• Por Dr. Miguel Ángel Velázquez
  • Dr. Mime

Por las limitaciones conceptuales indicadas hace una semana sobre el libre albedrío, los neurocientíficos preferimos manejarnos con el más flexible concepto de toma de decisiones, no de una cuestión “metafísica” de conceptos de libertades. Y esas decisiones se toman independientemente de que sean libres o determinadas, lo que interesa saber es qué ocurre en el cerebro cuando tomamos una decisión determinada.

En 1983, Benjamin Libet desató una controversia con su demostración de que nuestra sensación de libre albedrío podría ser una ilusión, al demostrar con un experimento ya clásico que la decisión de efectuar algo como un movimiento era ya tomada fracciones de segundo antes de que se produjera aparentemente de manera libre y no condicionada. Parte de la atracción del experimento de Libet se debe a dos intuiciones dominantes que tenemos acerca de la mente: la primera es la sensación de que nuestra mente es una cosa separada de nuestro ser físico, un dualismo natural que nos empuja a creer que la mente es un lugar puro, abstracto, libre de limitaciones biológicas; la segunda es la creencia de que conocemos nuestra propia mente, que nuestra experiencia subjetiva de tomar decisiones es un reporte exacto de cómo se tomó esa decisión.

La mente es como una máquina. Siempre que funcione bien nos sentimos alegremente ignorantes de cómo lo hace. Es solo cuando surgen errores y contradicciones que nos llama la atención ver qué pasa. Quizás la verdadera decisión está hecha de alguna forma “por nuestro cerebro” o tal vez simplemente sea que la sensación de decidir está atrasada con respecto a nuestra decisión real. Solo porque reportamos erróneamente el momento de la decisión no quiere decir que no estuvimos íntimamente involucrados en tomarla, en el sentido significativo que eso pudiese tener. Llevados al campo de las neuroimágenes donde se examinó con un resonador magnético funcional el cerebro de personas mientras tomaban decisiones aparentemente libres de cualquier tipo de presión, se ha comprobado por los registros de zonas “despiertas” en ese momento en el cerebro que todas las decisiones las toma nuestro cerebro inconsciente de forma determinista, en función del estado en que se encuentra en el momento de recibir los estímulos que lo mueven a escoger entre varias opciones.

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Ahora, con estos descubrimientos, nos toca asumir un conocimiento nuevo sobre nuestra manera de ser: la conciencia llega cuando ya hemos tomado la decisión. Nuestras decisiones están predeterminadas inconscientemente un poco antes de que nuestra conciencia las perciba como si las hubiera desencadenado de manera premeditada. Y esta es la palabra clave: no ha habido “premeditación” consciente. La respuesta biológica ha sido automática y anterior a la toma de conciencia “meditada” de que estamos conformes con la acción ya ejecutada. Según esto, la impresión del sujeto de haber decidido racional y libremente no es más que una simple ilusión de control, una justificación a posteriori del cerebro para sentir que teníamos razones para hacer lo que, en realidad, hemos hecho motivados por nuestras sensaciones y emociones. Definitivamente, esto nos ayuda a confrontar nuestras intuiciones sobre el funcionamiento de la mente y a ver que las cosas son más complicadas de lo que instintivamente imaginamos.

Pero no se preocupe: no somos máquinas. Somos seres vivos con motivos internos que nos llevan a explorar y entender el mundo que nos rodea y a nosotros mismos. Esperemos que para bien. ¿Díganme si no es para estar DE LA CABEZA? Nos leemos el sábado siguiente.

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