- Por el Hno. Mariosvaldo Florentino, capuchino
Desde siempre las religiones se han preocupado con la pureza de las personas para que puedan tener contacto con Dios. Siendo Dios santo y puro, él solo podría ser encontrado por aquellos que también estuvieran puros.
¿Pero cómo puede ser el hombre puro? Muchas religiones hicieron una analogía con la naturaleza. Por ejemplo, una vasija con agua pura puede ser contaminada con algunas gotas de otro producto. Una comida puede volverse impropia al consumo si le agregamos alguna otra sustancia. Una ropa se ensucia al tener contacto con otras cosas sucias. Así también el hombre queda impuro cuando come ciertas cosas, o cuando toca otras que son clasificadas de impuras.
La religión judía tiene muchos principios de este estilo, muchas cosas que no se pueden comer porque siendo cosas impuras al entrar en el hombre lo hacen también quedar impuro, o al ser tocadas también lo contaminan, la consecuencia es que una persona impura no puede relacionarse con Dios, tendrá primero que hacer una serie de acciones rituales para reconquistar el estado de pureza y solo después poder buscar a Dios.
Sin embargo, Jesús propone una inversión total en este modo de comprender, cómo una persona puede quedarse impura.
“Ninguna cosa que entre en el hombre puede hacerlo impuro, lo que lo hace impuro es lo que sale de él”. No es lo que comemos lo que puede hacernos impuros. Jesús nos libera de todas las restricciones de la antigua ley en cuanto a los alimentos y los contactos. No sirve de nada evitar de comer o beber muchas cosas, pero mantener el corazón lleno de maldad, de acusaciones, de odios... es esto lo que descompone nuestra vida y nuestro relacionamiento con Dios.
Jesús es muy claro al decir que: “Lo que sale del hombre, eso lo hace impuro, pues del corazón del hombre salen las malas intenciones: inmoralidad sexual, robos, asesinos, infidelidad matrimonial, codicia, maldad, vida viciosa, envidia, injuria, orgullo y falta de sentido moral. Todas estas maldades salen de dentro y hacen impuro al hombre”. (20-23)
Infelizmente aun hoy en día tenemos muchas personas que viven la religión como un conjunto de prácticas exteriores, pero que no llegan a la profundidad de la vida. Sus corazones son semilleros de cosas malas.
Hasta rezan, y realizan ciertas prácticas religiosas, pero basta conversar un poquito con ellas para encontrar un corazón rebosante de maldad y podredumbre.
Ciertamente el Señor nos invita a renovarnos totalmente en nuestra interioridad.
A mantener la pureza desde lo más íntimo de nuestro ser.
A evitar que salga de nosotros todo lo que deja en nosotros la marca del mal, mismo que nadie lo vea.
No basta cuidar los ojos de los demás, es mucho más importante estar atento a los ojos de Dios.
Pero hay otra cosa también muy importante que Jesús cambia en relación con la mentalidad anterior.
Quien estuviera impuro no podría relacionarse con Dios. Debería antes realizar algunas prácticas o rituales que le devolvería la pureza para después poder retornar a Dios.
Jesús, con su vida y sus palabras, nos enseña que en primer lugar debemos luchar y evitar el mal con todas nuestras fuerzas, pero cuando nuestras debilidades nos vencen y de nuestro corazón salen cosas malas, no debemos acomodarnos con ellas, pero sí buscar al Señor, que es lo único que nos puede purificar.
No son nuestras obras las que nos purifican, pero la sangre de Cristo, misterio de amor, que puede lavarnos y devolver la plenitud de la vida. Es la confesión sincera, el corazón abierto que puede hacernos renacer. Dios no tiene problema de relacionarse y purificar hasta al más grande pecador, pero es nuestro pecado el que puede hacer cada vez más difícil el acercarse a Dios.
Querido hermano, querida hermana: el Señor no necesita de las apariencias, él quiere mirar el corazón y aunque necesites un corazón nuevo, él te puede dar. ¡Coraje!
El Señor te bendiga y te guarde.
El Señor muestre su rostro y tenga misericordia de ti.
El Señor vuelva su mirada cariñosa y te dé la Paz.