Creo que todos ya escuchamos este texto que nos habla del hombre rico que pregunta a Jesús qué es lo que debería hacer para conseguir la vida eterna. Sin dudas, él era un hombre bueno y cumplía los mandamientos: no mataba, no cometía adulterio, no robaba, no decía cosas falsas de sus hermanos, no era injusto y honraba a su padre y a su madre. Todavía, Jesús mirándolo profundamente con ternura descubrió que tenía aún una cosa que no estaba bien en su vida: él era muy apegado a sus bienes materiales. Su corazón no era libre. Sus manos, sus razonamientos, sus afectos, sus preocupaciones... eran condicionados por los bienes materiales. En una palabra: él era esclavo de sus riquezas.

En verdad este es un tema de fundamental importancia en nuestra vida espiritual: ¿cómo nos relacionamos con los bienes de este mundo? Este es un problema que solo nosotros los humanos poseemos. En nosotros el mundo espiritual se toca con el mundo material pues somos las únicas criaturas formadas de cuerpo y ánima.

A través de nosotros el espíritu puede trasformar la materia, puede disponerla para el bien, puede hacerla causa de agregación y de crecimiento fraterno, o, al contrario, la materia puede dictar normas al espíritu, puede endurecerlo y sofocarlo, puede hacerle perder la sensibilidad y la humanidad, puede ser causa de contiendas, peleas y divisiones.

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Esto significa decir que no puede existir una auténtica espiritualidad que no nos instruya en relación con nuestro comportamiento delante de los bienes de este mundo. También Jesucristo tiene una palabra para decirnos en lo que atiene a la posesión de las cosas materiales.

Dios no es contrario que el hombre use las riquezas de este mundo. Fue él quien las hizo y las entregó en nuestras manos para que, administrándolas, pudiéramos colaborar en el progreso de la humanidad. El problema está en que el ser humano, herido por el pecado, mientras no consigue proclamar en su vida la victoria del espíritu sobre la carne, es insaciable en sus ganas de poseer.

Los bienes de este mundo ejercen sobre él una fatal atracción. El deseo de poseer y acumular lo hace ciego, lo hace perder el rumbo de la vida. Por ejemplo:

- A causa de una promoción, una persona es capaz de pasar por encima de todos, de olvidar hasta mismo la mejor amistad, de no tener cuenta de la palabra empeñada, de desechar quien antes lo había ayudado;

- A causa de una herencia: los hijos son capaces de despreciar a los padres que les dieron la vida y con esfuerzo les hicieron crecer; pueden odiarse entre hermanos, cuñados, primos; pueden hacer embrollos y engañar hasta a los que tienen su misma sangre;

- A causa de querer tener dinero fácil, una persona es capaz de perder la dignidad, de venderse, de participar del tráfico de drogas, de aceptar coimas, de caer en el robo, de explotar a sus operarios, sin preguntarse siquiera se así no estará destruyendo la vida de otros.

Es así que los bienes materiales, que originalmente son un regalo de Dios para que podamos vivir bien en este mundo, pueden transformarse en una verdadera desgracia, que descompone completamente la vida humana. Es increíble, pero cuanto más creemos de poseer cosas, en verdad, tanto más somos poseídos por ellas. Es un engranaje diabólico: cuanto más posee, más quiere poseer y tanto más necesita defender lo ya que tiene. Crecen las preocupaciones y el aislamiento. Disminuye la libertad y capacidad de amar y de ser gratuitos. Hechizado por el dinero, el hombre se desfigura y en todas las cosas solo le interesa el lucro y la ganancia.

Es delante de esta realidad humana que el evangelio nos desafía a vivir la pobreza. La pobreza evangélica es el ideal de la vida cristiana. Con todo, debemos aclarar que esta pobreza no es vivir en la miseria. Ser pobre como ideal de vida evangélica es: utilizar los bienes materiales, sin la preocupación de acumular; es buscar el confort y el bien-estar normal para una vida digna, y lo que fuera a más, o lo superfluo, donar a quien más lo necesite. Ser pobre en el modo evangélico es tener los bienes necesarios, pero sin perder la libertad, sin ser esclavos de las cosas. Es ser feliz en tener solo lo necesario.

Por eso, ser capaz de donar los bienes materiales que poseemos es una señal clara de nuestra libertad delante de tales bienes. Cuando estamos aferrados a las cosas materiales, no podemos encontrar paz en la vida, pues somos esclavos de lo que pensamos poseer.

San Francisco de Asís entendió muy bien este ideal y se propuso a no apropiarse de nada en este mundo. Habiendo necesidad, él utilizaba todas las cosas que estaban a su alcance, pero se negaba a sentirse dueño de ellas, se rehusaba en poner su corazón en tales cosas y sentirse apegado. Fue así que él gozó de una envidiable libertad y fue un hombre feliz y realizado.

Al contrario, de lo que piensa el mundo, no son las riquezas que pueden traer la felicidad a una persona, sino la pobreza evangélica, el poseer lo normal para una vida digna, sin avaricia, sin apegos y con un corazón abierto a la caridad.

Infelizmente es muy difícil de aceptar esto y conseguir practicarlo, pero Jesús continúa mirándonos con cariño y desafiándonos a dar este paso en la vida.

El Señor te bendiga y te guarde,

El Señor te haga brillar su rostro y tenga misericordia de ti.

El Señor vuelva su mirada cariñosa y te dé la PAZ.

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