Si hay algo que nos gusta a todos los seres humanos (incluso a los animales muchas veces) es la música. En esta misma columna me he referido a su efecto sobre el cerebro y sobre las emociones en más de un sábado de conversación con ustedes, queridos lectores neurofanáticos. Pero... ¿pensamos alguna vez por qué nos gustan algunas músicas, mientras que otras no? Y es que los gustos musicales son tan variopintos como cantidad de personas existen sobre la faz de la tierra.
En la cultura occidental, la atracción del ser humano hacia la música ha generado innumerables opiniones y estudios, desde aquellos que la han enfocado desde la filosofía hasta los que la abordaron desde la luz potente de las neurociencias: todos arrojaron valiosos conocimientos sobre la relación de los hombres con el sonido y nos llevan a concluir que, de todas las manifestaciones artísticas, la música es la que consigue que afloren nuestras emociones de una forma más inmediata e incontrolable. El gusto por la música parece ser algo innato, a diferencia del conocimiento musical que es algo que se aprende.
Pero... ¿qué hace de la música algo tan próximo a nosotros? Independientemente al hecho de que la música es omnipresente gracias a la tecnología (auto, casa, trabajo, en auriculares cuando hacemos deportes, cuando nos juntamos con amigos) y en todo momento es la más accesible de las artes, debe haber algo más. Por eso, todos debemos saber que la ventaja de la música con respecto al resto de artes es que su procesamiento se produce a través del oído y este sentido es el que mayor desarrollo intrauterino alcanza. Su formación comienza en las primeras semanas de gestación y antes de la mitad del embarazo, aproximadamente en la semana dieciséis, el feto puede percibir sonidos procedentes de la madre (los latidos del corazón, los ruidos intestinales, el flujo sanguíneo…) o del exterior (las voces, los ruidos de la calle, la música…) y reacciona a lo que escucha a través del movimiento corporal y del aumento de ritmo cardíaco.
Lo curioso es que el oído comienza a funcionar unas nueve semanas antes de que la oreja esté en su sitio y completamente formada (esto ocurre en la semana veinticinco) y nos da una pista de por qué la percepción auditiva resulta más evocadora que el resto de percepciones: el enorme nivel de sofisticación del sistema auditivo nos permite atender no solo a estímulos sonoros externos, sino que tenemos la capacidad de reproducir sonidos internamente con bastante más precisión que las sensaciones y experiencias que podemos recrear con el resto de sentidos. Por ejemplo, si queremos dejar de ver algo de inmediato podemos cerrar los ojos, si queremos dejar de oler basta con taparnos la nariz, si queremos dejar de tocar lo solucionamos retirando nuestra mano de allí, si queremos cambiar nuestro mal sabor de boca podemos beber o comer algo nuevo pero… ¿qué podemos hacer cuando una canción se nos ha metido en la cabeza y no hay manera de olvidarla instantáneamente? Tenemos pocas alternativas: no podemos cerrar las orejas, no solucionamos mucho tapándolas, no podemos retirarlas del objeto sonoro ¡porque está dentro de nuestra cabeza! Solo podemos esperar a que el sistema auditivo se centre en otra actividad o la memoria musical desista. He aquí una de las razones por las que la música, como sonido que es, nos resulta tan próxima: el sistema auditivo nos permite recibir estímulos externos a los que reaccionamos antes de nacer y reconocemos inmediatamente después del nacimiento.
Igualmente, la capacidad de reacción del oído humano es altísima. Prueba de eso es cuando se oye la bocina de un vehículo, sin esperar a razonar la respuesta, “pegamos el salto” para salvarnos de lo que sea... aunque más no sea una broma de mal gusto del que tocó el claxon. Y es que los mecanismos de alerta se relacionan con el sistema auditivo porque este era uno de los que alertaba a nuestros antepasados que iban de cacería de que eran ellos los acechados y no los animales que deseaban cazar para así salvarles la vida. Es justamente por eso que el oído es uno de los sentidos que más rápidamente reacciona incluso cuando estamos dormidos ya que junto con el olfato tiene un mecanismo de alerta que no se desactiva.
Podemos y vamos a seguir hablando de la música en los sábados siguientes. ¿Me acompañan los siguientes fines de semana hablando DE LA CABEZA sobre la música y los sonidos?