• Por el Dr. Miguel Ángel Velázquez
  • Dr. Mime

Una ciencia de las emociones requiere hablar claro y tener bien definidos los conceptos, establecer con precisión los medios sensibles, las posibles herramientas de análisis estadísticamente poderosas y ordenar todas las hipótesis creativas.

Aunque las emociones sean estados cerebrales y los mecanismos que las generan deban investigarse en neurobiología, sería una falacia deducir de ello que las emociones se hallan literalmente en el cerebro y pudiéramos descubrirlas con solo afinar las herramientas de observación y medición. Muy importante es saber que no es lo mismo producir emociones que tener emociones. Muchas partes del cerebro participan del mecanismo de la emoción, una sola de ellas aislada no la produce ni la genera.

La emoción es una propiedad de todo el sistema nervioso, no en balde cuando algo nos emociona “nos da pirî” o “sentimos mariposas en el estómago”: todas las partes operan conjuntamente para generar la propiedad. Hay sistemas cerebrales que determinan que el sujeto experimente las emociones. La experiencia consciente de las emociones es propiedad global de la persona (o de un animal), pero los mecanismos en cuya virtud se produce no poseen en sí mismos esa propiedad.

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Si hablamos de las características que describen a las emociones, podemos decir que son varias. Destacan su gradualidad, lo que significa que no todos los estados poseen la misma intensidad: hay emociones “fuertes” e intensas y emociones pasajeras y “light”. Propio de ellas es lo que se denomina en psicología su valencia; es decir, su dimensión dual (placer y desagrado, estímulo y respuesta) como antónimos sensitivos de la psiquis.

También se toma en cuenta su persistencia, el estado emocional perdura más que el estímulo desencadenante, lo que implica que, aunque haya concluido el factor que emocionó, la sensación persiste e incluso se reaviva con el estímulo del recuerdo. Los autores analizan de forma exhaustiva otras propiedades como la generalización, el automatismo o la comunicación social; es decir, sentirse “totalmente bien” o “totalmente mal” con una emoción, sentirse automáticamente bien o mal cuando se genera un mismo estímulo emocional positivo o negativo, o sentirse apesadumbrado cuando “el ambiente” en general se siente “pesado”, todos están mal o todos están bien (las emociones “!!!se contagian!!!”).

Hoy en día sabemos que la reactividad emocional, la fuerza con que se expresan las emociones en cada persona, es una cualidad biológica, variable y con un gran componente congénito; es decir, la heredamos en buena medida de nuestros progenitores y va a determinar muchos aspectos y circunstancias de nuestra vida. Incluso en los niños muy pequeños se observa que, ante una misma frustración, cuando, por ejemplo, se les quita un juguete de las manos, su respuesta emocional puede ser muy diferente. Los hay que se enojan mucho y “se pichan”, mostrando un gran berrinche, mientras que otros expresan su sentimiento de manera más suave y pacífica.

Quienes tengan más de un hijo posiblemente han tenido ocasión de comprobarlo en su propia familia (los que tienen la suerte de tener mellizos como yo saben cuan diferentes pueden ser dos seres que están juntos desde su misma concepción). A los adultos nos ocurre lo mismo, pues somos muy diferentes en el modo y la fuerza con que se expresan nuestras emociones y sentimientos incluso en idénticas circunstancias. Pero de eso hablaremos el próximo sábado cuando les cuente si en realidad las emociones se heredan o no. Los dejo DE LA CABEZA hasta dentro de siete días.

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