DESDE MI MUNDO

  • Por Carlos Mariano Nin

La vida, las circunstancias, la rutina, me llevan una y otra vez por la misma avenida.

Es hora pico, hace calor y el tránsito se hace lento, demasiado lento para mis ganas de llegar a casa. Las luces del semáforo me detienen y entonces un ejército de vendedores ambulantes se tira a la dura lucha de ganarse el pan en cada ventanilla.

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Es uno de los rostros del trabajo informal.

Según Enrique López, especialista en empleos, los jóvenes de entre 18 y 19 años en su mayoría consiguen su primer empleo en la informalidad. De 10 que consiguen trabajo, 9 lo hacen en la informalidad.

Recuerdo el dato mientras sigo con la mirada a un niño. No debe tener más de 9 años. Juega con unas pelotitas de tenis frente a mi parabrisas. Miro un instante con fascinación, lo suficiente como para darme cuenta que no es un juego, es un arte: el de sobrevivir.

Debería ir a la escuela, pero son pocas sus posibilidades en un país donde de cada 100 niños que comienzan la primaria, solo 2 egresan de la educación media. La pandemia no hizo más que agudizar esta situación.

La rutina me obliga a detenerme casi siempre en el mismo semáforo… y la historia se repite. Es como un Déjà vu, pero sé que es real. Solo que esta vez me sorprende. Es pequeño y menudito y casi no le caben las pelotitas en las manos, pero va profesionalizando su arte, lo suficiente para obligarme a prestarle atención, a seguir esas pelotas que van y vienen y giran y se cruzan sin tocar el suelo, en un malabarismo sinfónico acorde al cambio de luces.

No conoce a su padre, lo abandonó cuando aún era un bebé (se estima que el 22,3% del total de los niños y niñas menores de 18 años no está inscripto en el Registro Civil).

En setiembre del 2020 el presidente Mario Abdo Benítez firmaba el decreto que disponía la puesta en marcha del Plan Nacional de Integridad, Transparencia y Anticorrupción (2021–2025). Pero la corrupción no se detuvo. Pienso, ¿por qué no me sorprende? Creo que estamos perdiendo la capacidad de asombrarnos.

Durante la pandemia se multiplicaron las denuncias.

Juancito sigue jugando a vivir.

Unas monedas lo alientan, se siente compensado. Sus movimientos están perfectamente coordinados. Un show estrictamente cronometrado, que comienza y termina con un simple y veloz cambio de luces.

Se habrá ido a dormir cuando se ponga el sol. Cansado, pero satisfecho de haberse ganado la comida sin robar más que un momento de atención que en la realidad molesta a muchos.

Son niños sin familia, o en muchos de los casos con hogares mutilados por la pobreza (de cada 10 niñas, niños y adolescentes, 4 viven en situación de pobreza (extrema y no extrema).

La situación del niño del semáforo se repite por miles en todos los cruces de todos los departamentos de Paraguay, desde hace años.

Los pobres van a ser a quienes los candidatos buscarán para que los voten en estas elecciones. Los van a usar y los van a dejar abandonados en ese círculo de desigualdad social que parece no tener fin.

Por eso estamos obligados a votar inteligentemente, por los niños que comen en los semáforos, por los que creen que no tienen futuro y por lo que merecen una retribución a su dignidad.

La responsabilidad de la pobreza es responsabilidad del Estado, pero el 10 la responsabilidad será tuya… pero claro, esa es otra historia.

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