DE LA CABEZA
- Por el Dr. Miguel Ángel Velázquez
- Dr. Mime
Hoy sabemos que el miedo es un factor que ha colaborado en la evolución de la humanidad, ya que es un mecanismo cerebral que involucra porciones cerebrales como la amígdala, la corteza prefrontal y el hipocampo para inducirnos esa sensación que nos aleja de lo que puede ser potencialmente peligroso. Esto, entonces, nos protegió durante la historia de factores que podían habernos dañado. Entonces, podemos decir que el miedo como tal es una conducta adaptativa. Sin embargo, existen en neurociencias aquellas conductas que conocemos como “miedo desadaptativo”; es decir, el miedo que no conduce a ninguna conducta de protección o útil para la supervivencia.
Dentro de esos miedos desadaptativos se anota ahora la llamada “coronafobia” que se define por la OMS como el miedo irracional a padecer covid o sus síntomas. Este nuevo padecimiento se califica en el Manual de Enfermedades Mentales encuadrado dentro de lo que se conoce como fobia: el miedo, la ansiedad o la evitación causa malestar clínicamente significativo o deterioro en lo social, laboral u otras áreas importantes del funcionamiento. Y esta es precisamente la característica fundamental que convierte a la fobia en un problema de salud mental. La pandemia de covid-19 ha erosionado la salud mental de una gran parte de la sociedad. Del mismo modo, en personas vulnerables o con predisposición ha supuesto un aumento alarmante de los trastornos mentales. Los más prevalentes son la depresión y la ansiedad. De forma más concreta, cualquier situación alarmante o catastrófica (como una pandemia) supone el caldo de cultivo perfecto para la aparición de trastornos relacionados con el miedo excesivo. Niños en la escuela. Son destacables aspectos como el riesgo de infección a través del contacto físico o los espacios cerrados, la muerte o infección de seres queridos, las medidas de contención, el aislamiento social y la soledad, la pérdida masiva de empleo o la inestabilidad financiera, entre otros. En este contexto, sabemos que no todo el mundo tiene la misma posibilidad de desarrollar una fobia ante un determinado evento desencadenante. Dependerá de la presencia de factores genéticos y ambientales, además de otros factores específicos de cada tipo de fobia. Por ejemplo, en el caso de las fobias asociadas a las pandemias (como la de covid-19), se ha visto que las variables de diferencia individual como la falta de tolerancia a la incertidumbre, la vulnerabilidad percibida a la enfermedad o la propensión a la ansiedad parecen desempeñar un papel fundamental. Los individuos con este miedo extremo tienden a experimentar un conjunto de síntomas fisiológicos desagradables desencadenados por pensamientos o información relacionada con esta enfermedad. Es realmente incapacitante en la medida en que está fuertemente relacionada con el deterioro funcional y la angustia psicológica y, por tanto, tiene importantes implicaciones para el bienestar mental. Se la relaciona con trastorno obsesivo compulsivo (TOC), otra alteración relacionada con la ansiedad cuyos síntomas pueden verse exacerbados en el contexto del covid-19: las obsesiones son pensamientos, impulsos o imágenes recurrentes y persistentes no deseadas (la idea de contagiarse o de contagiar a los seres queridos) y las compulsiones que aparecen para hacer frente al malestar generado por las obsesiones en forma de comportamientos repetitivos que la persona aplica de manera rígida (lavarse las manos con frecuencia excesiva).
Es sumamente importante desarrollar mecanismos diagnósticos (test psicométricos, evaluaciones psicológicas) y el abordaje inicial no medicamentoso y medicamentoso si fuese necesario. Recordemos que según la OMS, en el año 2030 la salud mental será la principal causa de discapacidad en el mundo. Y contra eso debemos combatir para evitar estar DE LA CABEZA. Nos vemos en siete días.