Con la campaña lanzada, en la Argentina, de cara a las elecciones primarias abiertas simultáneas y obligatorias (PASO), que se desarrollarán el próximo domingo 12 de septiembre para saber quiénes serán las y los candidatos para renovar la mitad de la Cámara de Diputados y un tercio de la de Senadores, el 14 de noviembre venidero, vale reseñar algunas cuestiones. La primera de ellas es que, quienes desafíen el poder de la coalición de gobierno [Frente de Todos], aún no sabemos quiénes serán porque, en el seno de la coalición opositora [Juntos por el Cambio], son varias las listas que disputarán el poder interno.

Especialmente, en lo que concierne a la Unión Cívica Radical [UCR], más que centenario partido nacional, en el que sus candidatos y candidatas habrán de emerger después de las PASO, en línea con los resultados que cada propuesta consiga atrapar. Vale explicar que algunas y algunos mediáticos que se postulan o que, desde el pasado sábado, son postulados, en la medianoche del 12 de septiembre, tal vez, queden afuera de la contienda porque no alcancen en esa elección primaria el piso de 1,5% de los votos del total del padrón que exige la ley para participar de los comicios. En el oficialismo, por imposición del presidente Alberto Fernández, el listado de postulantes en la provincia de Buenos Aires, donde se encuentra casi el 39% del total del padrón nacional, será la señora Victoria Tolosa Paz que, según coincidentes informaciones circulantes aquí, “no es la candidata que quiere Cristina [Fernández, vicepresidenta de la Nación] que es la verdadera líder de ese espacio”.

Pese a ello, la casi totalidad de los análisis periodísticos que circulan aquí, aseguran que “Cristina concedió ese lugar a Alberto para no desgastarlo políticamente, pero ocupó la mayoría de las posiciones que siguen”. Incomprobable, más allá de los nombres. Mucho más cuando, como suele suceder en todo tiempo electoral, “todos mienten, como el mítico doctor House”, dijo un portavoz inevitable. De allí que el conocimiento de quienes son postulantes electorales en cada caso, no aporta más que como abono para sembrar dimes y diretes. De aquí en más y por cerca de 60 días, superados los interrogantes y las especulaciones para saber por quiénes se podrá votar, se escucharán generalidades sobre la situación argentina y su futuro sin que quienes se expresen puedan cambiar demasiadas cosas porque se trata de una elección parlamentaria. Argentina es un país hiperpresidencialista.

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En ese contexto, el acto comicial es crucial porque de las urnas saldrá si el oficialismo, en los dos años de gobierno que aún le faltan, podrá imponer proyectos basales para el país que se proponen construir. Hasta diciembre próximo, cuando en el Parlamento bicameral se incorporen nuevas y nuevos miembros, al gobierno le faltan 7 diputados para tener quórum propio en la cámara baja. De allí que no son pocas ni pocos –aunque no lo digan identificándose, “para no tener problemas en este momento”– los que consideran que, “aunque las listas de Alberto y Cristina, en número de votos triunfen, si no consiguen cambiar aquella relación de fuerzas desfavorable, tendrá el mismo efecto que perder ya que no habrá reforma de la Justicia, de la Corte Suprema y, hasta eventualmente, de la Constitución Nacional”.

Para agregar incertidumbre, algunas perlitas son marcadamente llamativas. Los gobernadores de Tucumán, Juan Manzur; de Santa Fe, Omar Perotti; y, de Mendoza, Rodolfo Suárez, los dos primeros oficialistas y el último opositor, a pesar de que aún les quedan dos años para completar sus mandatos, se proponen como candidatos suplentes para el Senado nacional. Llamativo, por cierto. ¿Creerán que, por alguna razón, no podrán terminar sus cuatro años? Una quincena de encuestas que circularon en las últimas horas revelan que “cualquiera puede ganar. Oficialistas u opositores”, aseguran voceros seguros de cada sector. Las diferencias entre los favoritismos por los unos o por los otros, promedian –según el caso- entre 4 y siete puntos. Habrá que esperar. Los encuestadores suelen recordarnos a las y los periodistas que “los dueños de nuestros estudios, informes y proyecciones son quienes pagan cada trabajo de investigación y, así son las cosas, son ellos y ellas los que dan a conocer fragmentariamente los resultados obtenidos para hacer campaña”.

Los mismos informantes, que prefieren preservar sus identidades y ocultar quienes actúan de esa forma, solo agregan con picardía y sonrisas que “suelen mentir mucho con las verdades que conseguimos”. Así las cosas, todo permite pensar que el estado actual de la economía y su futuro, con todas sus variables, al igual que la gestión de la emergencia sanitaria declarada por la pandemia de Sars-Cov-2 desde el 20 de marzo de 2020, serán variables relevantes para decidir el voto. Veamos. La información oficial da cuenta que sobre un universo de poco más de 45 millones de habitantes, se ha completado [con dos dosis] la vacunación de 6 millones 8 mil 542, hasta el mediodía de ayer. De los 38 millones 991 mil 458 restantes, casi 24 millones recibieron una sola dosis. Cerca de 15 millones de personas, ninguna. ¿Cuánto pesará, en ese contexto, el valor vida y su preservación? Enorme interrogante.

De la misma manera que discernir el voto probable de familiares, allegados y allegadas de 103 mil 584 víctimas fatales del coronavirus. ¿Qué indicarán esas trágicas estadísticas el 12 de septiembre cuando la ciudadanía se apreste para votar? Se conocerán esa mañana. ¿Vacunar, entonces, será –además del recurso necesario para salvar vidas– una herramienta electoral adecuada? Inimaginable. En el vecino Chile, país al tope de todos los ranking de vacunación, el presidente Sebastián Piñera ha sido derrotado en no menos de cuatro elecciones consecutivas. También allí, la sociedad está apretada por la marcha de la economía y la desigualdad que emerge de ella. Dilema. Varias veces, escuché al profesor Daniel Prieto Castillo, referente de la comunicación en Latinoamérica, sostener que “la política es una competencia de percepciones”. ¡Largaron!

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