- Por Ricardo Rivas
- Corresponsal en Argentina
- Twitter: @RtrivasRivas
El presidente argentino, Alberto Fernández, en pocos días más iniciará un viaje de Estado a Rusia y China. En la primera escala se reunirá con Vladimir Putin. En la segunda con Xi Jinping, sus homólogos en esos dos países. La casi totalidad de los analistas de la política exterior argentina son críticos de esas dos escalas. Respecto de la Federación Rusa, por la grave tensión global que genera la difícil situación en Ucrania que, claramente, desde muchos años Moscú procura anexar; y, en lo que concierne a Beijing, donde Alberto F. se hará presente en la inauguración de los Juegos Olímpicos de invierno, porque Estados Unidos impulsa un boicot. Preocupante.
La política exterior argentina, a cargo del canciller Santiago Cafiero, incluso dentro de la propia coalición de gobierno es centro de críticas despiadadas. Desde Estados Unidos, donde por algunas horas estuvo Cafiero para reunirse con el secretario de Estado, Antony Blinken, con el objeto de estrechar vínculos bilaterales, las señales son marcadamente diplomáticas con eje en los buenos modales. Antes de despedirlo, el jefe de la diplomacia estadounidense concluyó en que el contacto con Cafiero fue “valioso”. No pasó de allí. Sin pena ni gloria.
Solo un par de fotos que, para un gobierno con fuertes cuestionamientos internos, es bueno porque adhieren a la idea de que una imagen vale más que mil palabras y que será suficiente para sedar a los arrebatados por el internismo. Los líderes iniciales del oficialismo, Alberto F., la vicepresidente Cristina Fernández y el presidente de la Cámara de Diputados, Sergio Massa, no acuerdan en casi nada. Para el gobierno, esos desacuerdos son paralizantes y solo generan malas noticias, además de desencuentros. De allí que a la hora de procurar información –algo poco sencillo siempre en el primero de los meses del año– los dichos aportan poco.
De allí que son los números los que dan cuenta precisa de los problemas más acuciantes y, en parte, pintan el cuadro de la situación. Veamos. Si se busca conocer la cotización del dólar estadounidense se verifica que en el mercado oficial se comercializa a $ 109,25 por unidad. En el informal, el que se conoce como dólar blue, se transa en $ 219, cada uno. Cuando en tiempos de Ómicron se procura saber cómo se desarrolla el programa de vacunación contra el SARS-CoV-2, la información oficial reporta que –sobre un universo de 45 millones de personas– 86,6% recibieron una dosis, 76% fueron inoculadas con dos, y 24,3% con tres. Poco menos de 5,7 millones no recibieron ninguna. La emergencia pandémica, hasta las primeras horas de la tarde del sábado último, precisa que las muertes por coronavirus son 119.103 y los contagios se ubican en 7.792.652.
En lo que tiene que ver con los servicios de la deuda pública externa, en las próximas semanas Argentina deberá pagar al Fondo Monetario Internacional (FMI) un vencimiento de US$ 731 millones; luego, otro por US$ 372; y, en marzo, una tercera amortización por US$ 2.900 millones. En total, US$ 4.003 millones. En diciembre pasado, Barclay estimó las reservas líquidas atesoradas en el Banco Central de la República Argentina (BCRA), en unos US$ 2.939 millones. Fuerte interrogante. Esa programación de pagos es la que el gobierno, desde el 10 de diciembre del 2019, se propone refinanciar con el FMI para postergar los pagos hasta 2027. Hasta el momento, no lo consigue.
La inflación –el Índice de Precios al Consumidor (IPC)– en 2021, se elevó en 50,9%. Resulta innecesario explicar que los salarios se deterioran exponencialmente. En lo político, los acreedores externos –FMI más el Club de París, con el que Argentina se comprometió a pagar, antes del 31 de marzo, US$ 430 millones– exigen un acuerdo político interno para aprobar cualquier refinanciación. Ese objetivo, cada semana que pasa, torna más difícil. Pero si con las oposiciones la situación tiende a empeorar, en el frente interno de la coalición gobernante, las tres patas de sustentación que representan Alberto Fernández, la vicepresidenta Cristina Fernández y el presidente de la Cámara de Diputados, Sergio Massa, cada uno va por sus propios intereses y visiones estratégicas en las que no coinciden.
Las diferencias preexistentes entre los tres sectores de este peronismo fragmentado en el ejercicio del poder son mucho más profundas después de la derrota electoral en todo el país que recibió el oficialista Frente de Todos (FdT) cuando las parlamentarias del pasado noviembre. Dos veteranos peronistas –disidentes con el oficialismo, pero con excelentes y frecuentes contactos con quienes tienen responsabilidades de gobierno y exigieron reserva absoluta de sus identidades– al ser consultados por este corresponsal coincidieron en señalar que “las debilidades y yerros para gestionar al igual que la falta de certezas estratégicas, en esta etapa, operan como fortalezas para el gobierno. Nadie quiere disputar, antes de tiempo, el poder para gobernar un país perdido en un laberinto de pasiones, vanidades e ideologismos inconducentes”.