- Por Felipe Goroso S.
- Columnista político
Una de las tácticas más antiguas que se conocen es la de asignarle al enemigo aquello negativo que podría ser asignado a uno mismo. Es más vieja que la injusticia. Idealmente, la jugada la realiza el sector que conociendo sus falencias o aspectos negativos toma uno de ellos y se lo apunta al oponente, para eso se debe ser el primero en mover las piezas. El que se anticipa suele ser (aunque no siempre) el que genera los marcos de debate. El framing, encuadre o marco tiene que ver con la forma en la que los individuos perciben y comunican el mundo que les rodea. Se estudia en Sociología, Psicología y como no, en Comunicación Política. Infinidad de estudios sobre la percepción han demostrado que las diferentes partes participantes u observadores de un mismo tema, tienen miradas absolutamente distintas y en este punto es bueno recalcar que se está hablando de un mismo tema o hecho.
Para que el encuadre discursivo sea eficiente es preciso una selección estratégica de puntos específicos, de los cuales se destaca aspectos particulares. En la generalidad, este proceso puede ser consciente o inconsciente en los individuos; ahora bien, cuando hablamos específicamente de Política y Comunicación lo que se hace es generar ese encuadre con el objetivo claro de darle al electorado y la opinión pública aquellas cuestiones que el oponente considera relevantes, que podrían significar negatividad o positividad. Si se habla de una cuestión que queremos enmarcar como un problema o que genere negatividad, los pasos siguientes son claros: apuntar al oponente como el origen de ese problema, hacer juicios morales sobre ese problema y por último y no menos trascendental: presentarse como la solución a ese problema. Y si además, como lo marcábamos al inicio, es un problema que en realidad uno mismo ha propiciado o generado, cartón lleno.
Si llegó hasta acá luego de toda esta cháchara teórica no queda más que agradecer, era necesario. Ahora vayamos a la práctica, para ello recurramos a una costumbre que, aunque extremadamente usada, sigue siendo útil a la hora de traducir al cristiano: el ejemplo. Tomemos un punto que es parte del framing discursivo del hasta ahora, candidato oficialista a la presidencia de la República, la hegemonía. “Nos oponemos a la hegemonía de un solo modelo”, dice y repite en cada intervención pública. Basta recordar la histórica influencia que ha tenido en uno de los Poderes del Estado, capaz el menos evolucionado de los tres, la justicia. ¿Alguien puede tan siquiera dudar de eso? Y para reforzar el punto podemos tomar un hecho significativamente nuevo, la conformación de la terna que ha hecho el cascoteado Consejo de la Magistratura hace apenas unos días para la vacancia en la Corte Suprema de Justicia.
En política, esa mala palabra que empieza con p y termina con a, es importante jugar al anticipo, eso permite ser nosotros los que enmarcamos desde lo discursivo los puntos que queremos resaltar como un problema y si además se logra apuntárselo al oponente sabiendo que es uno mismo el que ha sido eternamente el propulsor de ese problema, negocio redondo. Dicho en cristiano y en una sola frase: el que lo dice lo es.