- Por Eduardo “Pipó” Dios
- Columnista
Que la Corte Suprema y, por ende, todo el Poder Judicial están sometidos, en mayor o menor manera, al poder político, ya sea desde el Ejecutivo o el Parlamento, no es novedad. La independencia de la Justicia en Paraguay ha sido, es y será por muchos años más una utopía. No quiere decir por esto que no haya jueces probos o medianamente honestos, pero no son totalmente independientes, los buenos están siempre con la espada de Damocles del Jurado de Enjuiciamiento si es que pisan algún callo, y los badulaques están de pie y a la orden de su o sus padrinos de turno, esperando cumplir con las promesas hechas a los mismos para llegar y luego confirmarse, si es que no reciben también alguna generosa propina por el servicio.
Es que el mecanismo de elección ya es una gran farsa, que se hace evidente cada vez que hay que elegir un ministro nuevo para la Corte Suprema. De entrada los famosos “cupos”, el que salio le correspondía a tal sector y este sector exige y reivindica para uno de los suyos el espacio libre, producto de algún otro pacto, cuoteo o arreglo anterior, y que exigirá una contrapartida para un cargo similar o algún otro espacio en el futuro. Los candidatos se barajan y se eligen dentro de los partidos, o bancadas, propietarios del “cupo”. Es común saber ya quién será el caballo del comisario, como en este último caso que estamos eligiendo, perdón, están eligiendo, ellos, ahora. No obstante, siempre se busca que se inscriban unos cuantos más para darle algún viso de seriedad a la supuesta selección.
La verdad es que elegido el candidato, generalmente este cumple con los requisitos mínimos exigidos, empieza el show, audiencias públicas, declaraciones pomposas, promesas de integridad, exámenes, currículums, y un show de puntajes y planillas que hacen que se pierdan horas, días y semanas, debatiendo quiénes serán los ternados, cuando allá, en el Senado, hace rato saben que serán el elegido de antemano y dos más de relleno.
Es correcto, me parece, que no sea una simple competencia de notas universitarias, publicaciones jurídicas (algunos simples copy paste o compendios de leyes, realizados por terceros, por encargo del firmante y postulante, a modo de enriquecer el curriculum y sumar puntos), horas cátedra, años de experiencia, sin tener en cuenta algunas cuestiones menos tangibles o certificables por escrito, como las muestras de integridad, trayectoria profesional y personal. Pero esas cuestiones subjetivas también se expresan en un puntaje personal que les pone cada consejero. De ahí sale la terna, de esos 10, 12 o lo que sean mejores calificados. Si ya se puntuaron las cuestiones objetivas y las subjetivas, debería simplemente reducirse, según el sentido común, a los tres mejores puntuados… pero no… se vuelve a elegir a dedo y según el gusto y paladar, y más que nada, del respaldo político de los postulantes… Los puntajes obtenidos pasan a ser meramente anecdóticos, y ahí es donde entra la verdadera dedocracia, el verdadero poder político, a derribar cualquier tipo de independencia, valga la redundancia, política.
O modificamos el sistema, para que los tres mejores puntuados, tanto en cuestiones objetivas (notas, trabajos, exámenes, etc.) como las subjetivas, basadas en opiniones personales de los consejeros, sean los ternados, o disolvemos el Consejo, o lo reducimos simplemente a una oficina receptora de postulaciones y verificadora de los antecedentes presentados por los postulantes, que los senadores de cada bancada presenten su candidato, y el que tenga más votos en la Cámara sea ministro. No será tan pomposo pero es más real, menos hipócrita y más barato. Déjennos de forrear con los concursos sin sentido, si al final ya sabemos quién es el asesino, no solo antes de que empiece la película, si no antes de cambiarnos para ir al cine.