- Por Felipe Goroso S.
- Columnista político
“Los rompebodas” es una comedia americana donde los protagonistas, Owen Wilson y Vince Vaughn, lo que hacen es colarse de “piratas” en fiestas de bodas y básicamente ser el alma de esos eventos. Es tal la diversión que arman que ni los familiares más cercanos de los novios se animan ni siquiera a dudar de que realmente son invitados. Como se ve, no estamos hablando de una película sobre la importancia de la democracia ni la política de Asia Central, no. Eso sí, cumple con el objetivo básico de toda película: entretiene, y bastante.
El sábado pasado se realizó la Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), en la Ciudad de México. De hecho, la administración de Andrés Manuel López Obrador viene operando una ofensiva diplomática en la región para convertir a la instancia en una alternativa a lo que la izquierda latinoamericana llama una alicaída y casi siempre ausente, Organización de Estados Americanos. En realidad, el fondo de la cuestión es que esta última está desde siempre alineada a la visión de Estados Unidos. Y eso incomoda de sobre manera a los regímenes de Nicolás Maduro, Miguel Díaz-Canel y Daniel Ortega. Otro que está haciendo una impecable carrera en el lado autoritario de la historia es el ídolo de los tuiteros y algunos periodistas y políticos paraguayos: el presidente de El Salvador, Nayib Bukele. Pero el rockstar de Centroamérica se merece una columna exclusiva, se la ha ganado.
Volvamos a la Celac. López Obrador sueña con que cumpla funciones similares a la Unión Europea, una instancia que se vuelva un bloque comercial que negocie con otras partes del mundo; además, que sea el espacio donde se diriman y resuelvan conflictos entre los países integrantes sin la mirada vigilante de los Estados Unidos (como detalle no menor, algunos apuntan a que Rusia ve con simpatía el fortalecimiento de este grupo). En ese sentido, es que la cumbre del sábado pasado contó con la presencia de los dictadores de izquierda de Venezuela y Cuba. El presidente mexicano quería de alguna manera mostrar la capacidad de una Latinoamérica unida y en sintonía, en paz y en amor. No contó con los rompecumbres, Paraguay y Uruguay, representados por las delegaciones lideradas por Mario Abdo Benítez y Luis Lacalle Pou. El primero se encargó de recordarle a Maduro, que la posición de nuestro país no ha variado y que la presencia de la comitiva paraguaya no implicaba el reconocimiento del régimen que tiene postrado al pueblo venezolano desde hace más de veinte años. El segundo, fue aún más lejos, aclaró que la presencia de Uruguay en la Celac no significa cerrarle la puerta a la OEA e hizo una ácida crítica a los regímenes de Venezuela, Cuba y Nicaragua. Con posterioridad, mantuvo un ida y vuelta con el prestanombre político de los hermanos Fidel y Raúl Castro: Miguel Díaz-Canel.
La mayoría de estas cumbres se caracterizan por ser extremadamente aburridas, alejadas y desconectadas de la gente. Y sobre todo y principal: repletas de hipocresía diplomática. Al menos en esta ocasión no fue así, gracias a los rompecumbres. Y de alguna manera, la política, esa mala palabra que empieza con p y termina con a, también se trata de romper los moldes e incluso de entretener.