EL PODER DE LA CONCIENCIA
- Por Alex Noguera
- Periodista
- alexnoguera230@gmail.com
Los dioses son seres caprichosos de gran poder y furia, pero también con un infinito sentido del humor. En algún lugar exclusivo del universo ellos beben, se divierten y ríen a carcajadas de los mortales.
A veces los imagino flotando entre las nubes, mirando hacia abajo con vista de águila, y entiendo su diversión al ver la forma ridícula en que viven los humanos. Es tragicómica, inentendible, con una estela de vida que raya la completa locura.
Bastaría seguir con los ojos a esta generación que vive atrapada por la tecnología. Hoy, una persona al despertar, lo primero que hace es tomar su celular y revisar sus mensajes, aunque haya sido lo último en hacer antes de cerrar los ojos la noche anterior. Es prioridad esa pequeña pantalla antes que sentir la realidad del entorno.
La conducta está tan arraigada en la cultura actual, que ni los niños se salvan de repetir este hábito, con el agravante de que para ellos esta pauta está vacía de valores y llena de consumismo.
En alguna ocasión el guionista paraguayo Robin Wood había justificado este comportamiento al escribir que los hombres son capaces de las más grandes obras, pero también de las más grandes vilezas.
Precisamente, Wood es el mejor ejemplo de esta comedia. Nacido en cuna pobre, fue su abuela –quien ni siquiera hablaba el castellano– la que lo alimentó con las primeras semillas de historias fantásticas, que al germinar convirtieron al autor en el mejor guionista del mundo, declarado en la Bienal de Córdoba.
No nos vamos a distraer en enumerar los premios otorgados al maestro, mejor sería mencionar que es padre de casi 100 personajes y “culpable” de más de 10.000 guiones de historietas que en su momento también secuestraron a más de una generación.
Así, de forma casi involuntaria –quizá con el humor y capricho de los dioses–, hacia 1966 comenzó a publicar en la editorial Columba junto al dibujante Lucho Olivera. Y de los desiertos del Sahara con “Aquí la legión” se trasladaron a 3.000 años antes de Cristo a la antigua Sumeria, donde un hombre imaginario llamado Nippur se convirtió en un ser de carne y hueso en la mente de los lectores, quienes de a miles acompañaron al “Errante” por los polvorientos caminos de Egipto y Mesopotamia.
Sin querer, las aventuras del también conocido como el “Incorruptible” mostraron la senda por la que debían transitar niños, jóvenes y adultos, que seguían pasos de honradez y huellas de honor con la implacable justicia de una espada de dos filos.
Y la educación de esa generación no fue una obligación, sino una apasionante historia, que en capítulos enseñaba sobre la verdadera amistad con nombres como Ur-El, el gigante de Elam o con Hattusil, el mejor guerrero del mundo, aunque fuera jorobado.
También sorprendía con actitudes contrarias a la razón humana al despreciar el trono y los tesoros de la reconquistada ciudad de Lagash y preferir la simpleza de la caza, la soledad del desierto o el fresco aroma de unos pescados asados, tendido bajo unos árboles en la tranquilidad de la vera de algún cauce o a orillas del mar.
Nippur también enseñaría durante décadas acerca de distintos tipos de amor: A un hijo, en este caso desde el nacimiento hasta las aventuras en la guerra con Hiras; pero también el de una mujer, Karien, la reina de las amazonas, o un imposible llamado Nofretamon, reina de Egipto.
Pero Nippur era quizás el hermano mayor de otros grandes profesores filósofos como Dago, quien de joven libertino se convirtió en esclavo gracias a una traición y resurgió como el implacable jenízaro Negro, temido y respetado incluso por el propio Barbarroja, el rey del Mediterráneo.
Otro personaje aún más profundo, que navegó por los misterios del tiempo y del cosmos fue Gilgamesh, quien luego de conseguir su objetivo de la inmortalidad –merced al extraterrestre Utnapishtim en la ciudad de Uruk– viajó al espacio y fue el sostén para que la semilla de la humanidad no se perdiera para siempre. Sus reflexiones sobre su terror a la muerte y al mismo tiempo su necesidad de ella son clásicos que se desarrollan en cada capítulo de aventura.
Otros personajes de la familia Wood son menos serios, como Pepe Sánchez o el irreverente Cosaco; otros místicos como Dax, Merlín y Dennis Martin y otros casi humanos como Mojado o Savarese.
Una o más generaciones crecieron atrapadas por la influencia de valores nobles que permearon imperceptiblemente en el espíritu de los lectores, formando una sociedad mejor. Sin embargo, la época de oro de las historietas quedó en el pasado y los dioses prefirieron divertirse con los humanos dándoles celulares y redes sociales. Por suerte, la obra de Robin Wood es inmortal como Gilgamesh y su semilla no solo permanece, sino que crece en distintas plataformas, en las que miles de internautas hoy pueden volver a vivir los caminos del ayer.
A esta sociedad corrupta de hoy le hubiera hecho bien haber conocido a un Nippur; a los motochorros asesinos encontrarse con la contundencia de un Jackaroe; a las autoridades ladronas con la ley de Savarese, a los ciudadanos entregados a las drogas a causa de la desesperanza a la fortaleza de un Dago.
Una o varias generaciones aprendieron sin querer a ser ciudadanos honestos gracias a la educación que recibieron a través de los valores de las historietas creadas por Robin Wood y hoy se sienten incómodas y defraudadas al ver tanta podredumbre.
Me pregunto si no es tarde para reeditar los capítulos de ayer y reconvertirlos para que los pequeños estudiantes de hoy los reciban y los absorban a través del sistema educativo oficial, no como una tarea que ningún niño quiere hacer, sino como una forma divertida de aprendizaje.