• Por Aníbal Saucedo Rodas
  • Periodista, docente y político

Así como el liderazgo es una tarea de construcción cotidiana, así, también, la política deberá ser un lugar de aprendizaje permanente. Una cátedra que promueve funciones pedagógicas. No de clases magistrales. Mucho menos de sermones. Sino de la sencillez para explicar lo complejo. De manera clara y honesta. Transparente. Entendible para todos. Lejos del lenguaje jeroglífico para impresionar. Confundir. Proyectar una pretendida superioridad. Y si tenemos que acudir a las repeticiones en el mismo párrafo, contra las reglas del periodismo, hagámoslo.

Para que nadie se quede sin comprender de lo que se está hablando. Sacrifiquemos la elegancia por la buena comunicación que es la evocación en común del mismo objeto. No hay que tener pavor a los lugares comunes, decía Justo Pastor Benítez, padre, si con ellos arrojamos luz a nuestras ideas. Lo mismo podría decirse con utilizar las mismas palabras en espacios muy cercanos que pueden golpear la vista. De lo que abusaremos en nuestro artículo es de la expresión “alianza”. Que irá ganando confianza entre nosotros en los próximos meses, igual que concertación, más exactamente hasta el lunes 27 de junio, última fecha fijada por el Tribunal Superior de Justicia Electoral (TSJE) para solicitar sus respectivos reconocimientos.

Aunque algunos analistas sostienen que dentro del Partido Colorado el escenario es menos complicado porque su territorio fue dividido en dos fuerzas anticipadamente definidas, la cuestión no es tan simple. Dos razones: el proyecto de una alianza planteado por uno de los candidatos y también vicepresidente de la República, Hugo Velázquez, y el discurso agresivamente distanciador asumido por este mismo grupo como estrategia de campaña. En cuanto al primer punto, deberá ser evaluado y aprobado por la máxima autoridad de la Asociación Nacional Republicana: su convención; en lo concerniente al lenguaje inflamado de belicosidad, éste siempre termina siendo contagioso, motivo por el cual es muy probable que municiones de alto poder destructivo encenderán y volverán aún más rojo el firmamento colorado. En política, generalmente, ningún guante queda sin recogerse.

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La alianza alentada por Fuerza Republicana –que viene a expedir certificado de defunción a Colorado Añetete, que llevó a la presidencia a Mario Abdo Benítez– abrirá tres frentes en el novel movimiento: a) la campaña proselitista propiamente dicha para enfrentar a los candidatos de Honor Colorado; b) el arduo trabajo de convencer a la mayoría necesaria de convencionales sobre las bondades de una alianza, y c) la búsqueda de partidos fraternos que quieran aliarse con los colorados. El tiempo, en estos casos, es un caballo desbocado. Sin frenos. Son apenas cinco meses. El cronograma del Tribunal Electoral Partidario señala como fecha tope para la presentación de propuestas de precandidaturas nacionales, departamentales y candidaturas partidarias el 16 de junio del corriente, hasta las 13:00. Es coherente con la ya mencionada resolución del TSJE que establece como límite para solicitar alianzas electorales el 27 de junio de este año, hasta las 19:00.

Dibujemos, igualmente, escenarios posibles. El vicepresidente de la República es un creyente fiel de las alianzas. Igual que el ex presidente de la República, Nicanor Duarte Frutos, posición ratificada en un audio masivamente difundido, en que argumenta que a los jóvenes afiliados “no les importa la tradición”. No les importa porque nadie se detuvo a explicarles o pasarles un texto para que aprendan. Así es más fácil la hegemonía de los mayores. La alianza, lógicamente, es entre partidos. Si el señor Velázquez sueña con una o un vicepresidente que no sea de su partido, no bastará con el deseo de una individualidad. Tendrá que ser una persona afiliada a una organización política reconocida por la Justicia Electoral. Y la alianza deberá ser consentida por la convención, congreso o asamblea de ese partido. Los trámites son largos y el camino corto. Y estrecho.

El mensaje de radicalidad intransigente y excluyente es el que sobresalió en la presentación de Fuerza Republicana. La constitución del nuevo movimiento sirvió para proclamarse a sí mismos como los “auténticos colorados”. Ese fundamentalismo, sin embargo, no se compadece con las pretensiones de alianzas con otros partidos. En varios tramos de esta interminable transición democrática el Partido Colorado ganó por sus símbolos a pesar de los hombres que lo representaban. En todos los niveles. Una alianza se inscribe con nombre propio. La Asociación Nacional Republicana será parte de esa alianza. Pero la alianza no podrá anotarse como ANR. Ya lo explicamos en un comentario anterior. Es poco factible que los aliados aprueben el color rojo como bandera. Y, naturalmente, dejará de ser la Lista 1. Es ahí cuando el discurso de la “autenticidad colorada” choca contra el frontón de las divagaciones conceptuales. Paralelamente, se alardea de una identidad doctrinaria que hasta hoy no pudo desarrollarse de manera consistente en un discurso.

Esa radicalidad extrema, sin concesiones aparentes, hará imposible el abrazo republicano. De uno y otro lado. Aceptar la derrota como caballero impone, igualmente, el reconocimiento del vencedor. Nada anormal que impida una campaña conjunta después de unas internas. Pero no con ese lenguaje cargado de iracundia que quiere ser fulminante. De aniquilación total. Un abrazo, en estas circunstancias, sería la suma de todas las hipocresías. Un bulo que muchos ya no están dispuestos a comprar. Por tanto, el candidato triunfador deberá ganar al electorado adversario sin la presencia de sus líderes. Lindo rompecabezas para armar. Buen provecho.

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