• Por Aníbal Saucedo Rodas
  • Periodista, docente y político

Un controvertido acto que tiene lugar el 15 de marzo del 2006 es el disparador crucial que acelera el nacimiento político de Fernando Lugo. El hombre que habría de poner un paréntesis a la larga hegemonía de la Asociación Nacional Republicana en el poder, que arranca en 1948 hasta su caída en el 2008. Paradójicamente, el elemento que daría pie al proyecto del obispo de San Pedro se engendra dentro de la propia organización que sería desplazada del Palacio de López. Ese día, el presidente de la República, Nicanor Duarte Frutos, con una medida cautelar de la Corte Suprema de Justicia asumía la titularidad de la Junta de Gobierno del Partido Colorado. Lejos de ser el final de una prolongada crisis, fue el tizón que avivó el fuego de la discordia pública que involucró, desde diferentes veredas, a la propia Corte, al Tribunal Superior de Justicia Electoral, al Congreso de la Nación, a todos los partidos de la oposición y a un sector de los colorados. El punto del conflicto era el primer párrafo del artículo 237º de nuestra ley fundamental: “El presidente de la República y el vicepresidente no pueden ejercer cargos públicos o privados, remunerados o no, mientras duren en sus funciones”.

Duarte Frutos ejerció la presidencia del Partido Colorado el tiempo que duró la primera sesión, algo así como tres horas. Posteriormente, solicitó permiso para entregar el cargo a su ministro de Obras Públicas y Comunicaciones, José Alberto Alderete, quien, a su vez, en la misma reunión, leyó su carta de renuncia a las funciones de secretario de Estado. El acto consumado moviliza a la oposición unida. La marcha de protesta del 29 de marzo, por la “violación de la Constitución Nacional”, es multitudinaria como pocas. Los líderes partidarios y sociales se disputan el protagonismo. Todos quieren instalar su candidatura como cabeza de una gran alianza. Pero el obispo sin vocación y sin hábitos, leyendo un discurso que le atraganta a cada segundo, se apodera del escenario. Sus críticas no se centran solamente en el entonces mandatario sino, también, en los cinco ministros de la Corte Suprema de Justicia “sometidos a sus intereses” (a los intereses de Duarte Frutos).

Aunque en sus explicaciones posteriores Lugo aseguraba que no tenía aspiraciones políticas, que “solo quería aportar un poco de luz” a una oposición confundida y dividida, era muy obvio que ya estaba obsesionado por el estrado terrenal. Usó a todos los que pudo para alcanzar el poder y una vez en el gobierno, empezó a desprenderse de ellos, uno a uno. Su principal víctima fue el Partido Liberal Radical Auténtico (PLRA). Y en un furibundo e inesperado contraataque, sus adversarios naturales y sus antiguos aliados lo defenestraron (etimológicamente, arrojado desde la ventana) juicio político mediante.

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A las afirmaciones de que todos los hechos (importantes) de la historia ocurren dos veces (Hegel), como tragedia y como farsa (Marx), los autores Steven Levitsky y Daniel Ziblatt aseguran que “la historia no se repite, pero rima” (Cómo mueren las democracias, 2018). Y a veces rima con imperfectos asonantes. Hoy, en la distancia, pareciera que la memoria de algunos pretende minimizar y suavizar la tensión social y política de aquellos meses finales del 2005 y todo el año 2006. El más entusiasmado en recorrer el mismo controversial proceso es el presidente de la República, Mario Abdo Benítez, quien dijo estar dispuesto a todo para “defender la democracia de proyectos que buscan un poder hegemónico”. El trayecto que le espera hacia su propio proyecto hegemónico no es de tierra mullida.

Repasemos. Recurro a un detallado trabajo del colega y amigo Lucho Alvarenga y publicado en un medio local el 27 de diciembre de aquel crispado año del 2006: En enero –dice–, el TSJE habilita a Nicanor a candidatarse; sin embargo, no podrá ejercer la presidencia de la ANR; en febrero, la Corte rechaza la acción de inconstitucionalidad promovida por Osvaldo Domínguez Dibb contra la sentencia que habilitó la candidatura de Nicanor; el domingo 19 de febrero, Duarte Frutos gana las internas por casi el 60%; en marzo, la Corte concede una medida cautelar al electo presidente de la Junta de Gobierno para que pueda asumir y ejercer el cargo; la oposición pide el juicio político de los cinco ministros “cómplices de la violación constitucional”. El 15, como ya dijimos, asume la presidencia del Partido Colorado y pide permiso. Así nació Fernando Lugo en su inesperado camino a la Presidencia de la República. Ese sendero pedregoso es el que, sí o sí, tendrá que recorrer el señor Abdo Benítez que no puede gobernar ni en tiempos normales.

A diferencia de Duarte Frutos, que venía de dos años de buena gestión para amortiguar aquel impacto (había sacado al Paraguay de un default selectivo), Abdo Benítez arrastra una administración desastrosa, infestada de corrupción y marcada por la mediocridad y la improvisación. Son, además, otras circunstancias y otros tiempos: con su decisión, el presidente de la República puede estar ofreciendo su cabeza para un nuevo juicio político o poner sobre la mesa la razón que la oposición está buscando para articular la unidad y así derrotar al Partido Nacional Republicano. Ya ocurrió una vez. Y con los mismos versos. Buen provecho.

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