –la contemplación socrática–, sino la poiesis, creación. Hay que crear como el superhombre lo hace: inventar. Política no es ciencia contemplativa al modo clásico, sino puro arte, estrategia, propaganda. Como quería Maquiavelo. Lo que cuenta es, en línea férrea con Marx-Gentile-Gramsci, solamente construir. Esta última, palabra mágica de los hoy posmodernos. La realidad como construcción.
LA VERDAD DE LA TEORÍA
No es extraño, entonces, que se rechace la teoría. Esa actitud permea el mundo actual. La pretensión hegemónica impuesta es que, a la realidad, se la crea, construye. El mundo al revés. La inversión antropológica que quería Marx. No importa si algo es una cosa u otra. Las cosas son como uno las percibe y quiere que sean. Es la omnímoda capacidad creativa de la autopercepción. De ahí la necesidad, imperiosa del relato como forma de ocultamiento: el hábito de gobiernos y ciudadanos constructivistas de imponer una narrativa falseada de la historia.
Pero la realidad es lo que es. Pertinaz. Teoría es ver, contemplar las cosas. Se ve con los “ojos” de la inteligencia. Inteligencia es intus, dentro, y legere, leer. Saber leer lo que habita al interior del medio. Desvelar. Desocultamiento que ocurre en el pensar: ese dialogo sereno con nosotros mismos. La realidad nos precede. Se nos da. Se contemplan las cosas, las personas, y de lo que se trata es de descubrir –sacar aquel velo que las cubre– para captar la verdad de las mismas. Así, se aprehende –con una h intermedia- mirando con asombro lo que está a nuestro alrededor. Poco a poco. Con humildad. Por eso nos preguntamos acerca de su ser y consistencia: sobre su naturaleza, o sus causas. La inteligencia humana, por su misma estructura, es contemplativa. Lo humano no es un crear o actuar sin ton ni son. Pensamos, descubrimos principios antes de actuar. La teoría precede a la praxis y a la poiesis. ¡No es teoría inútil! Más aún, en política.
DEL POPULISMO A LA TECNOCRACIA
Dos consecuencias se pueden inferir de esto: el auge de la actitud populista democratista, y, el advenimiento, cada vez mas influyente, de una tecnocracia global. La primera, ya ha mostrado, con varios ejemplos históricos recientes, la perversidad de su poder “creativo”. En nombre del activismo de la salvación popular, se han creado sistemas que contradicen los principios fundantes de la democracia republicana: los de la libertad, ética, naturaleza, cultura, el sentimiento patriótico. Lo que una comunidad política primero es y la establece. Los han reemplazado por un relato “épico”, ideologizado, militante. La segunda, supone que no se puede organizar, desde una teoría, el bienestar de todos pues la libertad aparece como indomable, impidiendo ese objetivo. Se debe, entonces, controlar todo. La política, dicen, debe crear una sociedad planificada. Es la versión marxiana-fascista- algorítmica de la democracia. Programadora de un futuro predecible, sin sobresaltos. Tecnociencia sin más. Ella
crea los bienes para el goce de los deseos. La utopía. El paraíso. ¿Y entonces, para qué hacer teoría? Solo quedaría esa parusía inmanente, sin una realidad más allá de ella, sin Dios, como el cuento narrado por el idiota del Macbeth de Shakespeare.
Pero no hay peor cosa que el ser idiota: el no saber en qué consiste el pensar. Sin hacerlo, se camina a ciegas. O a tientas. Por eso el contemplar, la teoría, tiene primacía para decidir lo mejor, sobre la acción, y, más aún, sobre la construcción de la realidad. Quien no teoriza, y hace o crea cosas sin haberlas pensado previamente, deja de ser un ciudadano libre, y deviene en un zombi que repite eslóganes que los medios, los políticos, o el ambiente ha puesto, mansamente, en su conciencia. Lo único práctico, por eso, es una buena teoría.