En la teoría del conocimiento la acomodación es una de las bases de los procesos mentales para poder adaptarse a los cambios que el crecimiento genera. Hay una combinación ideal de palabras, en este inicio de texto, que se juntan e invitan a que las personas las usen. Cuando se aprende se desplazan las ideas.

Si los argumentos son sólidos, las acciones se consolidan y se agrupan de forma coherente. Hay ajustes que tienden o buscan el constante progreso que permita la realización de una obra, la concreción de una etapa o la cercanía de un objetivo a mediano plazo, en fin, son muchísimas las causas que pueden existir en la vida y que requieren del proceso vital de modificación de la estructura cognitiva o del esquema comportamental para poder interpretar los nuevos hechos u objetos expuestos; los que en principio son considerados como desconocidos y que de alguna manera deben ser identificados, absorbidos y asumidos como tales, para poder conocerlos en el devenir de los tiempos, para interpretarlos y adecuarlos al espacio de las razones que ayudan a avanzar, a no declinar, a reforzar las ganas, a no renunciar, a darle aplausos a quienes siguen defendiendo los valores que inciden indefectiblemente en sus movimientos diarios, en definitiva, que sostienen el aprendizaje cotidiano en este mundo.

Al experimentar una vivencia es inexorable la presencia de la inteligencia, que activa los motores de la atención y la comprensión, que a través del lenguaje aprendido y almacenado en la memoria permiten el desplazamiento constante hacia las conexiones con el entorno que rodea a los sujetos.

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Lo que acontece está impregnado de interpretaciones diversas, lo que multiplica el universo de las adaptaciones. El tema es si lo convincente yace en los desplazamientos que impulsan una u otra decisión. Las escalas valorativas inciden en las elecciones, es en la formación de sus cimientos en donde el ser humano encuentra la lucidez necesaria para dar los pasos que requiere el desplazamiento inevitable de su devenir. El andar de los segundos no se detiene, como tampoco lo hacen los latidos del corazón, lo mismo le sucede a la humanidad en su fluir permanente.

Acaso un día es igual a otro, una conversación o una reunión a otra y así las comparaciones que cada uno quiera realizar; nada es igual. Los momentos son irrepetibles y esa característica marca irremediablemente la transitoriedad de los mismos; por lo que ante éste evidente estado, el ser se desplaza hacia el encuentro de nuevas certidumbres. Eso implica adaptarse una y otra vez, y de incontables maneras, asimilando un sonido, respetando una opinión, descubriendo una idea, construyendo una canción, trabajando y compartiendo diferentes visiones, utilizando una nueva aplicación tecnológica, comenzando una flamante tarea, etc.

Lo interpretable desea ser bien conducido. Es el deseo de una sana convivencia el que preexiste al tiempo de las predisposiciones, que se manifiestan sucesivamente y repercuten en la actualidad, para quedar después como lecciones que podrán ser tenidas en cuenta para la gestación de lo que requerirá de otras adecuaciones.

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