El evangelio de este domingo nos da muchas posibilidades de reflexionar sobre nuestra vida cristiana, especialmente sobre cómo deben ser las relaciones entre nosotros que compartimos la misma fe. No debería haber entre nosotros disputas por el poder, por los honores y por otras cositas mundanas, pues para Jesucristo lo más importante es aquel que sirve a los demás. Para él tiene mucho más valor quien lava los pies a los otros, que aquel que prefiere ser servido.
Como sobre este tema ya reflexionamos otras veces, hoy me gustaría detenerme sobre la oración. Si la oración es un diálogo con Dios, lo que hacen Santiago y Juan con Jesús es una oración. Y para más, es una oración de súplica, como la mayor parte de las oraciones que también hacemos nosotros. Infelizmente cuando oramos casi siempre nos quedamos solo en dos modos de hacerla: o repetimos fórmulas o entonces hacemos pedidos. Aún son pocos los cristianos que practican la oración de alabanza, la de contemplación, la de abandono, o la de escucha y discernimiento de la voluntad de Dios.
Muchas veces nuestra oración se reduce a exponer a Dios cuáles son nuestras necesidades y deseos, y le decimos lo que debe concedernos. Queremos convencerlo sobre cuál debe ser su actuación, rezamos para que Dios haga nuestra voluntad. En un cierto modo Santiago y Juan hacen esto mismo en este evangelio. Ellos sin saber exactamente, en qué consistía el reino de Cristo, querían ocupar los dos primeros puestos, querían ser los privilegiados, lo que revela que se creían los más importantes de todos los demás apóstoles de Jesús.
El maestro, cuando es llamado por los dos discípulos, se interesa por ellos (“¿Qué quieren de mí?”) y escucha atentamente su súplica. Sin embargo, no puede concederles lo que están pidiendo, pues es un absurdo. El pedido de ellos era una demostración de que aún no habían entendido ¿qué cosa era el reino de Dios? Era una súplica mezquina y egoísta. Por eso, Jesús les responde: “No saben lo que piden”.
La oración debería servir sobre todo para hacernos conocer la voluntad de Dios en nuestras vidas y generar en nuestros corazones la disponibilidad de asumir como si fuera nuestro su proyecto. Somos nosotros los que debemos convertirnos al proyecto de Dios y no él a nuestras voluntades y caprichos.
Estos discípulos deberían más bien preguntarle a Jesús: “¿En tu reino qué es lo debemos hacer? ¿Cómo podemos colaborar?”.
Nuestra oración debe nacer de la fe. Debe nacer de la certeza de que Dios nos ama, que desea nuestra auténtica felicidad, que quiere nuestro bien y está dispuesto a ayudarnos en todos los momentos de nuestras vidas. Él siempre tiene una propuesta para hacernos. Aun cuando nos metemos en problemas, Él está más cercano y disponible a ofrecernos una solución. Seguramente su propuesta no será un arreglo superficial de la situación, por eso no será tampoco la salida más fácil y cómoda a los ojos humanos. Dios no se contenta con remiendos, Él siempre desea darnos un vestido nuevo, Él siempre aprovecha las oportunidades que le damos para proponernos una efectiva conversión.
Algunos rezan pensando solamente que Dios es omnipotente, que tiene el poder de hacer todo lo que le da las ganas, y por eso puede hacer sin problemas lo que se le pide, puede como un mago solucionarles sus problemas, para que puedan continuar viviendo cómodamente. Si olvidan que Dios es padre-omnipotente, que no hará nada que sea contrario a su naturaleza, que no nos dará nada que pueda hacernos daños, que no está disponible a darnos pequeños beneficios sin preocuparse si estamos en la correcta vía.
Dios siempre está dispuesto a trasformar nuestros problemas concretos en oportunidades para empezar una vida nueva. Con inmenso amor de padre, Él está dispuesto a ayudarnos en todo momento, con la condición de que estemos dispuestos a hacer su voluntad. Sin embargo, cuando le pedimos “disparates”, como estos dos discípulos, aunque insistamos mucho, podemos estar seguros de que no nos atenderá.
El Señor te bendiga y te guarde,
El Señor te haga brillar su rostro y tenga misericordia de ti.
El Señor vuelva su mirada cariñosa y te dé la paz.