- Por Ricardo Rivas
- Corresponsal en Argentina
- Twitter: @RtrivasRivas
Desde las más encumbradas poltronas de poder en la Argentina solo parece emerger ineptitud para la derrota. La autocrítica; la necesidad de reagruparse para intentar ganar las elecciones de medio tiempo con las que el 14 de noviembre próximo se renovará un tercio de la Cámara de Senadores y la mitad de la de Diputados, por lo menos hasta la mañana de este lunes, parece que fueron dejadas a un lado del camino. Todos y todas las integrantes del oficialismo solo parecen estar pendientes de su propio futuro a partir de la medianoche del venidero 14N. Los unos y las otras, en el poder o no, en un amplísimo segmento social, consideran que, de repetirse la derrota que recibieron en las primarias abiertas simultáneas y obligatorias (PASO), el pasado 12 de setiembre, una nueva crisis podría despertar a las argentinas y argentinos en el amanecer del lunes 15 de noviembre.
Ariel Sujarchuk, intendente del partido de Escobar, unos 60 Km al Norte de esta capital, donde semanas atrás Alberto y Cristina presentaron a quienes lideran las listas electorales en la provincia de Buenos Aires, donde reside el 39% del padrón electoral argentino, fue clarísimo: “Toda la semana [posterior a las PASO] en la cual se paralizó la política por los cambios de gabinete trajo un costo político grande. Algunos de esos cambios no reflejan un comportamiento electoral positivo. Y si las medidas que se toman en los próximos días no generan empatía con la sociedad, la elección no va a ser fácil de revertir”, dijo en el transcurso de una entrevista radial.
Luego del comicio de medio tiempo, al presidente Alberto Fernández, le quedan por delante 24 meses para completar su mandato. “¿Cómo llegaremos al 2023 si pierden las elecciones?”, es el interrogante que más se escucha en las calles del país. La más apreciada de las costumbres argentinas después del fútbol, discutir la política, recuperó terreno después del pasado 12S. El oficialismo fue derrotado por 9 puntos porcentuales en el escrutinio general. En la provincia de Buenos Aires, la derrota puso a Alberto y Cristina 5 puntos debajo de la principal oposición, la coalición electoral Juntos por el Cambio (JxC). Horas más tarde de ser vencidos, la vicepresidenta Cristina Fernández vapuleó al jefe de Estado con una carta pública explosiva que operó como una bomba de fragmentación en toda la estructura de poder. Desde entonces, Alberto F. y su segunda al mando, Cristina F., no hablan entre ellos. Lo que era una suposición, un rumor, un chimento, un corrillo, un run run, una operación de prensa de las oposiciones, trocó en certeza.
El último día de setiembre Cristina ingresó en la Casa Rosada para compartir un acto proselitista encubierto como publicidad de un hecho de gobierno, sin conversar –a solas ni en compañía de otros funcionarios– con Alberto. Luego –gestáltica mediante– la sociedad en su conjunto pudo verificar que la grieta entre ellos es demasiado profunda. El presidente Fernández, sin embargo, intentó disimular lo indisimulable con un llamado a la unidad nacional. Cristina miraba el piso con un rictus de profundo desagrado en el rostro que por microsegundos dejó paso a sonrisas forzadas por la circunstancia. Alberto procuró incansablemente disimular. Expresó que “no es este el tiempo de plantear disputas que nos desvíen el camino”; exhortó a “terminar con el desencuentro”; advirtió que “algunos han usado la pandemia para dividir lo muy divididos que estábamos cuando llegamos en 2019″; y, aseguró que “la gestión del gobierno seguirá desarrollándose del modo que yo estime conveniente. Para eso fui elegido”. La calle sostiene que “ese mensaje fue para Cristina”. ¿Será así? “Es probable”, respondió un dirigente peronista que –como casi todos– sólo hablan con aquellos periodistas que les aseguramos preservar sus identidades. Otros –con la misma premisa– interrogan: “¿De quién fue la idea de reunirlos?”. Silencio profundo. Nadie asume la paternidad de la evidente iniciativa fallida.
El gobierno parece haber extraviado el GPS. Recalculando. La inseguridad sobre las posibilidades reales con que cuenta la coalición electoral, parlamentaria y gubernamental oficialista –el Frente de Todos– tiene para revertir la derrota del 12S el 14N, está muy extendida. Entre propios, propias, ajenos y ajenas. Las dirigencias opositoras permanecen en silencio. Parecieran tener la convicción de que hay que dejar hablar y hablar a las y los oficialistas porque, “cada palabra que expresan opera como efectiva campaña electoral. Se autodestruyen frente a la sociedad”, aseguró a este corresponsal un dirigente clave de ese sector político que también pidió no revelar su nombre. Incomprensible. Sin embargo, en algún punto, podría adjudicarse algo de razón.
El flamante jefe de Gabinete de Ministros, Juan Manzur, para aceptar ocupar ese cargo que aparece como transicional, al igual que el resto del elenco ministerial, solicitó licencia del cargo de Gobernador de la provincia de Tucumán, cuyo mandato expirará en el 2023. ¿Reaseguro porque piensa que volverá en poco tiempo a su tierra natal? Si no es así, por lo menos, puede interpretarse de esa forma. Manzur, quien también se postula para senador nacional suplente en los venideros comicios de medio tiempo, se expone como una de las voces ante los medios de comunicación públicos y privados.
En ese contexto, antes de la finalización de la semana que pasó, refiriéndose al futuro del oficialismo, electoral o de gestión, es muy concreto: “Ojalá que Dios nos ayude porque realmente esta vez nos hace falta” (sic), dijo el ministro coordinador con vocación presidencial para el 2023. Más claro, imposible.
Varios meses atrás, el presidente Alberto F., cuando la prensa lo consultó acerca de cuál es el programa económico del gobierno, afirmó públicamente que a él “no” le gustan los planes. Manzur revela que el oficialismo –¿o la Argentina?– depende de la misericordia divina. Enorme revelación: El plan del gobierno es el plan de Dios que, indudablemente, es gestionado –mal o bien– por ellos y ellas, hombres y mujeres. Con esas palabras, Manzur –tal vez involuntariamente– inició una nueva etapa. Si hasta pocos días atrás, antes del 12S, entre los sectores internos del peronismo coaligados, se afirmaba que “si ganamos, ganamos todos y si perdemos, pierde Alberto”, a partir de ahora, nadie podrá adjudicarse ni adjudicarle a nadie triunfo o victoria alguna. Pierdan o ganen, será lo que Dios quiera. Faltan 41 días para saberlo.