En el evangelio de Juan, capítulo seis, vemos una serie de sucesos en cuanto a Jesús.
En el 6:1-15, las multitudes, al ver los milagros que hacía Jesús, en cuanto a sanarlas milagrosamente y a la capacidad de dar de comer a multitudes con actos extraordinarios (multiplicar los peces y los panes), creían que Jesús debería ser el rey de Israel y llevarlos a una era de prosperidad y libertad política (versos 2, 14 y 15). Esto provocó que su popularidad creciera y les brindó la esperanza de que un líder civil pudiera darles lo que querían y necesitaban como nación. En el verso 22 dice que “la gente busca a Jesús”.
Jesús entendía perfectamente la motivación equivocada de la gente y cómo una visión errónea de su persona haría que tuvieran una motivación equivocada al acercarse a él.
Vemos en el capítulo 6, verso 15, que Él huye de aquello que querían hacer con Él.
Humanamente hablando, es raro su actuar. ¡Querían hacerlo rey! Pero Él se rehúsa a asumir ese cargo por varios motivos. El principal era que Él no venía a hacer su voluntad, sino la de su Padre, y esta no era que Él lidere un reino humano, sino uno espiritual, el Reino de Dios. En Juan 18:36, dijo a Pilato que su reino no es de este mundo.
Es normal en el ser humano que, al tener reconocimiento de la gente, el orgullo y la vanidad afloren, creyéndose alguien especial por encima de los demás, especialmente cuando se empieza a ver a sí mismo como un líder o una persona de influencia. El emperador Napoleón Bonaparte dijo: “La gente busca un líder para usarlo y este líder acepta el cargo por vanidad”.
Jesús no fundamentaba su identidad en qué pensaba de Él la gente. Su identidad estaba basada en su propósito y la voluntad de Dios para con Él, no en los halagos o la adulación humana. Él mismo lo explica luego en Juan 6:38. Llama la atención cómo, cada vez que los evangelios relatan que querían proclamar rey a Jesús, Él se escondía; pero cuando iba a ser crucificado, Él se presentó.
Justo antes de este acontecimiento, dijo a sus detractores: “Gloria de los hombres no recibo” (Jn 5:41). Él entendía que la adulación del hombre puede embotar su mente e inflarlo en su orgullo, al punto de privarlo de conocer a Dios (verso 44). Dios, según Santiago 4:6, resiste al soberbio y da gracia al humilde.
El verdadero liderazgo, el espiritual, el que viene de Dios, el que tiene trascendencia eterna, no es un liderazgo buscado carnalmente por una persona que quiere sentirse importante o tapar sus carencias con reconocimiento. El verdadero liderazgo es algo impuesto por Dios y viene de Dios, muchas veces contra la voluntad del hombre. Muchas veces, Dios impone esto al hombre y lo fuerza a entrar (Hebreos 5:1, 2; 4). La motivación de un verdadero líder espiritual es servir y hacer la voluntad de Dios en su vida. Nada más.
Por culpa de esta imagen distorsionada de Jesús y su propósito es que ellos no pudieron verlo en su real dimensión, la espiritual, la de Salvador del Mundo. El tener una imagen equivocada de Cristo nos atrae hacia Él con una motivación equivocada y limitante.
¿Por qué limitante? Porque lo queremos usar solamente para nuestras necesidades temporales, nuestras cuestiones “urgentes”, no las “importantes” y las que realmente van a traer trascendencia a nuestras vidas.
Jesús mismo dijo en Mateo 6:33 que busquemos primeramente el Reino de Dios y su justicia, y las demás cosas vendrán por añadidura.
Muchas veces buscamos a Dios solo para solucionar nuestros problemas, y no vamos a la cuestión de fondo, que es entregarnos verdaderamente a Él.