Vivimos en la diversidad de los seres humanos. Muchos de nosotros están convencidos de que resulta más placentero llevar una buena vida que estar orientando una parte de nuestros ingresos al ahorro o inversión.

La opinión más comúnmente escuchada es que el dinero “no hace la felicidad”, aunque es relativo.

En cierto modo podría ser verdad pues es algo que está dentro de cada uno de nosotros en forma diferente y apreciado desde distintas ópticas.

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Pero tampoco podemos sustraernos al razonamiento lógico de que si no disponemos de dinero, muchos de nuestros objetivos y metas difícilmente podríamos lograrlos, pues casi todo hoy día está especificado en valores monetarios.

Esta pandemia sanitaria que lo venimos arrastrando desde marzo del año pasado, nos demostró que aquel que no disponía aunque sea de un pequeño ahorro y que se ha visto golpeado por este maldito virus ha pasado por momentos difíciles, pues había que adquirir medicamentos costosos casi diariamente para intentar salvar nuestras vidas, y muchos que no los disponían se han visto obligados hasta a hipotecar sus viviendas.

A nivel mundial tenemos a muchos empresarios exitosos, que en base a capacidad creativa, innovación y mucho trabajo participativo dentro de sus organizaciones hacen que sus negocios sean florecientes en niveles de facturaciones como también en participación de mercado.

En la vida deberíamos ir diseñando objetivos y metas que complementen nuestros esfuerzos y talentos que puedan coadyuvar positivamente a ir fortaleciendo en forma sostenida y sustentable en el tiempo nuestra estructura patrimonial.

Como ejemplo que se dan en la práctica los tenemos a deportistas que en su época de gloria han ganado mucho dinero, pero debido a su escasísima educación financiera han dilapidado en lujos y otros bienes totalmente prescindibles, y cuando les llegó la “época del invierno” en su vida profesional, muchos han quedado “en la calle” como literalmente se suele decir.

Lo ideal es hacer lo posible por lograr la estabilidad económica y financiera en la etapa de plena productividad, y establecer mecanismos de diversificación y de amortiguación de riesgos financieros.

Es dable esperar que todo lo acumulado en la etapa productiva de nuestras vidas y racionalmente administrado nos podrían llevar a futuro a disfrutarlo a través de un patrimonio neto lo suficientemente fortalecido, que nos deje un margen positivo entre nuestros activos y pasivos.

Yendo al campo empresarial, tenemos a muchos emprendedores familiares que han fundado una empresa y el éxito “les ha sonreído” debido a la capacidad administrativa, gerencial y conocimiento de los principales mercados objetivos, que hicieron de su empresa floreciente desde el punto de vista económico-financiero-patrimonial, y bien posicionado dentro del mercado y segmentos de negocios en los que operan.

Observando “la otra cara de la moneda”, muchos de ellos estuvieron acostumbrados a manejar su estructura organizacional en forma casi autocrática, sin dar el espacio suficiente a sus hijos que constituyen la segunda línea natural para continuar con la gestión de la empresa, y ante esa escasa participación y conocimiento, una vez que el progenitor decide dejarlos a sus vástagos que continúen con su administración, muchos sucumben al poco tiempo, debido a que han gozado siempre de una primavera económica, pero en contrapartida no estaban preparados para hacerse cargo de la conducción de la empresa.

Casos como estos tenemos varios en nuestro país. De allí que los padres deben confiar en la capacidad de proyección de sus hijos y darle en sus empresas desde muy jóvenes una participación activa, a fin de evitar que ya la segunda generación se vea obligada a “bajar las persianas” por no contar “con la muñeca” necesaria para seguir manteniendo viva a la empresa familiar. Así de simple.

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